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Regístrate y accede a la revistaEste año hemos ido trabajando el tema de los colores en el arte y el aprendizaje de los alumnos. Y este mes de octubre corresponde al color rosado.
El color rosado no es un tono predominante en la naturaleza. Sin embargo, lo podemos encontrar, por ejemplo, en el plumaje de flamencos y en algunas especies de delfines, también en minerales como el cuarzo rosa y zafiro rosa, y obviamente en algunas flores muy características de este tono, como las rosas y los cerezos.
En la Historia del Arte, el color rosado podría considerarse como “nuevo”. No fue hasta el período del Renacimiento que las y los artistas comenzaron a incorporar este tono como parte de su paleta, usándolo para resaltar el brillo de las figuras religiosas y de la clase alta. Pasados los siglos, el arte conservó el color rosado en su tonalidad clara y apastelada hasta la mitad del siglo XX, cuando el Pop Art le da una pincelada estridente, convirtiéndolo en un fucsia chillón y vibrante.
Curiosamente, desde la época posterior a la Segunda Guerra Mundial y hasta la actualidad, damos a este color características femeninas (aunque es sabido que los estereotipos de género se encuentran en quiebre y reinterpretación en los últimos años). Sin embargo, durante la Edad Media y el Renacimiento era un color masculino, ya que representaba la virilidad. Era un tono fuerte, pues deriva del rojo. Los caballeros lo llevaban en sus prendas y los artistas lo escogían para los retratos de hombres importantes. ¿Por qué cambia entonces la idea de la existencia de los colores “femeninos” y “masculinos”? Principalmente, por el marketing, que comienza a producir de forma masiva objetos y prendas de vestir de color rosado dirigidos a niñas y mujeres; creando con ello la idea de que el rosado es suave, sutil y delicado… como lo femenino.
Existen artistas que usaron el color rosado resaltando la relación que este tiene con el mundo natural y con su propia interpretación de lo femenino. Es el caso de la artista estadounidense Georgia O’Keeffe y sus obras, en las que retrata flores como rosas, calas, orquídeas, amapolas y girasoles. Estas están pintadas desde tan cerca, que los contornos exteriores de los pétalos y los tallos se cortan, quedando fuera del cuadro. Gracias a este aumento de tamaño, las flores se apartan de su entorno natural, apreciándose sobredimensionadas y perdiendo su forma. Al contemplar la obra, es fácil observar solo los pliegues, líneas y el color, entendiendo el cuadro como una obra abstracta. En su gama cromática, el rosado aparece de manera recurrente, probablemente por el deseo de ser lo más cercano posible al color real de las flores, luego de horas de observación detallada y minuciosa que la artista hacía.
Comenzar la actividad dialogando con las y los estudiantes sobre lo que representa para ellos el color rosado, dónde pueden encontrarlo en la naturaleza, qué sensaciones les provoca, qué les evoca, qué les parece la idea de que lo rosado es apreciado como femenino, etc.
Posteriormente, invitar a los estudiantes a realizar una obra al estilo de la artista Georgia O’Keeffe, tomando algún elemento natural como flores, plantas o semillas. Cortar una parte de ellas, o abrirlas para poder observar su interior, y pintarlas desde muy cerca al punto de rescatar solo su color, forma, textura, etc. La idea es simplificar las figuras y usar el cuadro completo. Como formato pueden usar pequeños bastidores o bases de cartón pequeñas para crear series.
Para finalizar, compartirán los resultados de su ejercicio de exploración con sus compañeros y compañeras para ver las diferencias de lo observado.
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