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Regístrate y accede a la revistaEncuesta de Grupo Educar revela que el 88,5% de los docentes asegura serlo por vocación, y aquello podría ser un factor para que, pese a las dificultades, no desistan. De hecho, en el mismo estudio, un 39,8% señala que es la relación con los alumnos y un 35,5% que es su vocación lo que los está motivando a seguir en la docencia.
Francisca, (quien prefiere guardar su anonimato)-profesora que trabaja en un colegio en la zona norponiente de Santiago, en la Región Metropolitana-. Hace solo algunas semanas, llegó a su casa muy decaída y con los ojos llorosos.
¿Qué pasó?, le preguntaron sus hermanas.
-Uno de mis alumnos se exasperó. Estaba muy alterado, porque uno de sus compañeros también le había pegado y se quiso descargar conmigo. Pedí ayuda, pero ninguna de las asistentes y tampoco mi jefa llegaron a socorrerme.
El problema es que los padres de Francisca le pidieron dejar el colegio, al menos por un tiempo. “Por ahora, no quiero. Me gusta dejar huella e impactar a mis alumnos con mi trabajo”, señala.
“La pérdida de aprendizajes en términos cognitivos y de habilidades sociales por la interrupción de la educación presencial durante dos años, manifestados en problemas de autorregulación, relaciones interpersonales y casos de agresividad, ha llevado a varios docentes a dedicar más horas a la contención emocional, reactivación de vínculos y nivelación de aprendizajes”.
Los casos como el de Francisca se están repitiendo. Sin embargo, y pese a las dificultades que enfrentan con la vuelta a la presencialidad los profesores, su vocación (35,5%) y la relación con los alumnos (39,8%) es lo que los motiva a seguir en la docencia, según reveló la encuesta realizada en junio pasado por Grupo Educar a cerca de 600 profesores.
Esos datos, comenta Gonzalo Escalona, investigador de Elige Educar, coinciden con “una encuesta que realizamos desde el año 2009, donde monitoreamos cómo la ciudadanía ve el trabajo de docentes y educadores. En la última versión, levantada en enero de este año, la valoración social de la profesión alcanzó su nivel más alto en 12 años. En esta línea, el 84% de las personas considera que los profesores realizan un aporte a la sociedad mayor que el de cualquier otra profesión. Por lo tanto, consideramos que esta alta valoración ciudadana del rol docente podría estar motivándolos en su labor”.
Señala el investigador de Elige Educar que el hallazgo del estudio de Grupo Educar es muy valioso, destacando la motivación intrínseca de los docentes. “Es importante que quienes estén en las aulas quieran estar ahí. Además, tenemos la convicción de que la profesión docente es la más importante de la sociedad. En palabras de Francisco Claro, fundador de Elige Educar, “¿qué responsabilidad hay mayor que la de asegurar que sus talentos y virtudes se desarrollen en cada niño o niña que crece?”.
“Desde el área de convivencia escolar se ha puesto un foco importante en el bienestar y contención emocional, lo que nos ha permitido, de a poco, ir abordando las dificultades de enseñar en este contexto. Y aún con todo esto, nos queda mucho más por mejorar”.
Sin embargo, advierte Gonzalo que no podemos descansar solo en la vocación de los docentes. Este es un elemento importante, pero no el único. “Ellos son profesionales de la educación, que junto con manejar la disciplina que enseñan, se forman en didáctica, psicología del aprendizaje, currículum y trabajo en aula, entre otros aspectos necesarios para ejercer su profesión. Por lo tanto, al ser también una profesión trascendental en el desarrollo de las personas y la sociedad, requiere que se valore desde el Estado, sostenedores, comunidades educativas y la sociedad civil, con la implementación de políticas públicas que nos permitan atraer a más jóvenes para ser profesores, contar con las condiciones necesarias para el ejercicio de su profesión y retenerlos en las aulas”.
En palabras de Nicole Collante, profesora del área de Historia y Ciencias Sociales del colegio Arzobispo Crescente Errázuriz (Puente Alto), que pertenece a Belén Educa y a la Red Irarrázaval,“en el contexto en que nos encontramos desde hace dos años, es de vital importancia la adecuación de los programas de estudio, ya que las condiciones de aprendizaje se han modificado enormemente. En el 2020 y parte del 2021 tuvimos clases online, las cuales no siempre nos dejaban la certeza del nivel de compromiso de los y las estudiantes, sumado al hecho de estar desde sus casas con muchas distracciones propias del espacio. Y este año, aunque estemos de manera presencial, continúa siendo muy necesaria la adecuación, debido a que debemos hacernos cargo de todo lo que no se logró aprender y de su bienestar emocional”.
