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Regístrate y accede a la revistaAhora más que nunca las empresas exigen de los profesionales que sean personas proactivas, capaces de trabajar en equipo, responsables y confiables. ¿Estamos educando en aptitudes para el siglo XXI? Expertos aseguran que es crucial impartir programas que desarrollen esas destrezas desde antes de los dos años y con programas que dediquen a lo menos un tercio de la jornada A ESE PROPÓSITO.
«Hasta ahora no se les había prestado suficiente atención. Sin embargo, estudios internacionales señalan que se ha demostrado la necesidad de implementar programas de formación en habilidades emocionales y de formación del carácter desde los 2-3 años, o incluso antes”, asegura Felipe Lecannelier, psicólogo de la Fundación Apego.
Lo crucial, dice el especialista, “es que no se enseñen como si fueran otro contenido académico más. Pareciera que lo importante es más bien mostrarlas desde la interacción afectiva estable, predecible, específica, comprometida y libre de estrés”.
Lo que para Marilú Matte, directora de Postgrado de la Facultad de Educación, Psicología y Familia de la Universidad Finis Terrae, significa “tomar conciencia desde el nacimiento de un ser humano, y particularmente en el contexto de su proceso escolar, de la importancia de desarrollar las funciones ejecutivas, específicamente desde la inhibición que nos permite regular nuestros impulsos, a la flexibilidad mental (fundamental para poder adaptarse a nuevos contextos y trabajo en equipo), al razonamiento, a la resolución de problemas y a la planificación”.
Todo lo anterior, apunta la investigadora de la UFT, “permite hacerse cargo de uno mismo, de organizarse y de desarrollar proyectos. Lo cual debe ser intencionado explícitamente en todo contexto educacional y, por ello, repensar el rol del educador y del diseño curricular de las actividades en el aula”.
El problema es que, explica María Elena Arriagada, docente del Departamento de Educación Básica de la UMCE, “el currículo actual está centrado en un aprendizaje tradicional basado en el desarrollo de habilidades cognitivas específicas como lenguaje y matemáticas, ya que nuestro sistema educativo sigue anclado en la idea de que la calidad está en el ranking de las mediciones nacionales como SIMCE y PSU”.
Esa situación, sin duda, va en desmedro del alumno, ya que no es considerado en todas sus dimensiones y la sociedad actual reclama otros aprendizajes. “En las aulas no solo hay que pasar el conocimiento de algunas disciplinas, también se deben abordar y desarrollar las habilidades sociales, emocionales y comunicativas, que son aquellas que permiten una mayor capacidad de adaptación a los cambios, a la incertidumbre y a resolver problemas”, dice Arriagada.
Sucede, apunta Marilú Matte, “que en la actualidad toda la información está a un clic de distancia; sin embargo, lo que no está al alcance de ese clic es lo que hace cada sujeto con la información; cómo distingue lo que es válido, relevante, lo integra y, en definitiva, cómo lo procesa y aplica. Lo anterior requiere de procesos cognitivos; pero —lo esencial—, de una capacidad creativa para enfrentar las situaciones problemáticas, de ser capaz de encontrar los recursos necesarios, de compartir ese proceso con otras personas, respetando opiniones, aportando. Eso no se enseña en un libro, sino que, por el contrario, se desarrolla en contexto”.
¿Cómo?
“Se necesita implementar programas que sean ordenados, sistemáticos, empíricamente fundamentados, y que, sobre todo, dediquen a lo menos un tercio de la jornada al trabajo de ese tipo de habilidades. Aquello parece ser, a mi juicio, una condición primaria”, dice Lecannelier.
Para ello es imprescindible abrir el diálogo con todos los actores partícipes del sistema escolar, ya que los estudios están demostrando la relevancia de favorecer la autoestima del aprendiz. “A través del desarrollo gradual del autoconocimiento, de la autorregulación, la empatía, la resolución de conflictos y del trabajo en equipo; no solo se logra un clima de aula armónico, sino que este contribuye, por una parte, al bienestar y mejor rendimiento de los docentes y, por otra parte, a que los alumnos logren un adecuado cumplimiento de los objetivos y contenidos mínimos obligatorios y la obtención de mejores rendimientos académicos, potenciando la capacidad para proseguir y persistir en el aprendizaje no solo en el aula, sino también en diversos contextos”, explica María Elena Arriagada.
En segundo lugar, dice la académica de la UMCE, “un escenario privilegiado para acrecentar esas aptitudes es la educación preescolar. Allí se debe enfatizar el desarrollo integral de los niños ya que la atención temprana al desarrollo de las habilidades socioemocionales y lingüístico-comunicativas, puede prevenir e incluso llegar a disminuir los riesgos que se dan en etapas complejas del desarrollo evolutivo, como la adolescencia (depresión, alcohol, drogas, agresividad), y que se agudizan en los sectores de mayor carencia y vulnerabilidad social”.
