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Regístrate y accede a la revistaLos desarrollos científicos y tecnológicos no dejan de asombrarnos. Pero, ¿están preparados los alumnos para enfrentarse a estos cambios? ¿Qué aptitudes necesitan para adaptarse a estas transformaciones? ¿Cómo educar a las nuevas generaciones para que puedan actuar en un mundo desconocido? Aquí, lo que reveló un grupo de expertos.
Howard Gardner, autor de la teoría de las inteligencias múltiples, publicó en el año 2008 “Las cinco mentes del futuro”. En ese libro plantea qué habilidades deberíamos tener en el futuro para tener un buen desarrollo de nuestras capacidades en los ámbitos personal y laboral. Expone una doble preocupación: por un lado, cuál es el modo de educar las mentes de los estudiantes actuales para que estén lo mejor preparados posible y, por otro, cómo podrían activar sus capacidades y aptitudes aquellos que ya están inmersos en el mundo laboral.
La inquietud de Gardner presagiaba lo que en el año 2016 señaló el informe “The future of Jobs” del Foro Económico Mundial de Davos. Ahí se detallaba qué habilidades deberán tener los trabajadores del futuro, en lo que llama la Cuarta Revolución Industrial. “Deberán ser más creativos, más críticos, con una mayor capacidad de resolución de problemas, de toma de decisiones, flexibilidad e inteligencia emocional. Y para estar preparados, apuestan por liderar el cambio en el ámbito educativo”, sentenciaba el reporte.
Sucede que, tal como señala Carolina Melo Hurtado, académica de la Facultad de Educación de la Universidad de los Andes, se necesita estar preparados para todos estos cambios. En ese sentido, “lo más importante es la formación en habilidades socioemocionales, así como también habilidades de pensamiento crítico, creatividad y flexibilidad. Son estas las competencias que se necesitan hoy, y se necesitarán aún más dentro de los próximos 20 años”.
El problema es que, apunta Carolina Melo, “el sistema educacional está diseñado para la era industrial, no para el mundo actual, con mucho foco en el contenido y no en las habilidades. De acuerdo al informe McKinsey, como consecuencia de los avances en tecnología, un tercio de los trabajos existentes hoy, serán automatizados dentro de 15 años. Por ello, es necesario hacer un cambio de foco para que podamos ayudar a formar personas que puedan desempeñarse de forma exitosa y ser un aporte a la sociedad. Personas que sepan comunicarse, resolver problemas, tener una opinión crítica y educada sobre los temas, que sean proactivos, empáticos y creativos”.
En esa misma línea, en su libro Gardner señala la necesidad de realizar cambios en el sistema educativo porque “las prácticas actuales no funcionan debidamente. Por ejemplo, quizás pensamos que formamos a los jóvenes para que sean personas instruidas, para que aprecien las artes, para que sean tolerantes, para que puedan resolver conflictos, pero cada vez más vemos que no tenemos éxito en la consecución de esos objetivos. Deberemos plantearnos la posibilidad de modificar nuestras prácticas… o los propios objetivos”.
Coincide con ello el director del Centro para la Transformación Educativa (Centre) de la PUC, Ernesto Treviño, al sostener que en Chile es urgente realizar un cambio social que involucre la educación para mejorar los aspectos sociales, emocionales y físicos, además del desempeño en aspectos cognitivos.
Sin embargo, hoy –apunta Treviño– los profesores desafortunadamente no son mediadores, sino transmisores de los contenidos curriculares. “Sería deseable que los docentes sean mediadores, pero para ello es necesario que el sistema, las escuelas y los docentes, cambien completamente de paradigma. Actualmente, pensamos que enseñar –pasar materia– es igual a aprender, y no hay nada más alejado de la realidad. Es indispensable darles el protagonismo de sus propios aprendizajes a los estudiantes, con apoyo del profesor, para que estos puedan plantear preguntas genuinas y contestarlas a través de proyectos e investigación. Estas interrogantes genuinas suelen estar conectadas con los intereses inmediatos de los alumnos. En el modelo actual prevalece la cobertura curricular por sobre la generación de procesos de aprendizaje de los estudiantes”, dice el director de Centre.