En esa línea, señala María Teresa Loyola, docente y líder de Lenguaje del Colegio Lorenzo Sazié, que pertenece a la Fundación Belén Educa y que está ubicado en la comuna de Santiago, “en Chile no hemos podido homologar los aprendizajes, ya que algunos colegios no lograron cubrir la priorización. En cambio, otros alcanzaron un mayor avance del proceso. Esto, a mi parecer, es lo que mayormente influye en nuestra percepción y certificación de los aprendizajes alcanzados por los estudiantes, ya que tal diferencia existe con o sin priorización, es decir, el cambio radical y completamente nuevo para el sistema educativo chileno de pasar a un modelo virtual o híbrido, no es solo para la planificación de la enseñanza desde el profesorado, sino de las condiciones en que los estudiantes pueden recibirlo, y es aquí donde surgen variables emocionales, sociales y familiares, más las propias del aprendizaje”.
“Las licencias reflejan que el periodo de pandemia, como un fenómeno que puso al límite nuestra capacidad de respuesta a todo nivel, dejó fragilidades tanto en personas como en las organizaciones. Al volver a la vida colectiva en el colegio, eso queda en evidencia al observar las múltiples fricciones que se producen”.
De hecho, cuenta Gonzalo Escalona que en la encuesta Voces Docentes V, los profesores señalan que han experimentado una mayor sobrecarga laboral, reflejada en el aumento del 25% en el promedio de horas extra semanales no remuneradas respecto al 2019 (de 9,2 horas a 11,5 horas en el 2021). “Este es un desafío que veníamos observando desde el primer año de pandemia y que, a la luz de los hallazgos del sondeo de Grupo Educar, se han mantenido con el retorno a la presencialidad. Por ejemplo, a mediados del año 2020 los profesores declararon altos niveles de estrés (77%) y que estaban trabajando más o mucho más que en su jornada habitual (88%), en un contexto de rápida adaptación de prácticas pedagógicas a la enseñanza remota. También, al consultar en abril y julio del 2020 por el eventual retorno a la presencialidad, tres de cada cuatro docentes estuvieron muy identificados con que, al momento en que volvieran las clases presenciales, tendrían que actuar como pilar socioemocional de los estudiantes. Y si bien el retorno ha sido altamente complejo, también nos ha hecho valorar los vínculos que antes nos parecían obvios”.
En marzo del 2020, de una semana a otra, los docentes alteraron su forma de trabajar; niños y adolescentes cambiaron su manera de relacionarse y esto se extendió por un periodo muy largo, por la situación sanitaria. “La interacción social en las escuelas, el juego y el vínculo con sus profesores son claves en el desarrollo socioemocional de cada estudiante. En línea con lo anterior, el retorno estaría permitiendo –con todas sus dificultades– retomar uno de los componentes más característicos de la docencia: el trabajo presencial que permite interacciones y relaciones humanas que generan aprendizajes significativos en las y los estudiantes”, señala el investigador de Elige Educar.
En esa línea, explica la docente del colegio Crescente Errázuriz, en todos los espacios laborales “es importante el bienestar de los trabajadores, en este caso, docentes que consideremos factores materiales y subjetivos. Es imprescindible que las condiciones de trabajo, tanto a nivel de remuneraciones, infraestructura, distribución de carga horaria, entre otros, sean remiradas bajo el contexto actual. Y también que se puedan crear o fortalecer los espacios que generan comunidad y contención”.
Lo anterior, dice Karin Roa, psicóloga laboral, doctora en Sociología y académica de la Facultad de Educación de la Universidad de los Andes, tendría directa relación con el hecho de que “los docentes, así como la mayoría de los profesionales, tienen un alto sentido de compromiso con la función que se les asigna. En el caso de los profesores, se sienten motivados por ‘hacer la diferencia’ de aportar en los aprendizajes y vivencias de niños, por quienes sienten responsabilidad y también afecto. Para muchos de ellos, también es la forma de alcanzar su propio proyecto de desarrollo y el de sus familias, por medio de los frutos de su trabajo”.
