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Regístrate y accede a la revistaLa evidencia nacional e internacional revela que una sana convivencia escolar ocurre cuando existe detrás un trabajo mancomunado de toda la comunidad escolar. Estrategias de ese tipo contribuyen a crear ambientes saludables para el aprendizaje de los alumnos, señalan los expertos.
“Feliz cumpleaños Katy hermosa, extraño mucho despertarte en la mañana, me hace falta tu risa contagiosa, tu voz cantando en la casa, tu energía que nos movía a nuevos lugares, descansa en Paz mi niña linda, te amo” escribió en Facebook el 4 de noviembre de 2018, Emanuel Pacheco, padrastro de la joven Katherine Winter, quien ese día debió haber cumplido 17 años. Meses antes, el 22 de mayo, la estudiante del colegio Nido de Águilas había determinado poner fin a su vida luego de haber sufrido, en las horas previas, un fuerte acoso en redes sociales tras haber asistido a una fiesta donde besó a un joven que tenía polola.
El caso de Katy puso en debate la situación de los estudiantes de educación básica y media que optan por no seguir viviendo, una decisión que en 2018 adoptaron, según señaló a fines del año pasado, la Seremi de Educación, Bárbara Soto, trece jóvenes en la Región Metropolitana movidos por problemas familiares y, en gran parte, por haber sufrido bullying en sus establecimientos educacionales.
Casos como el de Katy son más frecuentes de lo que se cree. Por el contrario, si se trabaja sobre la salud emocional de los alumnos, lo más probable es que se puedan prevenir situaciones como la sucedida en mayo pasado. “La evidencia nacional e internacional es enfática en señalar que existe una relación positiva entre el clima escolar y los resultados de aprendizaje. En otras palabras, en una sala de clases donde predominan el buen trato, el respeto y la colaboración, los estudiantes tendrán mayores oportunidades de alcanzar buenos resultados educativos. Por el contrario, en ambientes escolares donde predomina la violencia, el maltrato y la competencia, los estudiantes tienen menores oportunidades de aprender”, señala el ex secretario de la Agencia de Calidad de la Educación, Carlos Henríquez.
Por este motivo, si un establecimiento educacional se propone mejorar los resultados de aprendizaje de los estudiantes, debe también emprender acciones para promover un ambiente escolar favorable, donde predominen relaciones de respeto y buen trato.
Sucede que, agrega la psicóloga UC y magíster en Formación de Valores de la Universidad Virtual de Barcelona Isidora Mena, directora ejecutiva de Valoras UC, las investigaciones han mostrado ya en múltiples estudios la relación entre clima de aula y aprendizaje. “Los problemas de convivencia, peleas, violencia, burlas, profesores que establecen malos vínculos o tienen mal manejo del aula, son todos factores que generan malestar, tanto en alumnos como en profesores, generando un clima que afecta negativamente el aprendizaje”.
¿Cómo afecta? “Los estudiantes están temerosos de opinar, o bien preocupados de sus conflictivas interacciones. Otros pueden estar desmotivados o enojados con los profesores, generarse indisciplina que no permite ni enseñar ni aprender. Convivir bien entre estudiantes, y estos con los docentes, es clave para generar las condiciones que disponen biológica y psicológicamente a enseñar y a aprender”, señala Isidora Mena.
Por ello, advierten desde la agencia, la importancia de promover ambientes escolares saludables no solo está dada por mejorar los aprendizajes de los estudiantes, sino que es un objetivo valioso en sí mismo. “Existe un amplio consenso a nivel nacional e internacional que calidad de la educación es un concepto integral, que no solo considera conocimientos académicos. Es decir, que los estudiantes en una sala de clases donde haya un ambiente escolar sano, no solo tendrán mayores oportunidades de mejorar sus aprendizajes, sino que aprenderán a resolver conflictos de manera adecuada, aprenderán a ser respetuosos con los demás, a trabajar en equipo, y un conjunto de habilidades que son útiles para los grandes desafíos del siglo XXI”, señala Carlos Henríquez.
En definitiva, cuando se logra un ambiente armonioso dentro del aula, las emociones positivas fluyen, los pensamientos positivos nacen y se instaura la estabilidad emocional. Factores que contribuyen, dicen los expertos, al aprendizaje de los alumnos.
