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Regístrate y accede a la revistaEl objetivo de este proyecto del CentroFamilia de Fundación Nocedal es involucrar a las familias de los colegios y del barrio en actividades que fomenten el compromiso, la perseverancia y el trabajo en equipo.
“La educación cambia biografías y tiene impacto en las familias, la comunidad y la sociedad”, señala Pedro Ihnen, director del Colegio Técnico Profesional Nocedal, que pertenece a la RED Irarrázaval. Es una afirmación que se está demostrando también a través de una práctica, en apariencia sencilla, que está implementando CentroFamilia de Fundación Nocedal, desde hace poco más de un año.
“Lo fundamental del proyecto de huertos familiares –explica Andrés Ruiz Tagle, profesor de biología y encargado del proyecto– es que las familias están cien por ciento a cargo de su huerta y se organizan entre todos para colaborar y prestarse ayuda. Entonces, si por alguna razón alguien no puede venir, llama a otra familia para que le eche una mano. Llegado el momento de cosechar, se producen intercambios o trueques. Se van poniendo así en práctica conceptos que parecen muy lejanos y teóricos, como autonomía, iniciativa, espíritu colaborativo…, y se internalizan de modo casi inmediato, y son replicados en las actitudes en el hogar y el trabajo. Todo se va dando junto con la experiencia del contacto con la tierra. Hace poco tuvimos que mejorar el cerco porque los conejos se estaban dando un festín. Y nadie esperó que llegara la solución desde afuera, sino que todos manos a la obra”.
Cada familia participante tiene un bancal a su cargo. Cuando se les entregó, tuvieron que partir por impermeabilizar la madera. Luego, con la asesoría de una profesional experta en cultivos, han aprendido a sembrar, regar, podar, fertilizar. “Intentamos coincidir los días viernes en la tarde todos acá, para ir compartiendo experiencias. Algunas familias vienen con los hijos, otras solo como matrimonio. Y el objetivo es ir entusiasmando a otras familias, hasta que todos los bancales estén ocupados”, explica Andrés Ruiz Tagle.
“Este proyecto ya es formativo en sí mismo, porque sintoniza muy bien con el trabajo que hacen los profesores en la sala de clases con los alumnos, para formar en ellos competencias. Si los apoderados también las adquieren y las viven y dan ejemplo, el impacto educativo es doble”, agrega. “Formarlos en habilidades sociales y en competencias para el trabajo es mucho más efectivo cuando en su hogar estos conceptos se empiezan a poner en práctica. Y lo que hemos visto a medida que avanzamos en el proyecto de estas huertas es que eso se consigue muy pronto, y de un modo muy entretenido”.
Andrés Ruiz Tagle cuenta que en la medida que las familias que participan en el proyecto se han ido conociendo, también se han organizado para disfrutar alguna charla en video y luego comentarla. Por ejemplo, a finales del año pasado vieron una entrevista a la psiquiatra española Marian Rojas en la que abordó el tema de las redes sociales y su influencia en los adolescentes. “Es un esquema diferente, pero buscamos que haya un involucramiento total de los asistentes a la actividad y que sean ellos mismos los organizadores y responsables”, explica.
Cada familia es dueña de su cosecha. Sin embargo, cuentan algunos de los participantes, a fines del año pasado organizaron una feria donde mostraron sus productos y los vendieron para juntar dinero para comprar semillas, pagar asesoramiento y contar con un fondo de reserva. “Estamos súper comprometidos con este proyecto y es muy bueno que los hijos vean a sus papás entusiasmados, participando en las actividades de su colegio y trabajando junto a los apoderados de los otros chiquillos. Nosotros venimos todos a trabajar en la huerta y traemos hasta al perro. Ha sido bien bonito tener un tema de unión como pareja y hablar en el mismo lenguaje con otras familias”, dice Verónica, a quien encontramos cosechando lechugas y tomates junto a su marido, Roberto.
“Ya llevamos más de un año participando en el Programa Huerto Familiar. Partimos desde cero, pintando la madera de nuestro bancal con un producto especial. Hemos ido aprendiendo a mejorar la tierra, a reconocer las plagas, a regular el riego. Nos han estado asesorando diferentes personas y hemos logrado cosechar hasta melones.
Pero aparte de lo espiritual que entregan las plantas y de animarnos a alimentarnos de modo más saludable, lo más destacable de esta experiencia es que nos ha enseñado a los padres y apoderados a funcionar como equipo. Nosotros como matrimonio, por ejemplo, hemos replicado este modo de organizarnos en nuestro barrio. Vivimos en un lugar bastante tranquilo, que tiene una plaza con un par de palmeras que dan buena sombra en verano. Pero esa plaza estaba prácticamente tomada por un grupo de personas que se instalaba ahí a consumir y a armar problemas. Entonces tomamos la iniciativa de conocer a nuestros vecinos, de organizarnos entre nosotros y tomar acciones concretas, como ir todos juntos a instalarnos en la plaza para recuperarla. También estamos poniendo cámaras y pidiendo más vigilancia, en una postura mucho más activa de nuestra parte”.
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