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Dic 2024 - Edición 289

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La Iglesia Católica y el desgano en los jóvenes Nemo Castelli S.J.: “Tenemos que hacer como Jesús… ayudar a los jóvenes a que descubran un sentido por el cual vivir”

A través de su trabajo con jóvenes, el sacerdote jesuita Nemo Castelli tiene una visión que aporta para comprender cómo acercarse a este grupo, que es menos hermético de lo que se cree.

Por: Amparo García
La Iglesia Católica y el desgano en los jóvenes Nemo Castelli S.J.: “Tenemos que hacer como Jesús… ayudar a los jóvenes a que descubran un sentido por el cual vivir”

Nemo Castelli S.J. divide su tiempo en múltiples actividades de sus distintos trabajos que realiza para la Compañía de Jesús, en los que le toca trabajar día a día con jóvenes provenientes de diferentes realidades. Uno de ellos es en el área social del trabajo de los jesuitas, en Techo Chile en el área de campamentos y formación de universitarios, y como capellán de la Fundación Vivienda. Por otro lado, es delegado del Provincial de la congregación para el trabajo con jóvenes.

—Hay una sensación de que la gente, en general, se ha desencantado de la Iglesia Católica, ¿por qué?

—Existe un desencanto generalizado con las instituciones y las organizaciones colectivas. Supuesto esto, hay rasgos particulares en el caso de la Iglesia Católica que agravan esa sensación. En primer lugar, un distanciamiento creciente entre la vida de las personas y la doctrina católica, sobre todo en materia de moral sexual. Ya no se percibe una propuesta humanizadora en este ámbito de la vida.

En segundo lugar, la inconsecuencia de muchos de nosotros, católicos, es fuente de desencanto, y hace poco creíble nuestro estilo de vida. En tercer lugar, las personas están cansadas de que les digan lo que tienen que hacer y pensar, sin respetar la autonomía de su conciencia y su capacidad de determinación. En este sentido, el tipo de liderazgo de nosotros, los pastores, no favorece un modo de relación adulta y de corresponsabilidad. A esto se suma el horror del antitestimonio de compañeros sacerdotes que han abusado de niños y jóvenes, que han manipulado la conciencia de las personas y se han aprovechado de su cuota de poder.

—¿Qué pasa con la relación de los jóvenes con la Iglesia? ¿Qué se está haciendo mal respecto de ella?

—Ocurre un desacople total. La Iglesia no logra sintonizar con las búsquedas, con el lenguaje y la cultura que están emergiendo. Asociado a esto, el principal error que cometemos como Iglesia es culpar a los cabros porque no entendemos su cultura y no nos “pescan” y concluimos “es que los jóvenes no son como antes”, “es que la juventud está tan mal, tan poco comprometida, tan individualista, tan consumista, que se olvida de Dios”. Y ese es el segundo error: creer que la juventud actual no busca lo trascendente. Si te fijas en las cifras de los estudios de religión, lo que está pasando es que los jóvenes siguen creyendo, pero su religiosidad está cambiando. Y cuando van a la Iglesia Católica no encuentran o no sintonizan con su propuesta, entonces están buscando por otros lados.

—¿Qué es lo que no encuentran en la Iglesia Católica?

—Una experiencia de Dios que los desafíe a valorar su vida y la de los demás, que incorpore su vida cotidiana, y que sea abierta y dialogante sin perder su identidad. Hemos transformado a Dios en un “papito corazón” que me lo echo al bolsillo y que en el fondo no es significativo para soñar y construir un mundo distinto. O reducimos a Dios a un código de comportamiento que ya no les hace sentido, que les parece invivible que, junto con la Iglesia, no está interesado en su vida y sus circunstancias. Domesticamos tanto a Dios que lo encerremos en esquemas rígidos.

—¿Qué podemos hacer como adultos para generar un cambio?