Sobre este tema llevan tiempo trabajando en el colegio Padre Pedro Arrupe, que pertenece a la Red de colegios de la Fundación Irarrázaval en la comuna de Quilicura. Según cuenta su director, Manuel Arredondo, los “problemas de convivencia se relacionan con la ausencia de una relación pacífica entre los miembros de la comunidad; es decir, de no considerar al otro como un ser legítimo. Asimismo, una falta de confianza o validación por parte de los estudiantes hacia sus maestros y el desgano por asistir al colegio, junto a no respetar los horarios, son una clara manifestación de ausencia de hábitos y valores como la responsabilidad y el respeto al ‘otro’. Estos ‘problemas’ son determinantes en el aprendizaje de los estudiantes. Afectan en los resultados y principalmente en las expectativas y los sueños futuros de los jóvenes”.
Lo grave es que, tal como le sucedió a la alumna del colegio Nido de Águilas, “lamentablemente en muchos establecimientos educacionales es posible observar situaciones de violencia escolar, siendo las más graves el acoso escolar (bullying), el porte de armas o el consumo de drogas, y más recientemente lo que se ha denominado el cyberbullying, a través de las redes sociales e internet. Estas situaciones generan ansiedad, depresión y problemas de aprendizaje, lo cual, tristemente, puede llegar incluso al suicidio de los estudiantes”, dice Carlos Henríquez.
Ocurre que todos esos problemas de convivencia “se presentan cuando los colegios no han implementado programas que apoyen la formación de estudiantes, ni medidas, cuidado y seguimiento de los grupos curso para que se organicen y aprendan a convivir. Tampoco apoyan a sus profesores para lograr en ellos un buen clima. Cuando todo esto sí sucede, no hay más que problemas menores”, agrega Isidora Mena.
Por el contrario, “vivir en espacios libres de violencia es un derecho humano, y la escuela cumple un rol fundamental en la educación emocional, en la promoción de ambientes bien tratantes y en la formación de personas con las habilidades para construir sociedades democráticas y una cultura de la paz”, aseguran desde la Agencia.
En esa línea es que en el Colegio Padre Pedro Arrupe se han ocupado del tema y trabajan en una estrategia para aquello. Se trata del programa de desarrollo de habilidades Proyecto 1000 horas. Es una herramienta de aprendizajes significativos de habilidades, que el estudiante adquiere y adhiere, permitiéndole crear su propio sueño y hacerlo realidad. “Esta formación tiene dos claves: es acompañado por sus maestros y se realiza en una experiencia fuera del aula, idealmente en otras regiones y en la naturaleza. Cada estudiante, entre octavo y cuarto medio, es invitado si cumple cuatro condiciones de responsabilidad base: todos sus promedios con nota suficiente, llegar puntual al colegio, asistencia no inferior al promedio del colegio y una conducta pacífica en todas sus relaciones en la comunidad. Cumpliendo eso, puede vivir la experiencia y ella le permitirá desarrollar nuevas habilidades para el mundo adulto y de la educación superior, lo que denominamos mayor capital cultural”, explica Manuel Arredondo.
“Los apoderados han adherido y apoyado plenamente el proyecto, ya que han visto el cambio en sus hijos. Las familias de la comuna valoran el colegio, principalmente por este proyecto. Se refleja en estudiantes comprometidos y respetuosos, aumento de postulaciones por matrículas y mayores postulaciones a la educación superior de los egresados”, dice el director del establecimiento de Quilicura.
En cifras, este trabajo en conjunto ha significado, según cuenta Manuel Arredondo, una reducción a cero de situaciones de convivencia escolar anómalas entre estudiantes; y el aumento de postulaciones de familias al colegio, en cinco años, es del 400 por ciento. Los egresados que estudian en la educación superior han aumentado de 1% hace 6 años, al 87% el año 2018.
“Los apoderados de cada nivel son partícipes de cada proyecto y en el nivel que corresponde. Se informan, participan del motivo de cada proyecto y lo van construyendo junto a sus hijos, antes de que ellos puedan vivir la experiencia. Ayudan a sus hijos en sus rendimientos, en llegar a la hora puntuales, en asistir al colegio y los apoyan en sus relaciones conductuales”, señala Manuel Arredondo.
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