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Dic 2024 - Edición 289

Familia y colegio unidos en el aprendizaje

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Adolescencia: El estallido de las discusiones

“A dos cuadras de mi casa hay una plaza donde se juntan grupos de chicos y chicas a tocar música. Le di permiso a mi hija de 14 años para ir con sus amigos hasta las 12 de la noche… Cumplió el horario la primera semana y luego empezó a llegar a la 1, a las 2, hasta que un día la tuve que ir a buscar. Los encontré a todos tomando. A partir de eso la dejé castigada, pero pasamos el verano peleando. Un tira y afloja de permisos. No he cedido porque ella no cumple. Le perdí la confianza”. Carol, 44 años. “Este fue nuestro segundo verano con hijos adolescentes y lo pasamos muy mal. En la semana se levantaban al mediodía, la casa patas arriba; en la noche, hasta la madrugada todo prendido, la radio, la tele, las luces… Fines de semana empezaban el jueves y terminaban el domingo y cada noche persiguiéndolos con el celular. Pesadilla”. Orlando, 39 años.

Adolescencia: El estallido de las discusiones

“Antes, la autoridad se confundía con la disciplina dura o el castigo, y se trataba de imponer el control a través de la autoridad y el poder. Ello, tendía a ser reactivo, muchas veces poco racionalizado y fundamentado solamente en el conflicto inminente. Bajo esa premisa de autoridad, no existía la posibilidad del diálogo, razonamiento o negociación.

Si bien este método dio relativos resultados durante muchos años, hoy en día, el acceso a los medios de comunicación, la gran cantidad de información y estímulos en los que los niños y niñas crecen, lo han cuestionado y han acelerado la búsqueda de otras opciones.

Cuando se impone como método válido el castigo por mal comportamiento, los niños generan mayores niveles de resentimiento, enojo y frustración. La disciplina excesivamente dura no solo causa resistencia y represalias, sino que también puede alentar la mentira”, explica Francisca Grez Cook, magíster en Historia y profesora del curso “Enseñanza para la formación ciudadana” en Universidad del Desarrollo.

Cómo establecer y respetar acuerdos

“La familia es el primer espacio en que los niños, niñas y adolescentes conviven, crecen y se educan. Así, las familias son mediadoras activas entre el sujeto y la sociedad y, por tanto, deben ser los primeros agentes en modelar relaciones de convivencia pacífica y una cultura de paz”, señala esta académica, que se está especializando en Formación Ciudadana.

Para lograr lo anterior, menciona algunos pilares fundamentales:

  • En primer lugar, los adultos deben partir estableciendo normas claras de trato y organización en los hogares. Sin embargo, las normativas que se elaboran deben estar acompañadas de un fundamento superior que las guíe. Es importante explicar a todos los miembros de la comunidad familiar el propósito que persigue la regla elaborada, y no solamente presentarla como una regla punitiva o normativa. Por ejemplo, no usar celulares ni tabletas en la mesa, pues es un momento para disfrutar de la comida y conversar entre todos.
  • Otra manera de aplicar el ejercicio democrático en la casa es construir de manera conjunta ciertas normas familiares. Para ello, se puede exponer una problemática y solicitar que, entre todos, se elabore una posible solución que implica llegar a acuerdos, negociar y comprometerse. Dicha solución debiese transformarse en una norma o acuerdo en que todos los participantes deban comprometerse y realizar.
  • Otro pilar fundamental es construir espacios de confianza para todos. De esta manera hay que permitir que cada persona pueda expresar su opinión abiertamente, resguardando que todos se escuchen sin juzgar.
  • Junto con eso, hay que potenciar espacios de reparación y mediación. Cuando una persona, sea adulto, niño, niña o adolescente, se equivoca o pasa a llevar una normativa que implica un daño para otro miembro, es fundamental que se puedan expresar los sentimientos y acordar actos reparatorios como, por ejemplo, disculpas, ayudas, sanciones, etc.

