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Regístrate y accede a la revistaPor Guillermo Turner Olea, Periodista. Director diario Pulso
Tanto se discute en Chile sobre los desafíos que enfrenta la educación pública, que muchas veces damos por sentado el nivel y calidad de la oferta privada, en especial cuando se trata de la educación escolar de élite. Plantear la necesidad de contar con buenos resultados en los niveles socioeconómicos altos puede parecer un asunto de segundo orden o, incluso, una suerte de fomento a la brecha con los sectores menos favorecidos. Pero no es correcto: si, a pesar de contar con recursos similares, la educación privada de élite ostenta niveles mediocres en comparación con países desarrollados, qué se puede esperar de los esfuerzos en educación pública.
Y así ocurre. El proyecto PISA 2000 incorporó un índice complejo, denominado ISEC, para incluir en la evaluación de la enseñanza aspectos como la riqueza, bienes culturales de las familias, ocupación y nivel educacional de los padres. “Apenas un 10% de la población estudiantil chilena registró un ISEC sobre 0,70 -el piso del puntaje considerado de excelencia- mientras que en Estados Unidos superó el 30% y en Finlandia, el 26%. En Argentina lo consiguió un 15%”, publicó revista Capital en un artículo de junio de 2010.
En resumen, el desempeño de los estudiantes chilenos con mejor situación socioeconómica apenas alcanzó al promedio de un estudiante medio de la OCDE, como lo volvió a reflejar la prueba PISA 2006, y eso que el gasto privado en educación que ostenta nuestro país supera al promedio de los países más desarrollados.
Dos frases extraídas del informe del año 2000 dan cuenta del panorama: “en un mundo globalizado y cada vez más competitivo, las exigencias a los jóvenes aumentan, y estos resultados muestran que ni siquiera los estudiantes chilenos de elite están igualmente capacitados que los de países de la OCDE para participar en ese nuevo contexto”. Y un mensaje a los apoderados: “esto significa que, aún cuando estos jóvenes son los que probablemente obtienen los mejores resultados en las mediciones nacionales, sus establecimientos y familias no debieran darse por satisfechos”.
La advertencia cobra mayor relevancia en un escenario donde las preocupaciones parecen centradas en los desafíos de la educación pública (asunto del todo importante, por cierto), mientras que los establecimientos de elite tienden a beneficiarse de una alta demanda y limitadas opciones de movilidad para las familias. En otras palabras, ante la escasez de cupos y amplia demanda, el colegio impone las condiciones, selecciona, premia o desvincula con argumentos no siempre objetivos.
Pero eso no es todo. Las exigencias educacionales han cambiado profundamente y no resulta tan evidente que todas las instituciones académicas avancen en ese sentido. Nuevamente, si ni siquiera somos capaces de preparar para estos nuevos contextos a los estudiantes de elite socioeconómica, con recursos disponibles, difícilmente lo conseguiremos con aquellos de sectores más desfavorecidos. Un buen ejemplo en este sentido lo constituye la baja o casi nula utilización de las nuevas tecnologías en la educación. El dinamismo, participación y colaboración que ofrece la web apenas convive con la lógica repetitiva de tanto contenido que se imparte en las aulas escolares. La forma como se procesa y almacena la información ha cambiado. La inmediatez y la interactividad están a la orden del día. Mientras tanto, los alumnos siguen memorizando fechas que olvidarán tras el examen y los apoderados invirtiendo en textos escolares a los que bien se podría acceder de forma electrónica.
Cito una opinión de Mario Waissbluth incluida en el mencionado reportaje de Capital: “es un mito que la educación particular en Chile sea mejor que la pública; la única diferencia es que estas escuelas tienen alumnos con un capital cultural mayor, no por un tema académico”. Pero los padres y apoderados parecen satisfechos. Elementos como la infraestructura o la inserción social ocupan muchas veces mayor relevancia que la calidad al momento de optar por un establecimiento escolar. Sin embargo, son ellos los que tienen la llave del cambio. Si los “pingüinos” centraron la atención en la calidad y cobertura de la educación pública, tendrán que ser los padres y apoderados los que eleven la exigencia a las instituciones de elite, obligando a cuestionarse tanto los contenidos que imparten como la metodología de enseñanza.
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