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Dic 2024 - Edición 289

Familia y colegio unidos en el aprendizaje

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Doctor Miguel O’Ryan, el mateo del curso

Se ha hecho conocido por explicarnos, a los chilenos, cómo es el coronavirus, cómo funciona y cómo se propaga; y con la misma pasión con la que ha informado a la opinión pública, recuerda su poco convencional etapa escolar, sus profesores destacados, y también cómo ha sido su experiencia como profesor universitario.

Por: Paula Elizalde
Doctor Miguel O’Ryan, el mateo del curso

Profesor titular y director de Relaciones Internacionales de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, es también investigador asociado del Instituto Milenio de Inmunología e Inmunoterapia, invitamos a Miguel O’Ryan a dejar, por un momento, de lado la medicina, para recorrer juntos sus recuerdos escolares y universitarios.

—¿Qué memorias tienes de tu época escolar?

—Mis primeros años de colegio fueron “privilegiados”, en Estados Unidos, donde mi padre cumplía labores como ejecutivo de la Empresa Nacional del Petróleo (ENAP). Recuerdo las navidades blancas, una alegría familiar permanente, un colegio con pocos alumnos por curso, profesoras afectivamente cercanas.
Regresamos a Chile para continuar con una educación muy privilegiada, en el Nido de Águilas, especialmente para conservar el inglés. Pero aprendí ahí también ciertas características de resiliencia: a diferencia de mis compañeros que llegaban en bus escolar, mis hermanos y yo llegábamos a diario, luego de cruzar Santiago en transporte público, para caminar el largo camino del cerro, para llegar al edificio del colegio. Recuerdo también el afecto y la dedicación de los profesores.

En octavo básico mi padre decide, por convicción, que era tiempo de ser parte de la “realidad del país” y nos cambiamos todos al Liceo 11 de las Condes. Un cambio radical, pero extremadamente positivo para mi desarrollo personal. Fue una combinación de lidiar a diario con dificultades de la falta de recursos (aunque por estar en Las Condes, las deficiencias no eran de extremada gravedad), con la solidaridad entre los compañeros, la convivencia sin fronteras socioeconómicas significativas, el espíritu de superación de un curso privilegiado para el entorno, y el deleite de unos profesores excepcionales. Destaco a Jorge Avilés, mi profesor y mentor de Biología, cuyo objetivo fundamental era enseñarnos a pensar, y Viterbo Osorio, profesor de Filosofía universitaria, un lujo para un colegio público.

—¿Algún chascarro o anécdota?

—Era uno de los “mateos” del curso, pero además me encantaba jugar fútbol en los recreos. Jugábamos con lo que fuera, porque rara vez había una pelota “de cuero”. Jugábamos con pelotas de plástico (me fascinaban), rellenas si se rompían. Era frecuente que volviera del recreo muy transpirado y mi eterno compañero de banco, mi querido amigo Beltrán Jaureguiberry, exclamaría permanentemente “¡no, guatón, ya venís mojado de nuevo!”.

—¿Cuándo comenzó tu gusto por la medicina?

—En aquellos tiempos (1976), a quienes les iba bien y tenían opción a carrera universitaria, y tenían afinidad por números y ciencias, las “mejores” opciones (bajo el clásico pensamiento de posible realización profesional y bienestar económico) eran ingeniería o medicina. A los 16 años, edad en que postulé a la universidad, no tenía la madurez vocacional y estaba entre una y la otra. Debo reconocer que sí había forjado cierta tenacidad y responsabilidad por las decisiones a tomar. Es por ello que, una vez conocido mi buen puntaje en las pruebas, opté por Medicina con la convicción de que, tomada la decisión, me la jugaría por cumplir. La universidad la decidí al momento de postular, junto con mi buen amigo Jaime Díaz de Valdés. En la noche supe que mi otro gran amigo y compañero, Patricio Venegas, había postulado a Medicina, pero en la Universidad de Chile... fue una desilusión pues nos separamos en la época universitaria, ¡pero no en la vida!

—¿Alguna materia que te costaba más? ¿Eras un estudiante disciplinado?

