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Regístrate y accede a la revistaEn esta columna, Luis Tesolat explica cómo el auténtico liderazgo permite “hacer volar a los que caminan”, es decir, gestionar, a partir del liderazgo personal, para que todos desplieguen sus potencialidades y les encuentren sentido a sus vidas.
Hace unos años, cuando el “loco” Bielsa aún era DT del Athletic Bilbao, en un reportaje que le hicieron afirmaba: “Los entrenadores podemos cometer dos pecados: hacer caminar a jugadores que vuelan o hacer volar a los que caminan. Si tengo que ir al infierno, prefiero que sea por lo segundo”. Aplicando esta afirmación al ámbito educativo, considero que el auténtico liderazgo directivo está en “hacer volar a los que caminan”, es decir, en gestionar, a partir del liderazgo personal, para que todos, de una manera u otra, desplieguen sus potencialidades personales y profesionales y les encuentren sentido a sus vidas. Por eso, hay gestiones que despiertan y elevan, y otras que generan sueño y hunden.
El liderazgo que cada director o directora debe aplicar cada día con su equipo y con la comunidad educativa toda implica un trabajo personal lleno de optimismo y motivación que consiste en enseñar a las personas a trabajar los cambios desde el presente para que aprendan a adueñarse del futuro. Para lograrlo, recomiendo:
1. Exigir a cada uno un poco más porque todos dan un poco menos de lo que pueden.
2. Exigir resultados pero, sobre todo, que cada uno dé lo mejor de sí.
3. Exigir no de acuerdo con lo que cada uno es, sino con lo que queremos que cada uno sea.
4. Depositar confianza en los demás: el “tú puedes” puede generar una motivación arrolladora.
5. Valorar el potencial ajeno para animarse a delegar.
6. Generar condiciones de mejora personal y profesional.
7. Desarrollar en los demás talentos que uno mismo no tiene.
8. Creer en ellos y ellas, ya que la fe mueve montañas.
“En tiempos de cambio, quienes estén abiertos al aprendizaje se adueñarán del futuro, mientras que aquellos que creen saberlo todo estarán bien equipados para un mundo que ya no existe”, decía Eric Hoffer.
Por eso, un director debe tener la sensibilidad de los grandes navegantes, es decir, alguien que, siendo fiel a su vocación, es capaz de observar y conocer lo que pasa, sabe adaptarse y adaptar a su comunidad a los cambios para generar un sistema de apertura en el que todos saben detectar las nuevas oportunidades y dan lo mejor de sí. Consideremos la sensibilidad de los grandes navegantes que todo director apasionado debe tener:
• Es más importante lo que no se sabe que aquello que ya se conoce.
• Lo que se cree conocer, aún se puede conocer mejor.
• Lo que se ve no es todo lo que existe.
• La naturaleza siempre puede sorprender.
• Buscar una explicación satisfactoria no es lo mismo que tener la verdad.
• La vida como aventura de desafiar lo incierto y esperar lo inesperado.
• Vale la pena preguntarse lo no preguntado y abrirse a lo por pensar.
• Hace daño lo conocido y no aquello desconocido.
Para trabajar en la incertidumbre y adentrarse en lo desconocido, el director debe ser alguien que posea determinación y resolución en todo lo que haga, lo que implica una enorme fe en sí mismo que sea capaz de ahuyentar todas las dudas, estando enfocado con todas sus fuerzas en objetivos previamente consensuados con su equipo, siempre con una alegre pasión –como poder que surge del amor a la vocación– que motiva hasta el más distraído o apagado, y un liderazgo en servicio que impulsa las virtudes y los valores de todos quienes le rodean. En relación con la motivación entendida como un proceso, sugiero tres virtudes que pueden ayudar al director y su equipo a trabajarla de manera integrada:
1. Paciencia para aprender a tolerar con amor aquellas cosas que molestan o no gustan sabiendo que las personas tienen sus tiempos, sus límites, sus debilidades y su libertad.
2. Constancia para aprender a acompañar a cada uno en aquello que necesita o se propuso en vistas a ser mejor, dando lo mejor y haciendo lo que le fue encomendado.
3. Orden para aprender a poner a las cosas, a las personas y a los acontecimientos en el lugar que corresponde, de manera que logremos un equilibrio mental y emocional clave de una buena gestión.
Paciencia, constancia, orden, tres virtudes que ayudan a generar un clima de trabajo motivado y en servicio. Pero el director no debe olvidar algo importante: el trabajo consigo mismo, ya que no puede dar lo que no es. Asumir un rol con responsabilidad implica fortalecer el ser personal justamente para ser uno mismo. El trabajo con la incertidumbre le requiere al director y a su equipo la certidumbre de ser quienes de verdad son: y es que se trata de ser personas, no personajes.
Un director asertivo, virtuoso, empático y motivador es capaz de hacer florecer en quienes le rodean las virtudes adecuadas para encontrar el sentido de su misión personal y profesional: quien descubre el para qué sabe direccionar los vientos que le son favorables. ¡Qué inmensa e importante es la labor del director! Es un mar sin orillas.
Considero que aquella frase que decía Alejandro Magno, “estoy en deuda con mi padre por vivir, pero con mi maestro por vivir bien”, también puede ser aplicada a la huella del accionar educativo que todo buen director debe dejar en su colegio, fruto de su entrega generosa y de su amor a la vocación. Este trabajo diario, lleno de sacrificios visibles y, sobre todo, invisibles, que implican un dejarse la vida, transformará a la institución desde sus cimientos.
1. Aprender a conocer a las personas para saber quererlas.
2. Aprender a comunicar el desde dónde, el hacia dónde y el para qué.
3. Enseñar, desde la confianza y la aceptación, que pueden más de lo que imaginan.
4. Ilusionar las ilusiones.
5. Gestionar emociones para adecuar los estados de ánimo.
6. Impulsar pensamientos humanos y trascendentes a la hora de formular el para qué.
7. Valorar y festejar los progresos (brindar reconocimiento).
8. Plantear actividades y objetivos lógicos y ordenados.
9. Generar participación mediante el trabajo en equipo.
10. Proponer ideales altos y, a la vez, fijar objetivos de corto plazo y medibles.
11. Proponer actividades para utilizar distintas capacidades de resolución.
12. Aplicar los conocimientos a situaciones cotidianas.
1. El poder del desorden, Tim Harford.
2. Los siete hábitos de la gente altamente efectiva, Stephen Covey.
3. Autoridad y liderazgo educativo, el poder de servir, Alejandro Castro Santander.
4. La esencia del liderazgo, Hugo Landolfi.
5. El hombre en busca de sentido, Viktor Frankl.
6. El líder que sirve, Alejandro Marchesán.
7. El caballero de la armadura oxidada, Robert Fisher.
8. Liderazgo en tiempos de incertidumbre. Nueve reglas para ejecutar las tácticas correctas, Ram Charam.
9. Asegurar resultados en tiempos de incertidumbre, Bob Whitman.
10. Coaching estratégico: cómo transformar los límites en recursos, Roberta Milanese y Paolo Mordazzi.
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