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Regístrate y accede a la revistaPara la primera bailarina estrella del Teatro Municipal de Santiago, el ballet y la educación técnico profesional tienen cierta conexión, ya que son instancias con alta interacción entre docentes y estudiantes donde, además aprenden haciendo.
A sus 74 años, Sara Nieto tiene poco tiempo libre. La uruguaya oriunda de Montevideo comienza su día a las cuatro de la mañana y no para hasta las ocho de la noche. Bailó durante 16 años en el Teatro Municipal de Santiago y en 1997 fundó su propia Academia de Ballet, donde nos recibe para esta entrevista. Además, junto a su marido Luciano Lago, quien la ha acompañado por más de cincuenta años, lleva las Tiendas Sara Nieto y desde 2012 dirige la Compañía Ballet del Teatro Nescafé de las Artes.
Conversamos de su época escolar, y nos dijo que se le vienen a la mente las monjas capuchinas del Colegio Nuestra Señora de Lourdes. “Me acuerdo de todas las profesoras. A algunas las quería mucho, a otras, no tanto (dice riendo). Eran buenos maestros”, asegura la artista. Sara Nieto se acuerda especialmente de la hermana María, a quien tuvo en primer año. “Era tan apurada que nos enseñó a leer, sumar y restar a los cinco años. Al siguiente año, yo estaba aburrida y mi mamá habló en el colegio para que me adelantaran junto con otras dos compañeras. Siempre me fue bien en el colegio. Fui aplicada, pero no porque fuera matea, sino porque era mi obligación”, agrega.
-¿Cómo entraste al mundo del ballet?
-Entré a la escuela del Ballet Nacional Sodre (ballet oficial del Uruguay) a los 8 años, en 1956, y para eso había que dar exámenes. A mi mamá le costó convencer a mi papá, a quien le daba miedo el ambiente. En esos años era todo un tabú. A los quince entré al cuerpo de baile y desde ahí hice vida de adulto. Me movía sola. El sueldo lo ponía en el cajón de mi pieza, porque no sabía qué hacer con esa plata. Mi mamá me fue comprando libras esterlinas de oro.
-¿Cómo organizaste tu vida escolar con la demandante vida del ballet?
-Era un “corre corre” para estudiar. Me gustaba la Medicina, entonces de ocho a nueve de la mañana teníamos práctica de laboratorio de física y química, luego iba a clases al teatro. Después corría de vuelta al colegio para estar hasta las cuatro, pero el ballet comenzaba a las tres de la tarde. Siempre me tenía que saltar alguna clase. Todo quedaba cerca. O te tomabas un ómnibus o corrías 20 cuadras, no era tan complicado, pero ahora lo pienso y no sé cómo lo hacía.
-¿Hay algo de tu experiencia que hayas aplicado como profesora de ballet?
-No nada. Hoy el trato con los niños es completamente diferente. Tienes que adaptarte a la época, al método. Antes las maestras les pegaban a los niños. Las maestras de ballet estaban con un palo y te pegaban en las rodillas. Nunca fue mi caso, pero pasaba. Ahora no puedes hacer eso. Amo a los niños.
Después de 25 años con la academia, sigo aprendiendo de ellos. Lo más valioso es que me siento joven. Además, en el ballet tienes que llegar a cada niño de manera diferente. El ballet es algo muy transparente. Te das cuenta enseguida de la timidez, la locura, el entusiasmo, el que es más vivo, el que es más lento. Recibí un tipo de enseñanza que me aportó todo. Creo que lo relajado no sirve. Y a mi juicio, ahora es demasiado relajado todo. Antes los niños madurábamos más rápido. Mi vida era un cohete.
-¿Un consejo a los docentes?
-Dedicar un rato a otro tipo de actividad. De todas formas, la educación técnico profesional es muy manual. Me parece que hay más conexión entre el estudiante y el docente. Tiene que ser una situación parecida a una sala de ballet, donde están todos aprendiendo en libertad.
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