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Regístrate y accede a la revistaLa educación en línea puede ser un apoyo y una herramienta excelente, pero no es el eje central de una enseñanza humana, inclusiva y de calidad, señala esta académica española, experta en pedagogía social.
Su área de trabajo es la pedagogía social. Y su línea de investigación, las poblaciones en riesgo de vulnerabilidad y exclusión. En uno de sus últimos trabajos, Sarah Carrica-Ochoa, doctora internacional en Pedagogía, intentó identificar las habilidades de autodeterminación de los jóvenes gitanos y su transición a la vida adulta. Desde el año 2015 trabaja en la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra.
En esta entrevista, conversamos con Sarah Carrica-Ochoa sobre los efectos de la pandemia en el mundo de la educación, el retorno a las aulas y las nuevas habilidades que han debido desarrollar este año los educadores y también las familias.
-¿Cómo han vivido ustedes, como académicos, educadores e investigadores, este año de pandemia?
-El principal reto al que nos hemos tenido que enfrentar los académicos –profesores e investigadores–, no es tanto de pérdida de empleo como en otros campos muy afectados, sino de tener que reinventarnos. Reinventar y adaptar nuestra docencia, investigación, nuestra manera de trabajar y comunicarnos.
En cuanto a la investigación, muchos proyectos se han paralizado, especialmente en el campo de la educación, que requieren ese contacto frente a frente. Pero también han surgido nuevas líneas de investigación, no solo médicas, sino de explorar nuevos significados de solidaridad, desigualdad, relación, soledad, miedos, corresponsabilidad y un largo etcétera.
“Según las estimaciones de la Unesco, el año 2020 más de 1.500 millones de estudiantes de 165 países no pudieron asistir a los centros de enseñanza debido a la COVID-19. Esto ha obligado a la comunidad académica a rediseñar la enseñanza, a explorar nuevas formas de enseñar y aprender”. Sarah Carrica-Ochoa.
-¿Cómo ha afectado a las familias: padres e hijos?
-La pandemia ha traído muchísimas dificultades a las familias, también aprendizajes positivos (siempre hay que buscarlos). Hacia dónde se haya inclinado más la balanza dependerá de factores: económicos, de salud, de recursos para la conciliación familiar, recursos parentales, etc.
El primer reto ha sido tener que cambiar la dinámica familiar, de la noche a la mañana, obligados a estar en casa 24/7 compartiendo jornadas laborales, escolares y tiempo en familia. Todo, sin ayuda, sin los dos pilares de conciliación fundamentales para las familias hoy en día: los abuelos y los centros educativos. Esto, sin olvidar que algún miembro de la familia no hubiera enfermado. Esta situación ha puesto sobre la mesa de la manera más cruda algo que las familias ya vienen denunciando hace tiempo: la falta de gestión en conciliación y apoyo familiar. Tema aparte es el de los efectos que esta situación puede estar teniendo en el desarrollo de la infancia y adolescencia. Habrá que ver qué se dice en el futuro. De nuevo influirán los recursos materiales, sociales y personales de las familias, pero es un tema que, desde luego, preocupa.
-¿Cuál ha sido el papel de la familia en los estudios de los hijos durante la pandemia y cómo potenciar ese papel a partir de la experiencia vivida?
-El papel de las familias en los estudios de sus hijos siempre ha sido clave. Son numerosos los estudios que destacan la implicación de la familia como variable que correlaciona positivamente con el rendimiento académico. Dicha implicación de las familias con el centro educativo contribuye a que el alumnado se sienta más motivado hacia su aprendizaje, logrando que se considere más capaz y se esfuerce más, lo cual ayuda a mejorar sus resultados.
Si algo bueno ha traído esta pandemia a las familias, es la cantidad de tiempo que han podido compartir con sus hijos (en hogares sin violencia, ni problemas graves, claro). Se han podido conocer mejor, comprender las necesidades de sus hijos e hijas y ver de cerca su día a día en el centro educativo.
-Con respecto a los profesores, ¿cómo describiría usted los efectos de la pandemia en su quehacer?
-El profesorado se ha visto obligado a cambiar su docencia, pasar de la presencialidad a la educación en línea en pocos días. Esto requiere unas competencias digitales que, en primer lugar, no todo el profesorado posee, con la consecuente sensación de incompetencia profesional. También han hecho falta recursos materiales que, dependiendo de los centros, han sido escasos, siendo el profesorado quien buscara los suyos propios. Asegurarse de llegar a todo el alumnado, ha sido otra dificultad. Durante el confinamiento se ha comprobado la brecha digital que existe entre los estudiantes, agravando la brecha educativa que ya de base podía existir. De nuevo, los estudiantes con menos recursos han salido más desfavorecidos.
-¿Qué carencias quedaron en evidencia, durante la pandemia, en las familias y en los educadores?
