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Regístrate y accede a la revistaEn esta columna, el destacado académico y profesor Luis Tesolat nos señala propuestas educativas desafiantes que buscan diferenciar una “educación de excelencia” de otra “educación integral”, para lograr un trabajo en equipo fructífero, integrado por directores, docentes, alumnos y padres.
Un sabio directivo, excelente orador, que había recorrido en su vida muchos colegios prestigiosos de América Latina, me comentaba “que esos establecimientos que decían ser casas de altos estudios estaban llenos de estudiantes con bajos promedios y huérfanos de amor”. Por eso, cada colegio debe replantearse qué tipo de personas quiere educar, para saber en qué educar y cómo lograrlo.
El perfil del egresado es algo que todo colegio debe tener muy en claro, para saber cómo educar a sus estudiantes desde su primer día de clases, y quiénes serán los docentes, debidamente preparados en lo académico y en lo personal, encargados de hacerlo. Si queremos saber la calidad de un colegio, miremos a sus egresados, y si queremos saber cómo serán sus egresados, miremos quiénes serán sus docentes. Educar no es improvisación ni azar, es un trabajo organizado, planificado y pautado con unos fines determinados.
En la película The Truman Show, cuando un periodista le pregunta al personaje Christof por qué Truman nunca ha intentado cuestionarse la realidad, le responde: “Aceptamos la realidad del mundo tal como nos la presentan, es así de sencillo”. Un buen educador jamás debe aceptar la realidad tal cual se presenta, al contrario, la debe desafiar, sino ¿cómo enseñará a sus estudiantes a pensar, conocerse y conocer, superarse y ser mejores? El aprendizaje no es aceptación, es adaptación.
“La educación ayuda a la persona a aprender a ser lo que es capaz de ser”, decía Hesíodo, de manera que no se trata solo de enseñar a hacer bien las cosas, destacarse en algo, obtener buenos resultados, sino de ser íntegros, es decir, hacerse mejores personas haciendo tal o cual cosa, con aciertos y errores, más allá de los resultados. La excelencia puede hasta llegar a prescindir de ciertos valores, sobre todo aquellos que tienen que ver con el otro, en cambio, lo íntegro los requiere a todos sin excepción porque busca la completud del otro.
Por lo tanto, toda acción que realiza el docente dentro y fuera del aula debe ser educativa, es decir, íntegra, ya que está dirigida a educar la mente y el corazón de cada uno de sus estudiantes para que aprendan a pensar y logren ser personas buenas, doctas, libres, sabias, independientes y felices, alcanzando una vida lograda. Y si los directores quieren que el aula sea un “templo de aprendizaje”, deben velar para que sus docentes tengan calidad humana, académica y profesional, estén cuidados, contenidos, formados y sean muy queridos y respetados. Ah, y bien pagados, que no es un dato menor, sino un “detalle” de amor y justicia.
De este modo, las instituciones educativas deben entender que se hace necesario una educación integral centrada en las personas que aprenden, sus necesidades y realidades, con un fuerte trabajo personal con cada estudiante para que logren desplegar todo su ser y hacer. Igualmente importante es enseñarles a pensar y a reflexionar sobre sí mismos y sus circunstancias, nos gritaría Ortega y Gasset, ya que es la única manera de lograr un sólido conocimiento personal: el que se conoce sabe y el que no, no sabe nada.
¿Y qué hacen los colegios con los padres? Es necesario y urgente brindarles formación y contención –una escuela de padres es buena idea– porque los problemas que afectan a sus hijos también les afectan a ellos (y a veces peor).
Hay que educar a sus hijos con ellos, no a pesar de ellos o sin ellos, y en esto los docentes pueden hacer, sin miedo, un trabajo hermoso porque tienen un maravilloso conocimiento de sus hijos, en el aula y fuera de ella. Ah, y eso sí, cuando el colegio comete un error, debe reconocerlo, diciendo “perdón, en esto nos equivocamos”: esto disipa muchos conflictos innecesarios, frutos de la soberbia institucional.
Cada institución educativa requiere un trabajo cargado de heroísmos personales diarios y liderazgos en servicio. Por ello, es clave el trabajo en equipo de directivos, docentes, padres y estudiantes: es fundamental cambiar el “ellos” por el “nosotros”. Todo colegio debe ir en busca de una auténtica educación integral que deje huella en sus estudiantes, padres y apoderados, de modo que ellos quieran ser protagonistas de su tiempo. Esto es clave y vale la pena intentarlo.
Luis Tesolat es coach educativo y ontológico, fundador y director del Instituto de Educación para el Desarrollo Personal (INED), consultor, formador y conferencista en liderazgo, talento humano, gestión y transformación institucional. Especialista en coaching para educadores, posee también un Posgrado en Filosofía y es licenciado en Historia. Actualmente es director del colegio Familia de Dios, perteneciente al Arzobispado de la ciudad de Rosario, Santa Fe, en Argentina.
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