Además, afirma Carolina Melo, “el uso excesivo de las nuevas tecnologías en la educación está amenazando fuertemente el desarrollo de esas habilidades tan esenciales. Si bien la tecnología tiene tremendos beneficios para la educación, también propone grandes desafíos. En la última década nos fascinamos con la idea de las aulas tecnológicas y la promesa de la tecnología en la educación como la panacea que iba a mejorar todo y emparejar la cancha. Lamentablemente, el problema hoy en Chile no es el acceso a la tecnología, sino cómo ella se usa; en particular, la gran cantidad de horas que los niños y jóvenes están pasando frente a los dispositivos tecnológicos o pantallas interactivas, lo cual –ya lo sabemos, gracias a la investigación– tiene efectos nocivos para su desarrollo cerebral, afectando precisamente aquellas habilidades que más necesitaremos en el futuro: las habilidades sociales y emocionales. El desafío ahora es cómo formamos niños y jóvenes que sepan usar la tecnología a su favor y que no sean esclavos de ella”.
El problema es que en Chile “solamente nos enfocamos, y con bajos logros, en lo cognitivo, pues nos preocupan las notas y el SIMCE, que son medidas imperfectas de lo cognitivo. La confianza, la empatía, la capacidad de colaborar, entre otros, son aspectos esenciales del desarrollo social, y son todos, aspectos que están al debe en nuestra sociedad”, dice Treviño.
Según Treviño, la autorregulación es esencial para el desarrollo emocional de los alumnos, “pero en Chile creemos que aquello se arregla con disciplina o medicamentos para el déficit atencional y no con procesos educativos enriquecidos. En cuanto a lo físico, también nos falta avanzar, pues vivimos una especie de epidemia de sobrepeso”.
En definitiva, para el director de Centre, la formación integral requiere un conjunto de competencias y habilidades a desarrollar durante el proceso de enseñanza y aprendizaje, pero es justamente la calidad de los procesos lo que asegura la formación integral. “Además, para llegar a la formación integral debemos, en primer lugar, aceptar que los seres humanos tenemos distintos intereses a desarrollar durante la vida. La formación integral no se trata solamente de ser alumnos con buenas notas siempre, sino de explorar los intereses de cada uno en profundidad. Eso implica abrir espacios para que los estudiantes se desarrollen en cualquier área de interés, ya sea deportiva, artística, académica, u otra”.
De hecho, pregunta Lorena Medina, decana de la Facultad de Educación de la UC, ¿por qué es importante formar a los estudiantes en habilidades socioemocionales? “Porque la construcción del conocimiento se fomenta si se establecen relaciones favorables entre docentes y estudiantes; porque los aprendizajes también se sostienen sobre factores tan relevantes como la motivación, atención e involucramiento de los estudiantes en las temáticas que aprenden. Y como ingredientes y resultado de estos procesos, se obtiene la satisfacción que genera el aprender, así como la confianza en sí mismos para ser activos aprendices y participar durante sus clases”.
Cuenta la decana que existen autores que emplean el concepto de “emociones académicas” para referirse a aquellas emociones relacionadas tanto con el logro académico –como el orgullo o la vergüenza–, como con el proceso de aprendizaje –entusiasmo o aburrimiento al aprender–. “El trabajo en equipo, de tipo colaborativo, es también parte de un conjunto de habilidades socioemocionales que pueden desarrollarse desde las salas de clases y los contextos escolares entendidos como comunidades”, dice.
Carolina Melo acota que justamente las habilidades sociales y emocionales son las que están ausentes en el sistema educacional actual. “Por ejemplo, damos por hecho que los niños deben aprender a resolver problemas, pero si no diseñamos oportunidades para generar interacciones intencionales en el colegio, es difícil que esas habilidades se generen de forma espontánea. Es importante que esas habilidades se enseñen desde muy temprano”.
Es en ese contexto en el cual los profesores pueden ser grandes referentes y mediadores para el desarrollo de esas habilidades desde la educación inicial, “pues son figuras relevantes en las etapas tempranas del desarrollo, y están a cargo de grupos de estudiantes en una especie de microsociedad en la que aprendemos también a convivir y a construir nuestra identidad en la medida en que interactuamos con otros diversos”, dice Lorena Medina.
