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Llama fuertemente la atención el hecho que en Chile las familias con más de dos hijos llegan apenas al 6% de la población y que, por la otra vereda, se le exija peligrosamente a la escuela asumir una a una todas las funciones propias del núcleo familiar. Sobre esa realidad conversamos con Mauricio Echeverría, director del Instituto Berit de la Familia, de la Universidad Santo Tomás.
Por Marcela Paz Muñoz Illanes
Basta observar algunas manifestaciones de la vida actual para comprender cómo el ritmo acelerado de la vida nos pide una creciente demanda por consumo tecnificado, que termina finalmente por afectar la vida de las personas, y por crear relaciones humanas mucho más frágiles. Esas condiciones, explica Echeverría, “resultan ambivalentes para la familia. Por una parte, es evidente que ellas dificultan la vida familiar, por cuanto atentan contra sus espacios, tiempos y vínculos propios. Los resultados saltan a la vista”.
Pero por otro lado, esas mismas condiciones son también las responsables de la “altísima confianza depositada hoy en la familia según todas las encuestas, como único refugio seguro en medio de la tormenta”.
¿Qué consecuencias tiene el hecho que actualmente se hayan incrementado los hogares con mujeres como jefas de hogar, y que hayan disminuido el número de hijos?
Todos los estudios indican que los núcleos familiares monoparentales están en evidente posición de desventaja respecto de aquellos con pareja estable. En particular, los hijos quedan expuestos a condiciones menos favorables para sus perspectivas económicas, escolares y sociales. Las condiciones empeoran en los hogares con jefatura femenina.
Además, hay autores que analizan las debilidades psicológicas a las que se exponen esos niños. Entre sus consecuencias destacan el debilitamiento del sentido de orden y normatividad, de superación de las dificultades, de trascendencia. Lo que se denomina vulgarmente hoy en nuestro país como niños “mamones”. Incluso se asocia a la ausencia del padre el aumento en diagnósticos de déficit atencional. Todo lo anterior se exacerba en los casos de hijos únicos, sobreprotegidos por la madre. Por éstas y otras razones, se ha llegado a caracterizar al mundo actual como una “sociedad sin padres” (hombres).
¿En qué situación se encuentra Chile respecto de otros países?
Casi el 40% de los núcleos con hijos es monoparental; es decir, madres o padres sin pareja que tienen al menos un hijo, en su inmensa mayoría madres solas con hijos menores de 18 años. Son datos alarmantes, incluso en el contexto mundial. En Europa, el promedio es de 9%, con un máximo en Suecia de 22%.
“Con respecto a la caída demográfica, la realidad chilena es catastrófica. Las familias con más de dos hijos llegan a un magro 6%. Nuestra tasa de fertilidad es de 1,87 niños por mujer, bajo el mínimo de reposición; lo que significa una disminución acelerada del tamaño de la población (el promedio mundial es 2,47). Ya vamos en una tasa de crecimiento cercana a cero (0,88 %). Sólo Uruguay está peor que nosotros en Sudamérica. En otras palabras, de no mediar cambios sustanciales, los chilenos somos una especie en vías de extinción. Un pueblo que no quiere tener hijos equivale a un suicidio demográfico. Y es un síntoma de una cultura sin proyecto vital, sin razón ni ganas de vivir”.
¿Qué rol debe, a su juicio, jugar la escuela, en el nuevo tipo de familia que se está configurando?
Durante los dos últimos siglos se ha buscado que la estructura sociopolítica supla a la familia en todo lo posible. La escuela ha jugado ese papel en el ámbito educativo. Ésta es precisamente una de las principales causas de la devaluación actual de la realidad familiar. Por lo tanto, considero un error comprensible, pero gravísimo, la tendencia a que la escuela vaya asumiendo una a una todas las funciones de la familia, en orden creciente: la instrucción, la preparación laboral, la sociabilización, la educación cívica, la educación física, la formación religiosa, la educación sexual, la formación moral, la urbanidad, los hábitos de vida saludable… Todo.
La educación ha sido expropiada de la familia por parte de la escuela; y la familia ya no la asume en ninguna área: se declara incompetente. Por lo demás, también la escuela hace agua por todos los costados formativos que ha querido abarcar. Para qué decir los profesores, que tienen que hacer de maestros, papás, psicólogos, nutricionistas, policías, etcétera. Por lo tanto, creo que el gran desafío actual para la escuela es devolver –inteligentemente– a la familia sus auténticos roles educativos. Antes que sea demasiado tarde… para ambas.
¿Qué rol asumen o asumirán los abuelos en este nuevo escenario?
En la familia tradicional amplia, el clan familiar, los abuelos juegan un papel crucial. Pero la nuclearización de la familia moderna los ha distanciado, privando a todos de un intercambio beneficioso: a nietos, padres y abuelos. Sin embargo, la actual prolongación de la vida y las exigencias laborales de las madres abren la posibilidad de recuperar esa relación. El papa francisco se refiere constantemente a este tema. Él ha dicho, por ejemplo, que “los abuelos son la sabiduría de la familia, son la sabiduría de un pueblo. Y un pueblo que no escucha a los abuelos es un pueblo que muere. ¡Escuchar a los abuelos!… los niños aprenden de los abuelos, de la generación precedente. ” No es lo ideal que el abuelo supla a un padre ausente, sino que lo complemente en la educación de los niños desde su función propia.
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