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Regístrate y accede a la revistaColumna de Luis Tesolat, fundador del Instituto de Educación para el Desarrollo Personal en Rosario, Argentina.
Las crisis producidas por los cambios son necesarias para que las personas aprendan a ser mejores: no debemos tener miedo a cambiar, sino a morir no habiéndolo intentado. Por eso, algunos asumen los riesgos con sus temores, les agregan un alto contenido de esfuerzo y de esperanza y lideran, con protagonismo, los cambios de sus propias existencias hacia donde quieren o pretenden llegar. En cambio, otros, tristemente, con un cierto complejo de inferioridad y sensación de víctimas, sirven de instrumentos a los intereses de otros que los dominan a su antojo.
Somos salvajes en el mundo y quienes logran adaptarse se fortalecen y maduran pero, quienes no lo hacen, se debilitan y permanecen inmaduros. Así, hay personas que educan y se vinculan con otras para que sean mejores en un mundo a trabajar y otras desvinculadas que parecen condenar a sus semejantes a un vacío existencial que limita y anula cualquier potencialidad para que no sea jamás quien debe ser.
Educar implica establecer un vínculo para generar en el otro la esperanza de una existencia que valga la pena ser vivida, de alcanzar lo aún no alcanzado, de trascender sus miedos ancestrales. Es significativo y reflexivo pensar que en el ideograma chino la palabra crisis está vinculada con dos dibujos: uno para cambio y otro para la esperanza. Todo profesor con maestría debe lograr que sus estudiantes quieran vincular la necesidad de cambiar con la esperanza de ser mejores. Aquí radica el para qué que da sentido a la vocación de enseñar.
¿A qué llamo profesor con maestría? Es aquel que logra establecer cuatro vínculos; los tres primeros son: profesor – alumno, alumno – aprendizaje, alumno – mundo, para culminar en el cuarto, el alumno consigo mismo. Un colegio debe formar y entrenar a sus profesores para que generen vínculos, de lo contrario corre el peligro de convertirse en un espacio más o menos bonito lleno de gente que enseña algo. ¿Podemos pensar en una educación sin vínculos? Claro que sí, pero no sirve. En cambio, pensar y generar una educación con vínculos es crear las condiciones imprescindibles para que los alumnos les encuentren sentido a sus propias vidas.
Ahora bien, si hablamos de una educación con vínculos, no podemos pensar que la responsabilidad de una buena educación está solamente en manos de profesores con maestría, lo cual ya es mucho: es toda una institución la que educa desde los vínculos. Hay colegios en los que sus directores no tienen contacto con sus profesores y viceversa, otros en los que padres son “personas peligrosas” a las que hay que mantener alejadas de los muros exteriores, algunas en las que niños o adolescentes “problemáticos” son excluidos, varias con conflictos escondidos y no resueltos, etc. Un colegio bien educado es aquel en el que todas sus partes están bien vinculadas.
Decía Confucio que “La educación genera confianza. La confianza genera esperanza. La esperanza genera paz”. Pero, ¿cómo puede un buen educador lograr en sus educandos la confianza, la esperanza y la paz? Insisto en que la clave está en crear vínculos, a lo que le sumo, y establecer redes humanas y emocionales entre cada una de sus partes. Me resisto a pensar en una educación que no parta de estas premisas que me parecen tan básicas y sencillas a la vez.
Me quiero detener especialmente en los profesores ya que son quienes, a diario y en y desde el colegio, tienen la enorme tarea de forjar almas. Por eso, para ellos y ellas, a manera de chequeo y reseteo, traigo a consideración aquel bellísimo diálogo que se genera entre el zorro y el principito relatado magistralmente por Antoine de Saint-Exupéry en “El Principito”, que debería ser bibliografía obligatoria de todo educador. Y comienza así:
– ¿Quién eres tú? -preguntó el Principito-. ¡Qué bonito eres!
– Soy un zorro -dijo el zorro.
– Ven a jugar conmigo -le propuso el Principito-, ¡estoy tan triste!
– No puedo jugar contigo -dijo el zorro-, no estoy domesticado.
– ¡Ah, perdón! -dijo el Principito. Pero después de una breve reflexión, añadió: – ¿Qué significa “domesticar”?
En esta etapa tan artificial creada por el hombre a la que se ha llamado “modernidad” o “era de la comunicación”, muchos estudiantes se sienten tristes y excluidos, solos, angustiados, depresivos, vacíos y sin sentido, muchas veces expresado de manera violenta en el aula. Se ve que, al menos en materia educativa, no hemos aprendido nada. Más que nunca, el profesor con maestría debe reinventarse para saber estar presente en la vida de sus educandos interactuando con ellos ya que, quizás, para muchos de estos adolescentes y jóvenes, él sea su única esperanza, el único vínculo con el mundo real aún por descubrir y amar. ¡Cuánto trabajo de gestión de emociones para lograr la asertividad y el equilibrio interior que trae la paz! Crear vínculos y redes es domesticar. Demos nuevamente la palabra al pequeño zorro de nuestro diálogo:
– Es una cosa ya olvidada…, significa “crear lazos…”. Si me domesticas… Tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo. Mi vida se llenará de luz. Reconoceré el sonido de tus pasos que serán distintos de todos los demás. ¿Ves allá los trigales? Yo no como pan. Los trigales no significan nada para mí y eso es triste. Pero tú tienes los cabellos color de oro. Entonces, si me domesticas, será maravilloso, porque el trigo, que es dorado, me hará recordarte. Y amaré el sonido del viento en el trigo…
Sólo los afectos crean lazos, o rechazos, por eso un profesor con maestría no debe tener miedo a generar lazos con sus estudiantes. Por esto, me parece que es más un mentor que un docente porque, por un lado, llena de luz la vida presente y futura de sus estudiantes, les enseña a observar y hacerse preguntas distintas y, por otro, los ayuda a resignificar su ser y hacer, tanto en el pasado como en el presente y en el futuro, usando la imaginación creativa que genera la actitud emocional adecuada para lograr cambios y transformaciones. Y prosigue el sabio zorro:
– Sólo se conocen las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no se dan tiempo para conocer nada. Debes tener mucha paciencia… Al principio te sentarás un poco lejos de mí, así, de esta manera, sobre la hierba. Te miraré de reojo y tú no dirás nada. El lenguaje es fuente de malentendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca…
Las cuatro grandes inversiones que todo profesor con maestría debe hacer a la hora de educar a sus estudiantes para generar vínculos son: amor, paciencia, esperanza, confianza. Es clave para el educador aprender a trabajar con ellos y ellas respetando los ciclos evolutivos de aquellos a quienes pretende educar ya que los adolescentes y jóvenes tienen sus tiempos, y sus silencios, y se necesita de maestría para saber esperarlos: apurar es anular, ahogar, destruir, violentar. Y cuidar el lenguaje, para educar y motivar en positivo con una amable exigencia.