Un siguiente paso y pilar fundamental “es el rediseño de las mallas curriculares de las carreras de pedagogía, de manera que se implementen planes y programas de estudio que mejoren la formación inicial docente, pues responder a las nuevas y exigentes demandas laborales en los diversos contextos, no solo pasa por aspectos meramente teóricos, sino también por el desarrollo de habilidades socioafectivas, lingüístico-comunicativas y reflexivas que permitan a los futuros docentes enfrentar de mejor manera los desafíos actuales del aula”, advierte Arriagada.
En esa misma línea, afirma Marilú Matte, “debe haber al respecto un lenguaje y objetivos comunes en la escuela y la familia. Esto se educa dando al estudiante la posibilidad de explorar, de imaginar, de involucrarse en procesos indagativos y creativos. Aquello necesariamente implica enseñarle a plantearse metas y estrategias para lograrlas, a ser capaz de detectar cuando se tomaron caminos equivocados, a analizar las causas y a buscar soluciones”.
Lo anterior se logra “si la tarea propuesta efectivamente motiva al alumno; es decir, enlaza la emoción con el acto de aprender, y si el docente asume un rol de mediador para llevarlo a desarrollar estas habilidades blandas, tan importantes, como la perseverancia, directamente relacionada con la tolerancia a la frustración, el control de impulsos y la autoimagen que tiene el estudiante respecto a sus capacidades para el aprendizaje (lamentablemente, muchas veces somos los mismos profesores los responsables de una imagen negativa en ese ámbito). En esto se necesitan familias que apoyen y ojalá se involucren en los proyectos del colegio, pero que también trabajen estas habilidades en la vida diaria del hogar”, dice la académica de la UFT.
Asimismo, señala Felipe Lecannelier, “existen también otras capacidades, tales como procesos emocionales (identificación, regulación y comprensión emocional), así como mecanismos relacionados con la capacidad de buscar a los otros en momentos de estrés (apego), y la necesidad del juego como parte de la vida. Creo que se debe tener cuidado de hablar de habilidades socioemocionales, pero que en el fondo son ‘duras’, por ejemplo, la perseverancia y la responsabilidad”.
¿Permite el juego desarrollar esas aptitudes? “El juego y las actividades creativas ‘no son un juego’, y ahora ya se sabe que no solo potencian capacidades socioemocionales en el presente, sino que predicen habilidades sociales y de regulación emocional en las personas. Más aún, anticipan el desarrollo de las capacidades de pensamiento alternativo que ayudan a las habilidades profesionales en el futuro. En términos más concretos, el trabajar esos conceptos desde pequeños, permite diferencias entre aquellos adultos que hacen lo que les dicen que tienen que hacer, y quienes son creativos”, puntualiza el psicólogo de Fundación Apego.
Educación imaginativa
Si bien las habilidades blandas están ligadas a virtudes que hoy son valoradas por la sociedad, estas características ciertamente ayudarán a que los estudiantes de hoy sean innovadores y emprendedores cuando sean profesionales; pero eso no es suficiente. “Aquí es donde debemos centrar la mirada en propuestas educativas como la Educación Imaginativa, porque constituye un nuevo enfoque en el campo de la educación que enlaza de manera efectiva las emociones, imaginación e intelecto de los estudiantes durante el proceso de aprendizaje”, sostiene Marilú Matte.
Kieran Egan y el Grupo de Investigación en Educación Imaginativa (IERG, por su sigla en inglés) han desarrollado teorías, principios y prácticas específicamente diseñadas para explicar, describir e implementar este nuevo enfoque, en cualquier contexto educativo. Este es uno de los muchos beneficios que tiene la Educación Imaginativa, no necesita de grandes recursos, sino de un profesor creativo e imaginativo que la implemente en el aula.
“El IERG ha desarrollado métodos de enseñanza innovadores, basados en estas ideas, que ofrecen nuevas formas para el diseño curricular, por ende para la enseñanza. Cuando se refiere a enlazar de manera efectiva las emociones, la imaginación y el intelecto del estudiante, propone estrategias efectivas para mantener al alumno motivado y comprometido con todo el proceso de aprendizaje. Lógicamente, si se mejora el aprendizaje, se contribuye a formar aprendices con capacidad investigativa, en constante búsqueda del conocimiento, responsables de sí mismos y de sus logros”, dice Marilú Matte.
En consecuencia, apunta la experta en Educación Imaginativa, “estos alumnos podrán rendir bien en cualquier situación de evaluación, sean pruebas estandarizadas, evaluación formativa o sumativa”.
La Educación Imaginativa ofrece un nuevo enfoque a la educación que de manera efectiva alcanza los objetivos previamente mencionados, principalmente, a través del enlace entre las emociones de los estudiantes y su imaginación en torno al material de las asignaturas del programa curricular. La novedad está no en señalar lo anterior, sino que en ofrecer una teoría y un conjunto de estructuras y técnicas para lograr esto de manera realmente efectiva dentro del programa curricular.
Kieran Egan, cuenta Marilú Matte, elabora su teoría desde el concepto de las Mentes Educadas y describe formas de comprensión que proveen las bases de la Educación Imaginativa. “Esta estrategia permite desarrollar una manera distinta de pensamiento y aprendizaje. Ese es el desafío para el docente que asume esta propuesta, renovando su práctica en el aula, desde esta concepción del conocimiento y del proceso de enseñanza”.
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