Conversar más y discutir menos

Los dos casos que transcribimos al inicio demuestran que la adolescencia puede resumirse en muchos casos en “una relación de peleas sin tregua”. Al respecto, Francisca Grez señala: “Hay que intentar mantener una sana convivencia y comunicación donde todos se sientan cómodos. Para ello existen muchas estrategias comunicacionales que permiten construir una convivencia democrática”.

  • Lo fundamental es reflexionar sobre el propósito de nuestras acciones, normas y relaciones. Para ello se debe usar un lenguaje positivo. Hay que eliminar el uso de las palabras que causan ridiculización o menoscabo tales como “estás actuando como un bebé”, “me das vergüenza” o “eres tonto”. Ese tipo de lenguaje es perjudicial para los hijos porque les afecta la autoestima y los distancia del adulto.
  • Los hijos a menudo cortan la comunicación con quienes usan esas palabras y comienzan a desarrollar un pobre concepto de sí mismos. Las palabras positivas y amables les dan más confianza, lo que resulta en más felicidad y comportamiento positivo, al tiempo que los alientan a esforzarse y lograr el éxito. Es importante reforzar las acciones y buenas prácticas de manera positiva. Por ejemplo, “me gusta la forma en que ordenaste tu pieza”, “gracias por ayudarme a limpiar la mesa”.
  • Es fundamental que los adultos se den un tiempo para conversar y compartir con sus hijos a solas, sin hermanos mayores ni otros adultos. Además, cuando tengan que conversar temas importantes es bueno hacer contacto visual. Es importante que le presten atención y usted debe modelar el mismo comportamiento como, por ejemplo, usar un volumen apropiadamente, palabras adecuadas, no juzgar las emociones, contener los momentos de pena o miedo con un gesto y llegar a acuerdos colectivos.

Consejos para una disciplina positiva

“Hay que intentar construir en el hogar una autoridad basada en la disciplina positiva, la cual se trata de ayudar a su hijo a aprender valores positivos y desarrollar habilidades sociales para la vida como el compromiso, la capacidad de negociación, la comunicación y la responsabilidad”, señala Francisca Grez.

Pero, no hay que confundir la disciplina
positiva con dejar que los hijos hagan lo que quieran. Si la familia es muy permisiva,
ellos pueden tener problemas de autocontrol y dificultades para comprometerse con las decisiones. La disciplina positiva implica la crianza de una manera cálida, amable y respetuosa con límites justos y firmes y consecuencias relevantes y razonables.

Algunas recomendaciones:

  • Además de tener reglas claras y explicar sus propósitos, no genere un conflicto por todo. Muchas veces es mejor priorizar los temas e intentar hacer cumplir reglas generales y fundamentales para la familia.
  • Cuando se les quiera pedir algo a los
    adolescentes, usar un tono cortés, respetuoso y positivo.

El respeto, siempre primero

  • La disciplina en cualquier lugar debe ir de la mano de una cultura de respeto. Por eso, en la familia, todos los miembros deben interactuar entre sí basados en patrones de respeto. Para lograr lo anterior, es necesario establecer una comunicación abierta.
  • Tenemos que aprender a aceptar que podemos cometer errores y ofrecer disculpas. Del mismo modo, los niños, niñas y adolescentes necesitan sentirse escuchados. Escuchar a una persona no solamente implica oírla, sino más bien atender al resto, manteniendo contacto visual, con el movimiento de nuestro cuerpo y usando una escucha reflexiva.
  • Como dialogar sin discutir y cambiar de una disciplina autoritaria a una disciplina positiva no es fácil, el mundo educativo tiene mucho que aportar en la enseñanza de recursos comunicacionales. El colegio puede ser una gran fuente de enseñanza y aprendizaje de estrategias y metodologías de comunicación afectiva para los padres y madres.
  • Al hacer solicitudes, indique lo que desea que suceda, no lo que desea detener; por ejemplo, “quiero que tu ropa esté en el closet”. Cada vez que su hijo o hija cumpla con una solicitud, felicítelo y agradezca el aporte para toda la familia. Si no hacen lo que se les pide, vuelva a preguntar con más firmeza y explicitando la consecuencia que implica no hacer caso.
  • Siempre hay que aplicar las sanciones de manera equitativa entre todos los miembros de la familia, sin excepciones ni grados.

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