-La carencia principal que se ha visto en el ámbito familiar ha sido la falta de estructuras reales de apoyo a la conciliación en nuestra sociedad. No todo son los abuelos y las abuelas. Se necesita que el mundo laboral se implique en esto, facilitando y flexibilizando jornadas laborales sin pérdidas salariales. Las familias están haciendo malabares para educar y trabajar, y como sociedad debemos apoyarnos, más en una situación de emergencia. Por la sociedad de ahora y la de mañana.
Respecto al profesorado, diría que ha quedado en evidencia antes que nada, la gran labor diaria que realiza. La carencia principal que como sociedad deberíamos procurar cubrir es su formación permanente y apoyos para garantizar una equidad educativa, la cual no es responsabilidad del profesorado, lo es de todo el sistema educativo y social.
-¿Qué nuevas habilidades han debido desarrollar unos y otros?
-Las familias de alguna manera se han reencontrado. El mundo ha parado y se han visto en casa, juntos, sin prisas, aunque con estrés y preocupaciones. Han tenido que trabajar la resiliencia personal y familiar, para no solo sobrepasar esta pandemia, sino salir reforzados de ella como familia. El profesorado ha tenido que desarrollar en tiempo exprés habilidades profesionales, como las digitales y nuevas formas de llegar al alumnado; y personales, como la regulación de sus emociones en una situación de riesgo máximo para asegurar el bienestar emocional de su alumnado.
“Hay que luchar por la presencialidad, sin renunciar a la salud”
-Imaginando que se pueda dar un retorno a las aulas alrededor del mundo, ¿qué habrá cambiado?
-Todo. Pero habrá un retorno a las escuelas. Ya lo ha habido en muchas partes del mundo. Y en cierta manera, nada es igual, porque ninguno lo es ya. Ya no solo porque no nos veamos las caras por las mascarillas, no nos toquemos o no compartamos como antes. Esta pandemia nos ha puesto a prueba como sociedad. Pero la vuelta a las aulas debe darse, hay que luchar por la presencialidad, sin renunciar a la salud, por supuesto. Pero la educación no es tecnológica, sino humana, y aunque las tecnologías pueden ser un buen apoyo, necesitamos relaciones interpersonales.
“El año 2020 ha sido un gran reto; ahora debemos intentar comenzar un peculiar curso 2021 con seguridad sanitaria, calidad de enseñanza y sin dejar a nadie atrás”. Sarah Carrica-Ochoa.
-Ustedes en España están viviendo este proceso con algunos meses de anticipación a nosotros en Chile, ¿cómo han vivido los profesores el regreso a las escuelas?
-La vuelta a las aulas, al menos aquí en España, ha supuesto semanas de estrés, incertidumbre y desamparo para el profesorado. Se desconocía en qué condiciones iban a volver a las aulas, con qué apoyos, todo parecía imposible e ilógico. Dos meses después se ha constatado, de nuevo, la gran labor diaria que realizan. Ya durante el confinamiento se pudo poner en valor la labor del profesorado, pero tras la vuelta, es de admirar cómo están sabiendo gestionar la situación, con un número de contagios mínimo.
-Con respecto a la llamada educación virtual o en línea, ¿qué conclusiones se pueden sacar de esta en el caso de las escuelas?
-Mi conclusión es que la pandemia ha demostrado que la educación virtual o en línea no es el futuro. Al menos en la etapa escolar. Hay que seguir apostando por la presencialidad, el contacto, la socialización. Ir a la escuela de alguna manera iguala en condiciones al alumnado. Aunque en el tema de equidad aún queda mucho por recorrer, desde luego, estando en la misma aula será más fácil que desde cada casa con sus particulares y diferentes condiciones y recursos. La educación en línea puede ser un apoyo y una herramienta excelente, pero no el eje central, no si queremos una educación de calidad.
-Después de la pandemia, ¿saldrá fortalecida la educación? ¿Y la relación familia-escuela?
-Me resulta difícil decir si la educación ha salido fortalecida o no, es pronto aún para saberlo. Desde luego que para muchas personas no, porque muchas personas se han quedado atrás por falta de recursos. Pero otras muchas han podido y han sabido adaptarse y eso, sin duda, las ha reforzado.
En cuanto a la relación familia-escuela, sí creo que de alguna manera esta situación las ha podido unir. Las ha unido la preocupación conjunta de cómo realizar esa vuelta a las aulas de la manera más segura posible, las ha unido en cuanto a que han compartido “funciones docentes”. Las familias se han visto obligadas a participar en la vida escolar de sus hijos.
Esto, centrándome en los casos positivos, ha podido ayudar a que el alumnado perciba y viva cierta continuidad en los ambientes familiar y escolar, sintiéndose más apoyado y siendo más fácil y positivo su trabajo para el logro de los objetivos marcados. Las familias han podido desarrollar actitudes más positivas hacia los centros (reconocimiento de labor y autoridad), aumentando así su actitud y disposición positiva hacia ellos. Y los centros, el profesorado, también han podido conocer de cerca realidades familiares, empatizando y comprendiéndolas mejor.
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