En unos pocos días, y quizás sin previo aviso, la comunidad educativa de nuestro país se transformó. De tener una sala de clases y un curso ordenado junto a su profesor, pasamos a convertir nuestros hogares en aulas, a transformar y mover muebles, para poder seguir con las clases, pero a distancia.

El reto ha sido difícil, verdaderamente. Sin embargo, se ha ido avanzando poco a poco, y así surgieron las primeras experiencias. Cobraron vida las clases por Google, las videoconferencias por Zoom y una gama de posibilidades para conectar al docente con sus alumnos.

Ahora que ya ha pasado un poco la tormenta, podemos realizar algunas reflexiones. En algunos casos, nos encontramos con alumnos, dicen los expertos, más reflexivos, con opinión, particularmente los más adolescentes. Lo que más llamó la atención fue la rápida adaptación y la capacidad de autogestión. La responsabilidad y el sentido y el pensamiento crítico de los jóvenes, también.

La clave, aseguran los especialistas, fue conocer las capacidades de los alumnos de solucionar los problemas, pero –lo más importante–, cómo contenerlos y apoyarlos. En el Colegio Padre Pedro Arrupe conocimos una experiencia en que la salud socioemocional de sus estudiantes fue crucial para enfrentar la pandemia y adaptarse a los cambios.

Sin embargo, nada de todo esto hubiese sido posible sin la ayuda del profesor, porque la irrupción de la tecnología puede generar aprendizajes significativos a los alumnos, cuando el docente se convierte en un buen mediador.

En todo caso, habrá que seguir reflexionando para seguir adaptando nuestro sistema educacional a una sociedad que cambia de forma muy rápida, muchas veces sin previo aviso. Los invitamos a leer esta edición y conocer de las ventajas y desafíos de este nuevo modelo educacional.

Marcela Paz Muñoz Illanes

Directora Revista Educar