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Regístrate y accede a la revistaUna de las lecciones que nos ha dejado la pandemia de coronavirus es que los docentes son irremplazables. Esta vez quisimos conocer la historia de uno de ellos, Manuel Calcagni, profesor del Instituto Nacional y ganador del Global Teacher Prize nacional 2020.
Cuando le preguntamos a Manuel Calcagni por qué creía que ganó el premio Global Teacher Prize 2020 nos respondió: “Pienso que el espíritu de este premio no es destacar a un individuo, sino a docentes que representan a otros y están haciendo las cosas de manera innovadora y generando impacto en sus comunidades”.
A su juicio, la pandemia nos revela que, como él, son muchos los profesores a lo largo de nuestro país que podrían ser premiados. “Pienso que los docentes que podrían ser reconocidos como lo fui yo, son muchos a lo largo y ancho del país. Pero en mi caso particular, hace tiempo vengo probando metodologías vinculadas al cine, y compartiéndolas con toda la comunidad, lo cual en pandemia se volvió aún más positivo que en años anteriores, ya que la gente estaba encerrada, aburrida, con ganas de compartir, y nosotros generamos esa instancia”.
Manuel es un profesor que realiza talleres de cine para sus alumnos de enseñanza media. ¿Por qué?, le preguntamos. “Estoy cada vez más convencido de que el cine es una herramienta pedagógica con muchísimo potencial (en el ámbito de la creación y del análisis), pues permite adentrarse en el imaginario del estudiante, al tiempo que fomenta el desarrollo de múltiples temáticas y habilidades, como el pensamiento crítico, la creatividad y el trabajo en equipo. Pienso que eso también fue valorado por el jurado de este año”.
—¿Cuál es el sello que imprimes en cada una de tus clases?
—Insisto en que no me gusta ver este premio como una competencia. Pienso que son muchos los docentes que hacen las cosas bien. Que se preocupan de mantener un buen trato en el aula, de generar espacios democráticos y dialogantes, que están interesados en aprender de los estudiantes, y siempre dispuestos a innovar, replantearse las propias prácticas de enseñanza, y de conectar con los intereses y necesidades del contexto en que enseñan. Pienso que, en mi caso, esas han sido las directrices que me han dado buenos resultados, y muchas de ellas las he aprendido de mis estudiantes y demás colegas.
La historia de Manuel es parte de la razón de su premio, dice. Proviene de una familia de educadores. “Mis abuelos, por parte de padre, fueron profesores, y mi mamá hacía clases en la universidad. Como que ya imaginaba y respiraba la enseñanza, inconscientemente. Además, tuve la suerte de tener profesores y profesoras muy cercanos y de muy buen trato en el colegio, y también algunos en la universidad”.
Su familia, cuenta, es la que le hizo comprender que “la pedagogía es algo que va más allá de los contenidos, como algo que puede generar un gran impacto en la gente, así como ocurrió en mí. Además, siempre vi en el área de las humanidades un potencial gigante para discutir, crear y transformar la realidad. Cuando observé que desde la enseñanza de la historia podía combinar ambos mundos, me fue fácil tomar la decisión”.
—¿Cómo son tus clases? ¿Cómo trabajas con tus alumnos cuando no están motivados?
—Creo que algo que caracteriza mis clases es que son muy de discutir. De aprender a escuchar, de hacer sentir a cada persona importante y con algo que decir. Intento no caer tanto en los contenidos de memoria, y más en vincular los temas con la realidad que vivimos cotidianamente en el país, el barrio o la familia. En ese ambiente, cada persona siente que sabe algo, que acarrea una experiencia valiosa, y que el docente es solo un facilitador, que pone los énfasis, guía las discusiones, y va complementando, cuando es necesario (a veces no lo es).
Manuel Calcagni asegura que “la pedagogía es algo que va más allá de los contenidos, como algo que puede generar un gran impacto en la gente, así como ocurrió en mí. Además, siempre vi en el área de las humanidades un potencial gigante para discutir, crear y transformar la realidad”.
Además, siempre intento que las propuestas, evaluaciones, actividades, etc., sean democráticas. De esa forma, los alumnos se sienten parte, y se involucran más. Generalmente les doy espacio para que escojan sus propios temas de interés, formatos de entrega para sus evaluaciones, y propuestas para la clase misma. Por último, siempre estoy tratando de meter el cine por ahí o por allá. A veces no se puede o es mejor trabajar otros materiales, pero siempre se puede incluir algún fragmento, cortometraje, documental, etc. Eso les gusta a los estudiantes, y a mí también. Todos ganamos.
—¿Cómo trabajaste en medio de la pandemia?, ¿usabas antes los medios tecnológicos e interactivos?
