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Regístrate y accede a la revistaMás de 500 profesores, de todas partes de Chile, han conversado con Jaime Rodríguez, director de Proyectos de Costadigital, a través de charlas virtuales sobre cómo pasar de lo presencial a lo virtual. De lo dulce y lo agraz de este proceso nos cuenta aquí.
Decenas de preguntas surgen en cada charla que Jaime Rodríguez, director de Proyectos del centro Costadigital de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso —lugar que busca generar soluciones pedagógicas, a través de la tecnología, para el desarrollo de las habilidades y competencias necesarias para enfrentar los desafíos del siglo XXI—, realiza a profesores de todo el territorio nacional. El traspaso de una clase presencial a una virtual, para muchos docentes no ha sido fácil.
—¿Cuáles son las principales dificultades que tienen los profesores en esta transición?
Los profesores están declarando varias dificultades en tres niveles:
—Frente a estas dificultades y preocupaciones, ¿cuál es tu respuesta?
Lo que debemos hacer es priorizar del currículum aquello que es más nuclear y esencial que nuestros estudiantes aprendan y que además sea posible enseñar desde la virtualidad. Para esto una buena pregunta es ¿qué es lo que me cuesta más enseñar y a mis estudiantes más aprender? Generalmente, eso es un contenido nuclear de la asignatura y donde la tecnología puede ser una excelente aliada para el aprendizaje.
La otra preocupación tiene que ver con ¿cómo enseño en la virtualidad para involucrar a mis estudiantes de manera más activa? Para esto creo que dos son las claves:
—En temas de motivación, ¿cómo ha sido tu experiencia, cuesta motivar a los profesores en esto?, ¿cómo lograrlo? y ¿cómo lograr que ellos motiven a sus alumnos a distancia?
Es importante reconocer el extraordinario ejercicio y esfuerzo que están realizando los profesores para llevar las clases a sus estudiantes, sin estar necesariamente preparados para trabajar en esta nueva modalidad y en un contexto que es altamente demandante, incierto y desafiante para todos. Yo personalmente creo que el tema de la motivación del docente no ha sido un problema, todo lo contrario, los veo muy activos realizando y haciendo seguimiento a las actividades que les están dando a sus estudiantes, ocupados aprendiendo de nuevas estrategias y herramientas para hacer más desafiante y atractiva su clase, etc.
Hay un desafío con involucrar más a los estudiantes, pero que no necesariamente pasa por un tema de motivación de ellos, sino que pasa, por ejemplo, por desarrollar algunas habilidades a las cuales en la escuela no se les había puesto tanta atención, como es el trabajo autónomo y la autorregulación.
—Por último, ¿cómo crees que serán las clases después de los cambios que estamos viviendo?
Esa ha sido una pregunta que me he realizado desde que comenzó todo este cambio, y creo que este escenario que no elegimos es una oportunidad inmensa para repensar la escuela y las clases, y tres son las cosas que, creo, nos pueden servir para repensar la escuela de aquí en adelante: primero, la innovación en educación es posible, porque todos, al mismo tiempo, sin opción, con esfuerzo, hemos tenido que rediseñar nuestras clases y aprender nuevas formas de llegar a nuestros alumnos, animándonos a probar nuevas formas de enseñar y aprender que pasan a formar parte de nuestro repertorio educativo.
“Es importante reconocer el extraordinario ejercicio y esfuerzo que están realizando los profesores para llevar las clases a sus estudiantes, sin estar necesariamente preparados para trabajar en esta nueva modalidad y en un contexto que es altamente demandante, incierto y desafiante para todos”.
Lo segundo es el reconocer e incorporar a la escuela todo lo que se puede aprender de manera informal fuera de ella. Estas nuevas formas implican también nuevas formas de ocupar el tiempo, en las cuales podemos ofrecer a nuestros estudiantes la oportunidad de participar en aprendizajes donde ellos deciden el qué, cómo, con quién o con qué y cuándo ocurren estos aprendizajes. El aprendizaje formal se debe integrar con el aprendizaje informal para que el aprender a aprender ocurra.
Lo último es pensar qué pasa cuando no existe la escuela física, y ahí nos damos cuenta del inmenso valor de la escuela, con todas sus dificultades, como espacio que permite acortar brechas y desigualdades, proteger a todos los niños, niñas y jóvenes que a ellas acuden y poner foco en el aprendizaje. Espero que cuando todo esto pase, el valor de la escuela y los docentes será revalorado y resignificado, y esa será una oportunidad para volver a pensar y construir una nueva escuela, aquella que soñamos.
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