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Regístrate y accede a la revistaComo un activista de la inclusión y un promotor del “cambio de mirada” en el sistema educativo formal. Así puede describirse al doctor en Pedagogía español Ignacio Calderón Almendros, quien lleva más de veinte años estudiando cómo las familias pueden ayudar a las escuelas a ser inclusivas a través de la comprensión, la promoción y la defensa de los derechos educativos de todas las personas, más allá de la discapacidad.
“La escuela inclusiva no es solo una necesidad, es una condición que debiera ser obligatoria”, señala el doctor en Pedagogía y profesor en el Departamento de Teoría e Historia de la Educación y M.I.D.E. (Métodos de Investigación y Diagnóstico en Educación) de la Universidad de Málaga, Ignacio Calderón Almendros.
El autor de diversos libros tales como Educación, hándicap e inclusión. Una lucha familiar contra una escuela excluyente (2012) o Reconocer la diversidad (2018), entre otros, conversó con revista Educar sobre los beneficios de la inclusión para el bienestar emocional, social y psicológico de los niños y niñas, y sus familias, y cómo la exclusión y la estandarización limitan el aprendizaje, el desarrollo y las posibilidades de participar en la comunidad para una parte del alumnado; pero también restringe la empatía, el cuidado y el respeto por los demás en toda la población.
—¿Por qué la educación formal o la escuela ordinaria debiera transitar hacia una escuela inclusiva?
—Porque en la escuela común debe estar todo el alumnado, ya que solo así se puede construir una sociedad en la que podamos llegar a experimentar que no es difícil vivir juntos y cuidarnos, sino que en realidad es algo sencillo que nos aporta bienestar.
Cuando comencé a estudiar esto con más profundidad leí una investigación de Skotko, Levine y Goldstein que estudiaba a hermanos de niños en situación de discapacidad, y una de las preguntas que les hacían era qué había significado para ellos tener una hermana o un hermano con algún grado de discapacidad.
Entre las respuestas que más se repitieron estaba el hecho de que esa experiencia los hizo esforzarse más, los hizo aprender más, pero también los hizo ser mejores personas. Con eso ellos me mostraron una visión muy clara del valor de la inclusión. Una mirada que gran parte de la gente se está perdiendo. Hay mucha investigación que viene a respaldar estas conclusiones.
—Y si los beneficios de la escuela inclusiva son tan reconocidos, ¿por qué cree que aún existe cierta desconfianza o recelo por parte de algunas familias?
—Por temor y por desconocimiento, y porque cuando no sabemos algo nos lo inventamos, o hacemos y pensamos lo que nos dicen. Lo que desconocemos lo tapamos o lo cubrimos con el prejuicio.
Al mismo tiempo, hay que recordar que hace no mucho tiempo, la historia de las personas en situación de discapacidad estaba cubierta de oscurantismo y de vergüenza, donde era mejor esconderse y no exponerse. Entonces, el negar el valor de la educación inclusiva cobra sentido debido al desconocimiento y a todas esas emociones colectivas que siguen atenazando las vidas de tantos niños y niñas. El prejuicio se apodera de todo ese espacio, como una rémora de la visibilidad y el reconocimiento. Sin embargo, ahí hay una oportunidad para aprender sobre la importancia de la singularidad.
—¿Singularidad o individualidad?
—Cada persona es completamente singular. Somos irrepetibles y ese concepto es una maravillosa realidad que nadie puede negar. No solo somos todos distintos entre nosotros, sino que cada día que pasa, cada cosa que vivimos o que aprendemos nos hacen ser distintos a quienes éramos antes. Vamos cambiando todo el tiempo. Y ahí está la paradoja, ya que la vida nos conduce a diferenciarnos del resto y ser únicos, y sin embargo nos cuesta aceptar las diferencias de los otros.
—¿Por qué el sistema educativo formal no reconoce esa singularidad?
—Nuestra sociedad y muchas de sus instituciones tratan de homogenizar y estandarizar. La escuela quiere que todos los niños vayan al mismo ritmo, que hagan las mismas actividades, que tengan los mismos deseos, intereses, inquietudes y necesidades, pero la vida no es así. Por eso, cuando hablamos de educación inclusiva justamente nos centramos en esta idea: la escuela debe ser un espacio donde se ofrezca algo que permita que todos puedan aprender juntos, sin que eso signifique que tengan que hacer lo mismo al mismo tiempo y al mismo ritmo.
“La escuela inclusiva es lo más parecido a una orquesta, en la que la actividad y las partituras de quien toca la trompeta, la percusión, el piano o la flauta son diferentes; sin embargo, todos ellos trabajan juntos en un objetivo común, y el resultado del todo es mucho mayor que el individual”.
La escuela inclusiva es lo más parecido a una orquesta, en la que la actividad y las partituras de quien toca la trompeta, la percusión, el piano o la flauta son diferentes; sin embargo, todos ellos trabajan juntos en un objetivo común, y el resultado del todo es mucho mayor que el individual.
Lo que se produce en una escuela inclusiva es algo superior a lo que cada uno hace por su parte, porque en realidad lo que más nos cuesta observar es que el alumno estándar nunca ha existido.
—¿Cómo puede la escuela incluir o abarcar esa singularidad?
—Escuchando las voces de quienes han sido silenciados. A los niños y niñas, al profesorado y a las familias. Ellos son los actores principales, con sus intereses, necesidades y deseos.
No se trata de hacer una escuela idílica en abstracto, sino de construir una escuela que todos desean y merecen y donde todos aprendan, participen y progresen a partir de lo que la comunidad va decidiendo. No solo los niños y niñas, sino también los docentes, que en el modelo de escuela de “talla única” han debido dejar a un lado gran parte de sus saberes, su experiencia y sus deseos para ajustarse al modelo hegemónico; y las familias, que solo buscan un espacio para que sus hijos se desarrollen, progresen y prosperen como cualquier otro. Es decir, la escuela necesita del saber de la gente común, de su desarrollo, bajo el paraguas de los derechos humanos.
Es una escuela que se debe construir día a día, respetando también su propia singularidad ya que no hay una escuela igual a otra y lo que sirvió como experiencia en una, puede que no sirva en otra. Por eso, las respuestas no pueden ser estándares. Sin embargo, sabemos que hay estrategias que funcionan para todos, como, por ejemplo, la importancia de escuchar a la comunidad e interrelacionar a los distintos actores que están en ella, así también como la capacidad de poner en marcha propuestas que nacen de esas relaciones.
Ignacio calderón es doctor en Pedagogía, profesor titular de Teoría de la Educación en la Universidad de Málaga y miembro del Grupo de Investigación ‘Teoría de la Educación y Educación Social’ de la misma universidad. Su investigación se basa principalmente en los procesos de exclusión e inclusión educativa, la discapacidad y la desventaja a través del estudio de la experiencia en el aula y el sistema escolar. A lo largo de su trayectoria ha recibido algunos reconocimientos académicos, como una Mención Honorífica en los 2016 Awards for Qualitative Book in Spanish or Portuguese.
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