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Regístrate y accede a la revistaMaría Campo es máster en Orientación Familiar y ha dedicado su carrera a diseñar programas de convivencia escolar y a la formación de apoderados y alumnos. Desde su experiencia asegura que en el ámbito de la convivencia escolar es decisivo el rol que desempeñan los adultos formadores.
“Que los alumnos se conviertan en reincidentes o, bien, que corrijan su camino en la mayoría de los casos tiene relación con la actitud de sus padres y profesores. El rol de los adultos es lograr la sanación emocional del adolescente que pasó por una crisis y poder acompañarlo y guiarlo”, dice María Campo.
Para ayudar a los padres a visualizar cuál debe ser su rol María utiliza la metáfora de una herida física. “Un niño o adolescente que ha cometido un error necesita ayuda. Sea lo que sea. Es lo mismo que si vieras a un hijo que se ha roto la pierna o tiene un tajo en la cabeza. Por mucho que se haya buscado ese accidente, no se nos ocurriría reñirle o paralizarnos por nuestro enojo. Correríamos a ayudarlo, a un hospital, le daríamos mimos y cuidados. Las conversaciones sobre consecuencias y prevención vienen cuando ya el hijo está estable. Ante una conducta disruptiva, tenemos que actuar igual”.
—Usted habla de la importancia de apelar a la conciencia, más que castigar. ¿A qué se refiere?
—Los padres debemos tener claro que, aunque hayamos trabajado en la formación de valores, puede llegar el día en que nuestro hijo no elija el camino más adecuado a nivel moral o el más correcto con miras a sus compañeros de clase y con miras a sí mismo. Cuando la conciencia de ese joven ha estado trabajada, cuando se le ha formado en lo que es el bien y el mal y en que los actos tienen siempre consecuencias, será mucho más fácil apelar a esa conciencia si ha protagonizado una acción disruptiva. La conversación como familia debe apuntar a que el hijo vea que lo que hizo no está bien, analice las consecuencias, analice por qué hizo lo que hizo.
—¿Es bueno que esa conversación vaya aparejada con un castigo?
—No queremos hacerle daño al adolescente. Queremos hacerlo consciente. Eso es lo primero que debemos tener en mente. En paralelo, pueden idearse situaciones reparatorias que tengan relación con el acto; si hicieron algún daño material en el colegio, repararlo. Si hizo un acto ofensivo, ofrecer disculpas. Pero el foco no debe ser un castigo. Si nos enfocamos en eso, tal vez logremos tapar la sintomatología, pero no vamos a la raíz. Puede que el adolescente cumpla todos los castigos pero que su conciencia no haya sido tocada. Los adultos debemos ahondar en la dimensión moral y emocional y hacerlos ver que estamos ahí para acompañarlos y asegurarnos de que no vuelva a verse en una situación de tanto malestar, porque sabemos que es una buena persona y que es capaz de escoger bien.
—¿Qué podemos hacer para darles la confianza de que pueden escoger bien?
—No solamente decírselo, sino hacerle ver todo lo que vale con nuestras acciones y dichos en el día a día. Nuestro rol es ayudarlo a sacar la mejor versión de sí mismo y para eso es esencial que seamos espejo de todas las cosas buenas que tiene y que tal vez él todavía no note. Guiarlo a que se desarrolle y ayudarlo a ver con quiénes le hace bien juntarse, qué situaciones lo ponen contento. Por ejemplo, si ha hecho bullying debe pedir perdón, pero también alejarse de ese grupo porque él no ha encajado bien ahí. Darle la oportunidad de otro grupo donde pueda aprender a crear relaciones sociales sanas y enseñarle a crear relaciones sociales sanas una vez que ha sido capaz de cerrar el capítulo difícil.
—¿Cuando no se enmienda el camino es porque el joven no tiene las herramientas necesarias?
—Si los padres, profesores o profesionales a cargo no lo ayudamos a la reinserción o reeducación, si no lo ayudamos en esa fase, lo más probable es que en una fase de culpabilidad, de malestar y no sentirse capaz de salir adelante, caiga en el agujero y lo vuelva a hacer. Porque no tiene recursos para sentirse fuerte. Es la razón por la cual muchos adolescentes terminan reincidiendo. Son conscientes de que no les hace felices pero no conocen otro camino, no saben hacerlo de otra manera. Por eso la importancia de estar pendientes del ánimo del hijo, motivarlo a hacer las actividades que lo hacen sentir bien, donde se pueda refugiar para curar y sanar esa parte emocional dañada. Tiene que resurgir desde quien él es, ayudarle a escoger otro camino.
“Ser padres es una oportunidad de desarrollo personal potente, pues necesita que vayamos creciendo junto con nuestros hijos”, dice María Campo. Algo que ella recomienda cultivar como padres y también para inculcar a los hijos son las “3R”: ante un estímulo o situación primero RELAJARNOS, luego REFLEXIONAR y, al final, REACCIONAR.
Cuando se reacciona de inmediato es imposible sopesar todas las variables.
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