Crear vínculos es educar. Con maestría prosigue el sabio zorro:
– Hubiera sido mejor que volvieras a la misma hora. Y cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro ya estaré inquieto y preocupado; ¡y así, cuando llegues, descubriré el precio de la felicidad! Pero si llegas a cualquier momento, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón… Los ritos son necesarios.
Tres virtudes que son fuerzas de empuje formidables de todo profesor con maestría: coherencia, compromiso y responsabilidad. Y es que se trata de educar en el éxito de la felicidad, sabiendo que los logros son más importantes que los resultados: los estudiantes siempre esperan ese algo más de sus educadores para lograr dar ese paso que, quizás, no se animan a dar solos, y se los puede defraudar. Una educación bella es una educación que va por más. La causa de los males actuales no fue la pandemia sino el fracaso de la educación que perdió de vista al hombre por culpa del hombre. Se hace necesario volver al diálogo, al reencuentro, para reencantar y revincular a los estudiantes con un presente esperanzador antes de que mueran de aburrimiento y apatía.
Crear vínculos es aprender a hacer de las acciones diarias auténticos rituales. A ver qué nos dice nuestro sabio zorro:
– ¿Qué es un rito? Preguntó el Principito.
– Es lo que hace los días sean distintos unos de otros, una hora, distinta de otras. Dijo el zorro.
Un docente con maestría debe preparar muy bien sus clases para generar el clima adecuado de todo aprendizaje, ya que educar no es improvisar o azar. Generar cambios y transformaciones, superar desafíos, despertar interrogantes, adentrarse a lo incierto como fuente de fecundidad: rito no es rutina, es el movimiento del amor que busca la superación, así entiendo el clima adecuado para un adecuado aprendizaje. Cada clase debe lograr que los días de los estudiantes sean distintos unos de otros. Ah, eso sí, y que se sientan queridos porque esto despierta una fe increíble. El rito del cariño, el rito de la fe, el rito de aprender: necesitamos crear días distintos y creer que en ellos se puede encontrar sentido a la vida. Y continúa diciendo Antoine de Saint-Exupéry:
Así fue como el Principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando la hora de partir, el zorro dijo: – ¡Ay… lloraré!
-Es tu culpa -dijo el Principito- ¡Entonces no has ganado nada!
-Claro que sí -dijo el zorro- Gané el color del trigo. Y agregó: -Ve a ver las rosas otra vez; comprenderás que la tuya es única en el mundo.
Cada persona, cada estudiante, es único en el mundo y, para cada uno de ellos y de ellas, sus profesores también son únicos en el mundo y, en muchos casos, quizás lo más hermoso que posean y otorgue sentido a sus vidas. Un profesor con maestría no puede defraudar a sus alumnos: saber que habrá alegrías y tristezas: es el precio de educar personas, de sembrar almas. Y cada oportunidad es única, no hay dos iguales, pero hay que aprender a descubrirla. Y aquí el secreto:
He aquí mi secreto. Es muy sencillo: sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible para los ojos. Es el tiempo que has dedicado a tu rosa es lo que la hace importante. Los hombres han olvidado esta verdad, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa…
Un buen profesor, más que resultados trabaja logros, es decir, en aquello que se van convirtiendo -superando, mejorando- sus estudiantes a medida que aprenden, aunque no termine de ver el final de cada historia: eso es otra cosa, ya que, lo esencial es invisible a los ojos. El tiempo, trabajo y amor que cada educador haya invertido en sus educandos, la dedicación que haya brindado, el amor que haya dado serán sus tesoros. Por eso, a la hora de educar, es imprescindible poner el corazón, apasionarse, ilusionarse, entusiasmarse: todo esto, es responsabilidad de cada buen educador.
Un colegio que genera vínculos a través de sus profesores con maestría ha entendido que, en su misión, visión y valores, está la responsabilidad de hacer que sus estudiantes sean mejores personas. Educar en virtudes y valores, entender que la vocación es una misión es poner en práctica que educar es domesticar, es decir, crear vínculos.
Quizás el mayor éxito – logro de un colegio sea el de generar lazos y redes para que cada estudiante de lo mejor de sí mismo y adquiera la libertad que necesita para ser feliz. Si algún director está pensando qué objetivos lograr para el próximo año, en este artículo tendrá algunas ideas: manos a la obra, los vínculos esperan. No debemos tener miedo a cambiar sino a morir no habiéndolo intentado: vale la pena.
BIBLIOGRAFÍA
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