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Regístrate y accede a la revistaCon la conmemoración de los treinta años del Simce hace unos días, bien vale el intento de analizar de qué manera influye la famosa prueba en la experiencia educativa de los estudiantes chilenos.
A treinta años de la primera vez que se aplicó en Chile una evaluación al sistema educativo nacional, Simce o Sistema de Medición de la Calidad de la Educación, quisimos entrevistar a uno de los catorce expertos que, en el 2003, formó parte de la comisión que analizó el impacto que tiene y ha ejercido la prueba en el desempeño de los escolares chilenos.
Alejandro Carrasco, Director del Centro de Estudios de Políticas y Prácticas en Educación de la Universidad Católica (Ceppe UC), destaca lo que se ha ganado en treinta años del Simce y también habla de las consecuencias obtenidas de su sobre utilización.
“La prueba ha aumentado en periodicidad, subsectores evaluados, edad de los estudiantes y cantidad de recursos asociados a su implementación. No obstante, su sobre medición ha provocado que el sistema escolar chileno se desbalancee, porque los colegios han tendido a concentrarse en lo que el Simce mide, con cierto descuido de algunos subsectores o aspectos del proceso de aprendizaje que no son medidos por ésta”, afirma Alejandro.
En 1988, lo que se quiso obtener con la implementación de una evaluación externa fue proveer de información relevante para su quehacer a los distintos actores del sistema educativo. Asimismo, y según dicta la Agencia de la Calidad de la Educación, el principal propósito de la prueba es contribuir al mejoramiento de la calidad y equidad en la educación, informando sobre los logros de aprendizaje de los estudiantes en diferentes áreas de aprendizaje que establece el currículo nacional.
Cuando hablamos de calidad con el experto Alejandro Carrasco, éste cree que la calidad de la educación mejora con profesores de calidad, innovación, prácticas de liderazgo y mayores recursos; que las pruebas no contribuyen a esto, sino más bien a “dar una indicación de qué tan lejos o cerca está un establecimiento escolar de los estándares nacionales y que, en el caso de Chile, tiene que ver con lo que cada uno de los alumnos sabe a determinada edad”, establece.
Por otro lado, lo que recoge en la actualidad el Simce es información sobre docentes, estudiantes, padres y apoderados a través de cuestionarios, la que sirve para contextualizar y analizar los resultados de los estudiantes en las pruebas.
En este sentido, Alejandro rescata los datos que han podido “poner en evidencia las brechas socioeconómicas, de género y en términos de resultados del aprendizaje de los estudiantes, lo que ha sido positivo, porque ha puesto a la educación en una de las prioridades nacionales en términos de políticas públicas y presupuesto”.
Más apoyo en evaluación interna y menos consecuencias por puntajes bajos
Preguntamos a Alejandro Carrasco qué modificaría al actual sistema de medición, pensando sobre todo en evitar que los colegios se esfuercen simplemente en “subir el puntaje” año a año, y éste estableció en tres el número de medidas que tomaría, también tomando en consideración la perspectiva histórica de la prueba.
“Si bien en 2014 se redujo a trece la cantidad de evaluaciones, yo disminuiría todavía más este número, dado que en paralelo se está mejorando y fortaleciendo la Carrera Nacional Docente, o fijando ciertos mecanismos de aseguramiento de la calidad, lo cual hace menos necesaria la evaluación externa y más necesaria la interna, como lo está haciendo la Agencia con la Evaluación Progresiva, que pone a disposición tres evaluaciones para aplicar durante el año”, dice Alejandro.
En segundo lugar y respecto al plan de evaluaciones, el experto propone disminuir las pruebas en subsectores y transformar estos instrumentos de evaluación en herramientas para las comunidades escolares, tal como se hizo con la prueba de lectura de segundo básico que, actualmente, toma una muestra y entrega resultados para todo el sistema, evitando estresar a los estudiantes más pequeños.
Finalmente, Alejandro estima que también reduciría el número de consecuencias asociadas a la aplicación del Simce y que tienen que ver con “el cierre de escuelas, esto, porque los sistemas escolares mejoran construyendo capacidad y apoyando, y no generando amenazas como este tipo de acciones”.
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