—Por mi cercanía con el cine, me tuve que ir puliendo en el uso de herramientas tecnológicas. Por ello, no me salió tan difícil incluir las plataformas y herramientas tecnológicas. Por lo general, elaborábamos guías o actividades en conjunto con colegas del mismo nivel, las subíamos a la plataforma, y por clases online las explicábamos, analizábamos las fuentes y aclarábamos dudas. Durante el resto de la semana, los estudiantes las trabajaban, y entremedio íbamos haciendo retroalimentaciones o profundizábamos con otros materiales. Así, a la siguiente semana nos volvíamos a reunir online, y hacíamos una puesta en común colaborativa en que íbamos leyendo las respuestas y complementando conocimientos. Al final, se hacía una síntesis, reforzábamos los conceptos y habilidades trabajadas, y dejábamos enunciado el trabajo venidero. Esa fue un poco la dinámica. Algunas veces faltaban varios estudiantes, y otras costaba lograr la participación, pero en general resultó bien.
—El año 2020 fue un año de aprendizajes, ¿cómo trabajaste el ámbito socioemocional?
—El tema socioemocional fue el gran desafío de este año. Hubo muchos alumnos que no se conectaban, participaban irregularmente, no realizaban las actividades, etc. Y, si bien hubo un tema práctico que tiene que ver con la falta de acceso a internet o a un computador, hubo muchos que se restaban porque estaban pasando por momentos difíciles. Desmotivación, tristeza, ansiedad, etc.
Recordando algunos momentos vividos en el año 2020, Manuel cuenta que muchas veces fue difícil mantenerse en contacto con sus alumnos y, por tanto, “hubo que redoblar esfuerzos y tejer nuevas redes para poder llegar. Fue clave el apoyo de los compañeros, de los apoderados, y demás colegas. Pero, aun así, tengo la sensación de que muchas personas lo pasaron bastante mal y no tuvieron el apoyo que necesitaban. Creo que es la gran moraleja y desafío para este año 2021. Poner atención en esa dimensión, pensar en generar instancias eficientes para prestar apoyo en el área socioemocional.
—¿Cómo piensas trabajar este 2021?, ¿qué desafíos tienes al respecto?
—Creo que hay muchas variables que no vamos a poder controlar. No sabemos si tendremos que realizar clases virtuales, presenciales, o si se implementará un sistema híbrido. Pero, lo que sí depende de mí es poner mi mejor esfuerzo para llegar de la mejor manera posible a mis estudiantes. Estar siempre reinventándose en términos de tecnologías, metodologías y conocimientos, y estar atento al bienestar integral de los alumnos y sus familias. Para hacerlo lo mejor posible, pienso que es importante estar lo mejor posible uno mismo.
—¿Otra recomendación para este 2021?
—Descansar, cambiar de tema, compartir con la familia y las amistades, hacer deporte, leer y ver muchas películas buenas para el alma. Y respecto de mis desafíos, la verdad es que este premio me abrió varias dimensiones y ganas de hacer cosas, así que estoy con muchas ideas y quiero ordenarlas y aterrizarlas para seguir desarrollándome y aportando a mi comunidad.
Hace siete años, Manuel Calcagni (33) licenciado en Historia y magíster en Cine Documental de la Universidad de Chile, es parte del equipo docente del Instituto Nacional. Allí lidera el taller extracurricular de Cine, “Creavisión”, por medio del cual postula que el séptimo arte sigue siendo un recurso para innovar en sus clases a estudiantes de educación media.
Estudió Pedagogía en la UC, para posteriormente obtener la licenciatura en Historia en la U. de Chile, junto al magíster en Cine Documental del Instituto de la Comunicación e Imagen de la U. de Chile (ICEI), herramienta que diariamente pone a disposición de sus alumnos.
En esta ocasión quiero recomendar el documental brasileño La Isla de las Flores (Jorge Furtado, 1989).
Cuenta la historia de un basural ubicado en la Isla de las Flores, pero con la gracia de que te muestra todo el recorrido que realiza un tomate podrido desde la casa de una familia en la ciudad aledaña, hasta el basural en cuestión. A medida que el tomate avanza, una voz en off muy bien escrita, va explicando muchas cosas que tienen que ver con la economía, el medio ambiente, el mundo animal y los seres humanos. La narración pretende ser objetiva en sus descripciones (está al borde de ser robótica), pero entra a dialogar constantemente con las imágenes que se muestran. Eso genera una serie de contrapuntos que provocan constantemente al espectador, y lo hacen pasar por variadas emociones y reflexiones. Además de permitirte ahondar sobre varios temas en el aula, este corto documental nos hace entender que detrás de una película hay un equipo realizador, con un punto de vista de las cosas. De esta forma, no solo las reflexiones planteadas en el documental y la información que nos llega son interesantes, sino que también lo es el ejercicio de volver a mirar cada obra audiovisual sabiendo que hay un punto de vista determinado (y nunca objetivo) de la realidad.
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