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Por María Domeyko Matte, Directora Académica EducaUC.
Hoy existe consenso en que para lograr aprendizajes de calidad necesitamos profesores altamente capacitados, que actualicen constantemente sus conocimientos y dominen las estrategias pedagógicas más adecuadas para cada grupo de alumnos. ¿Pero qué pasa si los docentes más entrenados se enfrentan a niños y jóvenes desmotivados con la experiencia de aprender?
Ni siquiera el maestro más experto en su especialidad logrará transmitir sus conocimientos a estudiantes que no estén realmente interesados en recibirlos. Es por ello que en los últimos años ha cobrado tanta importancia la psicopedagogía, pero tenemos todavía pendiente la tarea de reconocer el valor de la vocación como fuente para tener los mejores profesores para Chile. Sólo un docente apasionado por lo que hace, logrará despertar en sus alumnos la pasión por el aprendizaje, que luego les permitirá alcanzar todas sus metas.
Sin embargo, creo que formar a las nuevas generaciones es una tarea que va más allá de transmitirles los conocimientos que necesiten para las distintas etapas de su vida. Educar es también, y sobre todo, motivar, inspirar, despertar la curiosidad, impulsar los sueños. Para ello no sólo necesitamos profesores que amen lo que hacen, sino que también necesitamos padres comprometidos a fondo con la formación de sus hijos. Educar es una responsabilidad demasiado grande como para dejársela sólo a los docentes. Se trata de una tarea en la que familia y colegio, deben trabajar en equipo, comenzando en el momento del nacimiento de cada nuevo individuo.
Los niños pequeños tienen una curiosidad innata que los mueve a hacer constantes –y a ratos agotadoras-preguntas, experimentando literalmente con todo lo que los rodea. Sus juegos no son más que estrategias permanentes de autoaprendizaje, motivados por un apetito insaciable por el descubrimiento. Sin embargo, la mayoría de los padres nos enfrentamos a esta actitud infantil desde nuestros propios miedos y -con el ánimo de protegerlos de posibles peligros- vamos apagando inconscientemente esa pasión innata por el conocimiento. Esto, sumado a la cruda realidad de que los adultos tenemos cada vez menos tiempo para dedicar a nuestros hijos, redunda en que estamos formando niños menos curiosos y menos motivados con el aprendizaje.
Es así como hacemos aún más difícil la importante tarea de los profesores, entregándoles a nuestros hijos convertidos en niños silenciosos y poco exigentes; desinteresados en lo que puedan obtener de sus clases. La falta de admiración y de respeto hacia el maestro es un gran obstáculo en el aula, que impide generar la motivación que luego se convertirá en responsabilidad por el propio aprendizaje. Debemos esforzarnos desde el comienzo por formar jóvenes inquietos, que pregunten y desafíen los conocimientos de sus profesores, al tiempo que valoran los conocimientos que éstos pueden entregarles. Queremos alumnos dispuestos a participar en clases más interactivas, en las que cada respuesta sirva para generar nuevas preguntas.
Junto con capacitar a los docentes, me parece clave avanzar hacia un modelo educativo en el que se premie también el autoaprendizaje de los alumnos, generando paneles de discusión, más y mejores trabajos de investigación, e impulsando el intercambio constante de ideas. Soñemos con un aula en la que el docente no sea más un orador, sino que se convierta en un guía para el aprendizaje; un moderador entre múltiples corrientes de exploración. Sólo así lograremos que la divertida edad de las preguntas se extienda hasta la adolescencia. Y ¿por qué no? tal vez algún día logremos que dure toda la vida.
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