Señala Carolina Melo que el rol del profesor es clave. “La investigación de las últimas dos décadas ha demostrado que el aprendizaje y desarrollo de los niños ocurre a través de las interacciones de calidad con el profesor. En este sentido, el profesor debe ser un diseñador de experiencias de aprendizaje intencionales, un mediador y un modelo de las habilidades que quiere que los niños aprendan. A través de sus interacciones, en el momento a momento, debe generar experiencias de aprendizaje que desafíen el pensamiento, que promuevan la mentalidad de crecimiento y la creatividad; al mismo tiempo, debe generar aulas que brinden apoyo emocional, para que los niños se sientan cómodos para explorar, cometer errores, trabajar en equipo, aulas predecibles con estructura, donde se aproveche bien el tiempo y donde los niños y jóvenes sepan qué esperar”.
Todo lo anterior se logra revisando las prácticas pedagógicas, reflexionando acerca de “cuáles son aquellas conductas del docente que generan aprendizaje y desarrollo. La investigación internacional ya ha avanzado bastante en este tema y creo que como país tenemos mucho que aprender”, dice la decana.
El problema, apunta Lorena Medina, es que durante años “hemos insistido mucho en aspectos del desarrollo cognitivo de modo disociado o desligado del desarrollo socioemocional de nuestros estudiantes; incluso, a veces construyendo conceptualizaciones reduccionistas para el ámbito socioemocional, centradas en afectos y contenciones emocionales que debieran tratarse ‘fuera de la sala de clases’. En realidad, estas habilidades pueden desarrollarse a través de la enseñanza y el aprendizaje de las diversas disciplinas y áreas que se estudian en el currículum escolar, en la generación de las condiciones comunicativas y socioafectivas para el aprendizaje en sus salas de clases”.
Por ello, “el modelo educativo actual debe cambiar radicalmente. A nivel de política educativa, es indispensable descomprimir el currículo de contenidos, eliminar las consecuencias del SIMCE sobre las escuelas y cambiar el modelo de financiamiento que induce a la competencia. Complementariamente, es también necesario mejorar los procesos de enseñanza y organización de las escuelas, para que estas puedan enfocarse en ofrecerles continuas oportunidades de aprendizaje y desarrollo a los estudiantes”, sugiere Ernesto Treviño.
¿Cómo se logra dar este salto? “Para ello, se requiere que sostenedores y directivos cambien el foco desde los resultados promedio hacia el desarrollo de cada uno de los estudiantes. Esto implica, también, tener en consideración que se deben apoyar los intereses de los estudiantes. Por otra parte, la forma de enseñar debe cambiar, y debería parecerse más a una enseñanza basada en proyectos colaborativos entre los niños”, concluye Treviño.
Explica Sylvia Eyzaguirre, académica del Centro de Estudios Públicos (CEP) en su columna del diario La Tercera en agosto pasado, “el pensamiento crítico es considerado entre los expertos como una de las habilidades fundamentales del siglo XXI. El desarrollo del pensamiento crítico implica el desarrollo de habilidades como la comprensión lectora, que a su vez supone habilidades analíticas y hermenéuticas, razonamiento lógico y habilidades argumentativas, entre otras. El pensamiento crítico no solo comprende el contenido, sino que también mira la arquitectura de dicho contenido”.
Continúa en su artículo que “esto implica, por ejemplo, distinguir la hipótesis de los argumentos y estos de la conclusión; distinguir los distintos argumentos y sus matices, develar los supuestos que subyacen tanto a la hipótesis como a cada uno de los argumentos, evaluar la robustez de la evidencia y la solidez de los argumentos, reconocer los límites de la evidencia y el grado de certeza de las conclusiones, advertir las falencias y el alcance de la capacidad prescriptiva. ¿Existe una mejor disciplina para desarrollar esas habilidades que la filosofía?”.
Explica en su columna la académica del CEP acerca de la importancia de enseñar filosofía. Según escribe, “existe incipiente evidencia empírica respecto de los efectos positivos de la enseñanza de la filosofía a temprana edad en el desarrollo cognitivo de los niños. Un estudio experimental realizado por la Universidad de Durham en 2015 encontró que una hora de filosofía a la semana a estudiantes de 4° y 5° básico tuvo efectos positivos en el desempeño académico de matemática, lectura y escritura”.
Estos impactos fueron mayores en alumnos prioritarios. “Además, profesores y alumnos reportaron que la asignatura de filosofía tuvo una influencia positiva en otros aspectos que son parte integral del desarrollo del alumno, como la confianza de los estudiantes para hablar en público, habilidades para escuchar y autoestima”,dice la académica del CEP.
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