“Las estrategias para el cuidado del bienestar docente apuntan desde espacios de autocuidado liderados por los equipos directivos a otorgar mayor cantidad de tiempo para planificación”.
Porque es un hecho, indica Nicole Collante, que el bienestar docente influye en que una comunidad pueda enfrentar los desafíos de manera cohesionada, “y por supuesto que eso repercute en la calidad del trabajo que realizamos en sala y por tanto en el aprendizaje de los y las estudiantes”.
-Por ello, en nuestro establecimiento se han realizado capacitaciones en relación con el aprendizaje socioemocional y contención y salud mental, para que podamos conocer algunas herramientas que nos ayuden a abordar a nuestros estudiantes. Se han contratado profesores volantes para amortiguar el impacto de los reemplazos. Además, se han organizado momentos de recreación y se han liberado algunos espacios para poder planificar las clases ante este contexto tan desafiante”, señalan desde el colegio Crescente Errázuriz.
Lo preocupante, dice la psicóloga Karin Roa, es que los docentes están permanentemente expuestos a situaciones intelectual y emocionalmente exigentes. “Debido a que esa es una característica de su puesto de trabajo, es la escuela la que debe disponer de procesos y dispositivos de apoyo. Deben promover capacidades para que esa constante exigencia no termine en sobrecarga y daño en la salud de su profesorado. Por ello, hay disposiciones personales (ansiedad, autoexigencia o perfeccionismo) que cada docente debe considerar en su autocuidado, pero la escuela también debe hacerse cargo. Esto puede hacerse organizando actividades para activar recursos o capacidades, o dar el tiempo para que su profesorado se reúna y que en colegialidad generen nuevas respuestas a estos desafíos. Pero sin duda el autocuidado no es suficiente, sino que el foco debe estar en la prevención laboral del estrés y burnout”.
Además, el contexto actual desafía mucho el sentido de eficacia y de competencia de los docentes. “Se sienten impotentes, y en esa impotencia se sienten vulnerables, pues su propia vocación, su prestigio y hasta su puesto de trabajo están en juego. El apoyo directivo frente a esos temores es central. Los docentes deben saber que serán respaldados, pero también capacitados para abordar las nuevas complejidades”, dice la académica de la Uandes.
¿Por qué es clave la vocación? “La vocación se vincula con sentirse llamado a ocupar ese espacio, que da un significado a la propia vida dentro de un aporte social y profesional. Sin embargo, de la idea de vocación no hay que abusar, porque el sentido de responsabilidad que mencionaba antes se vuelve problemático cuando las organizaciones escolares no han podido adaptarse para apoyar ese proceso: no disponen de recursos o procesos, o no pueden entregar capacitación adecuada o respaldo a sus docentes. Precisamente ese vínculo con el estudiante los sostiene, pero también puede llegar a hundirlos si sienten que no pueden responderles por falta de capacidad o apoyo organizativo. Ese es precisamente el origen del burnout o "síndrome de quemarse por el trabajo": es impotencia, desilusión respecto de algo que antes te importaba o le daba sentido a tu vida”, advierte Roa.
Primero, veo que en escuelas desafiantes (no me gusta hablar de escuelas vulnerables), a veces se cae en impotencia porque unos a otros se miran con desconfianza y con énfasis en las carencias. Creo que es esencial poner la mirada en los recursos que las personas tienen y que pueden movilizar como comunidad. El apoyarse entre docentes, pero también con los padres y estudiantes, permitirá sentirse menos solos y los problemas y metas se percibirían como más alcanzables. La clave está en la palabra comunidad, que no es un espacio donde se diluye la responsabilidad, sino que un espacio colectivo en el que se puede construir complicidad.
Segundo, una necesidad para estos profesionales es enmarcar el propio rol dentro de unos límites. Actualmente pueden surgir situaciones que, por su complejidad, no pueden ser abordadas por los docentes aunque surjan en el aula escolar. Saberlo ayuda al sentido de competencia.
Por otra parte, hay metas, planes o plazos que no pueden lograrse en el contexto actual. Esto requiere flexibilidad de equipos directivos, docentes y padres, y de acuerdos al interior de la comunidad escolar.
Finalmente, en escuelas desafiantes el progreso muchas veces es poco percibido, pues los desafíos pendientes siempre son muchos más. Por lo mismo, priorizar algunos ejes, valorar los esfuerzos y los logros que se alcanzan permite contactarse con la alegría del progreso y evitar la impotencia e insatisfacción que producen.
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