—Lo primero es tomar en serio a los jóvenes, aprender de su sensibilidad distinta a la nuestra y sintonizar con sus búsquedas. Por ejemplo, encuentran con más facilidad a Dios en la naturaleza y en la sencillez, integran mejor la corporalidad y el placer en la vida, entienden que la verdad tiene que ver con la autenticidad y la coherencia entre lo que digo y lo que hago, son más realistas para exigir un heroísmo que acoja la vulnerabilidad propia y de otros, son más abiertos a acoger la diversidad en todo sentido, y valoran mucho la autonomía del sujeto.

No se trata de canonizar su modo de sentir y estar solo por la generación a la que pertenecen. Tenemos que escucharlos, aprender de ellos y ofrecer la riqueza de la experiencia de los adultos para que trasciendan y vayan más allá.

—¿Y con los más pequeños?

—A ellos tenemos que enseñarles la ternura en su relación con Dios, y así instalar el sentimiento religioso. Si yo quiero criarlos en la fe, tengo que apelar a los afectos y a lo simbólico, no al entendimiento. El espacio religioso con Dios tiene que ser un espacio de cariño, de acogida, con mucha alegría. Luego, al adolescente hay enseñarle los principios de conducta con claridad, y razonablemente fundamentados.

—¿Qué debieran hacer las escuelas y los colegios para aportar a este reencantamiento con los jóvenes?

—Esto hay que pensarlo a fondo, sin frases hechas ni respuestas de manual, sino ofreciendo al joven una estructura que permita profundizar y dialogar con otros, sin dogmatismos. Un elemento crítico está en el currículum de los colegios católicos, pues hoy día formamos jóvenes con dos cerebros: uno fundado en la ciencia positiva y atea (matemáticas, ciencias naturales, sociales), y otro cerebro formado creyente pero reducido al ámbito de la clase de Religión. Necesitamos juntar las cosas. Profesores que integren la tesis del Big Bang con el relato de la Creación, o que enseñen matemáticas con la admiración ante la maravilla del orden de la creación… o música como un modo de expresar lo más profundo del corazón humano, etc.

¿Y como docentes, qué se puede hacer para apoyarlos en el desarrollo de su espiritualidad, su fe, su relación con Dios?

—Ayudando a unir vida cotidiana y vida de fe, para que el joven conecte las cosas. Un ejemplo puede ser un joven que se enamora y sale de sí mismo y se juega por una chiquilla. Hay que ayudarlo a entender que en esa experiencia se conoce algo más del Dios que es amor y moviliza desde dentro. O trabajar la biografía del joven para que se descubra como persona amada sin mérito y que tiene más que suficiente en su contexto para servir, amar y ser feliz junto a otros.

 

 

—¿Cuál es la mayor novedad que puede ofrecer el catolicismo a los jóvenes del este tiempo?

—Un regalo de la visión cristiana para el siglo XXI será que transmitamos a los jóvenes el sentido de pertenencia a una comunidad, donde puedan llegar, no sentirse solos y, sobre todo, donde trabajen con otros para hacer visible un mundo más justo, fraterno y alegre. Tiene que ver con captar que lo que hacen o dejan de hacer influye en lo demás y lo que hacen otros influye en ellos. En este sentido, que se sientan parte de una comunidad que es la Iglesia, que solo se entiende si está metida en el mundo con sencillez, si es un lugar de acogida y de servicio para la reconciliación en el mundo, con los otros, con Dios y con la naturaleza. Los cristianos somos compañeros de pega con Jesús para terminar la creación, para transformar el agua en vino, la desesperanza en esperanza, la injusticia en justicia, la tristeza en alegría, la exclusión en inclusión… y así la vida vuelva a ser una fiesta donde todos caben y que valga la pena vivirla. Esto ocurrirá si les ayudamos a sentirse queridos por Dios tal cual son e invitados a algo superior con sus vidas. Sin dejar que otros planifiquen la vida por ellos… arriesgar la vida por los demás, soñando un Chile nuevo.

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