—En la universidad me costaron ramos como Bioquímica y especialmente Histología. Fui disciplinado para estudiar, y por lo general intentaba entender más que memorizar. Pero en los ramos en que se requería comprensión “espacio-temporal” o visual, mis aptitudes eran más limitadas. Recuerdo que, en segundo año, pasar el curso dependía de una nota 7 que debía sacar en un examen práctico de microscopía; mi gran amigo y compañero Milenko Ivankovich (hoy no está con nosotros), me llamó para decirme primero que me había sacado un 3... para rápidamente señalar que era una broma y que me había sacado un 7. Luego de increparlo, recuerdo haberme tirado a la piscina con ropa de pura felicidad.

—¿Recuerdas a alguna profesora o profesor en particular?

—Como mencioné anteriormente, Jorge Avilés fue mi gran mentor en el colegio. Viterbo Osorio nos enseñó a redactar, a reflexionar con Platón y Aristóteles. Destaco a Marion Soto, con su extraordinaria capacidad de comprender a jóvenes adolescentes, quien nos enseñó a conversar y analizar la realidad nacional y nuestras propias vivencias juveniles. Se agregan, y estamos hablando de un liceo público, excelentes profesores de Matemática y Física en tercero y cuarto medio (cuyos nombres no recuerdo, pero sí su capacidad de entusiasmarnos a resolver las complejas ecuaciones).

En la universidad, instructiva y profesionalizante en aquellos tiempos (había poca actividad formativa como ciudadano; eran tiempos complejos), destaco al profesor Barahona de Anatomía Patológica por su increíble capacidad de sistematización desde la célula, a los tejidos, a los órganos; y a Armando Roa por su pasión en la entrega de sus clases, marcadoras por cierto, en el pensamiento fenomenológico.
Si bien no fue profesor directo, mi suegro, el médico pediatra Humberto Soriano fue fundamental para mi elección de la especialidad de pediatría, subespecialidad de infectología, y mi pasión por la investigación biomédica.

—¿Cómo ha sido tu experiencia como profesor universitario en estos tiempos?

—La experiencia de la enseñanza directa, con los estudiantes de pregrado hasta hace unos diez años (en la última década he debido dejar las clases de pregrado para centrarme en otras tareas académicas), siempre fue muy rica y gratificante. Si bien se percibe una tendencia a la apatía, en general salía muy contento luego de la interacción en las clases magistrales, y especialmente en los trabajos de grupo con 10 a 12 estudiantes. Por cierto, con mis estudiantes de posgrado, en forma más tutelar, he tenido enormes satisfacciones, con notables “discípulos/as” que hoy están haciendo grandes cosas en sus instituciones.

Más complejo ha sido lidiar más recientemente con los grupos de jóvenes algo más politizados, en mi rol de senador universitario. Siendo un ferviente impulsor de la participación estudiantil en la estructuración de su futuro, y por ende en su rol positivo en organizaciones que nos permitan entre todos el tener una mejor universidad, veo con gran preocupación que la participación es en general muy baja, hay apatía, y que dominan las agrupaciones los y las jóvenes más ideologizados, poco dialogantes, que persiguen otros fines, no necesariamente académicos, para la universidad. ¡Esto me preocupa mucho!

—Te hemos visto en distintos medios también “educando” a la ciudadanía. ¿cómo ha sido esta experiencia?

—Ha sido gratificante; si en algo ha contribuido a que nuestros ciudadanos comprendan mejor la pandemia, el virus, el cómo se disemina, y qué debemos hacer cada uno para prevenir infectarnos, me siento más que satisfecho.

En pocas palabras

Coronavirus:
Un virus que nos pone a prueba como humanidad, país y sociedad. La capacidad de controlarlo depende de cada uno de nosotros.

Salud en Chile:
No tan mala, ni tan buena; ha quedado claro que bajo presión se pueden integrar los sistemas público y privado, avanzando hacia un sistema más justo. En la atención primaria, por otro lado, ha faltado más integración y coordinación, una lección para el futuro.

Educación a distancia:
Cumple un rol importante, exponencialmente potenciado con la pandemia; debemos aprender de lo que se ha hecho bien, no tan bien, lo que se puede mejorar, para que encuentre un nicho claro para un mejor proceso educativo a futuro.

Educación superior:
Fundamental para la formación de las futuras generaciones; no debe sucumbir a la amenaza seria de la politización exagerada por sobre su rol formador. Pero los tiempos son complejos y la comunidad universitaria deberá salir de su estado actual de cierta individualidad, para avanzar en instancias deliberativas.

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