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Parece ya un hecho que la educación parvularia ingresará más tarde al proyecto de política nacional docente que, entre otras materias, busca mejorar la calidad y las remuneraciones del sector. ¿Es correcto postergar esta etapa? particularmente, si ya está comprobado que aporta al desarrollo psicomotor y de lenguaje de los niños y, de paso, permite compensar la brecha educacional en los sectores más vulnerables del país.
Por Marcela Paz Muñoz Illanes
La educación parvularia tiene impactos enormes en el desarrollo humano a largo plazo. Es un hecho que los desarrollos social, emocional, físico y cognitivo están íntimamente ligados. Por ello, más que considerar los efectos de la educación parvularia en la enseñanza tradicionalmente concebida, se deben contemplar los efectos de este nivel educativo sobre las bases sociales y emocionales para el aprendizaje, advierte Ernesto Treviño, destacado académico de la UDP y director del CPCE.
Se trata de una etapa clave y esencial, explica el académico de la UDP, “para promover la autoestima, la perseverancia, perder el miedo al fracaso, naturalizar el error como parte de los aprendizajes. En el fondo, la educación parvularia tiene efectos en lo que comúnmente se denomina habilidades blandas, las cuales son fundamentales para la vida adulta tanto en lo laboral como en la definición de un proyecto de vida personal”.
Reforzar esta etapa del aprendizaje es fundamental, particularmente en momentos en que países que llevan la delantera en educación, como Finlandia, anunciaron recientemente una modificación del currículo, potenciando en los alumnos las habilidades del siglo XXI, como el pensamiento crítico y creativo, la capacidad de comunicarse efectivamente, las habilidades tecnológicas y el sentido de responsabilidad social.
Asegura Luz María Budge, consejera de la Agencia de Calidad de la Educación, que “estudios internacionales —luego de realizar seguimientos durante muchos años— han revelado que quienes asistieron a una escolaridad en la primera infancia poseían una menor incidencia en el consumo permanente de sicotrópicos y drogas, y menor evidencia de actos delictuales. También entre ellos existía una tasa superior de término satisfactorio de sus estudios. Una cuidada y rigurosa educación parvularia puede dar ese fruto. En Estados Unidos, las investigaciones han evidenciado un mayor y mejor uso del lenguaje, además de los beneficios concernientes al desarrollo sicosocial de los jóvenes”.
Desgraciadamente, explica Budge, “en Chile contamos con poca información, y la que tenemos corresponde al impacto de programas específicos, en grupos controlados y que no necesariamente podrían ser replicables con políticas públicas. Sin embargo, en los últimos años se ha ido incorporando esta etapa educativa a la investigación educacional y, de hecho, ha sido la investigación la que ha ido impulsando políticas para ampliar la cobertura y velar por la calidad de esta”.
Coincide con aquello Alejandra Falabella, investigadora y académica de la Universidad Alberto Hurtado, quien asegura que “los primeros años de vida son vitales para asentar bases sólidas en la formación afectiva e intelectual de los niños. En la medida que desarrollan habilidades diversas durante la primera infancia, podrán a futuro adquirir aprendizajes más complejos y elevados. En estos años nos jugamos buena parte del éxito futuro de los pequeños”.
Explica Falabella que la doctora María Montessori, a principios del siglo XX, lo planteó: los niños tienen “mentes absorbentes”. “Es decir, es una etapa en que el ser humano está especialmente ávido de aprender sobre el mundo, el lenguaje y el modo de relacionarse. Los primeros seis años —y especialmente los tres iniciales— son un “período sensible”, pues las personas tienen mayor capacidad para conocer sobre variados ámbitos y desarrollar distintas habilidades, aprender idiomas, iniciarse en la apreciación musical, hábitos y valores éticos, entre otros. En las últimas tres décadas, los avances de las neurociencias lo han confirmado con claridad”.
A ello se agrega el hecho de que, asegura Budge, “fortalecer la educación inicial permite reducir la brecha educativa, particularmente en lo que respecta al lenguaje. Tal vez no pueda suplirse toda la carencia de capital cultural ni todo el andamiaje estructural en las funciones básicas, pero ciertamente un buen programa de educación parvularia que pueda comprometer a las familias y esté articulado con la educación que le sigue, permite disminuir la brecha y mantener en el tiempo los beneficios. Cabe pensar que hábitos de trabajo, normalización, curiosidad, creatividad, pensamiento inquisitivo y sociabilidad armónica pueden ser factores determinantes en un futuro desempeño efectivo”.
Según Alejandra Falabella, la educación en esta etapa debiera ser esencialmente “paidocéntrica” (centrada en el niño), con una formación integral, donde el juego y la libre expresión sean ejes centrales del método de enseñanza-aprendizaje. No obstante, la educación inicial, especialmente en los niveles prekínder y kínder, ha sido colonizada por la escuela y métodos directivos, donde los niños deben adaptarse a actividades homogéneas iguales para todos los niños, con escasas oportunidades de interactuar con material concreto, y con una estructura curricular que segmenta el conocimiento en asignaturas. Por ello, es esencial proteger las particularidades de esta etapa de acuerdo a las necesidades y características de los niños durante su infancia inicial.
El aporte de una educación inicial de calidad
En Estados Unidos son muy famosas las evaluaciones de los programas Perry School y Abecedarian, que han seguido por décadas a personas que pasaron por educación parvularia de calidad y han comparado sus resultados con adultos que no tuvieron acceso. “Los últimos estudios han usado evaluaciones experimentales complejas que nos dan mayor certeza de estos efectos”, señala Ernesto Treviño.
Desde el punto de vista de la neurociencia, explica Claudia Donoso, directora del Jardín Infantil Osito y docente de Neurociencias, «entre los 0 y tres años es fundamental una estimulación de calidad en los niños, ya que se trata de la etapa de mayor plasticidad neuronal. No existe una edad más importante para aprender».
En esa edad, agrega Donoso, se genera la adquisición de las funciones cognitivas de orden superior. «A los tres años de edad ocurre el peak en la curva del lenguaje de los niños, y es en ese momento donde se genera o no la brecha del lenguaje, que luego se va acrecentando a través de los años».
La evidencia internacional también apunta a la importancia de una educación inicial de calidad. En el Programa Perry Preschool se evaluaron los efectos 19 años después de haber asistido, revelando que esos alumnos tienen un año más de educación, mayores tasas de educación media, y menos embarazos adolescentes comparados con su grupo de control. A ello se suma el hecho de que la OCDE (2011) concluye que los jóvenes de 15 años que asistieron al menos un año a educación parvularia obtienen, en promedio, cerca de 30 puntos más en la prueba PISA que los que no lo hicieron. Según esa investigación, para Chile el impacto bordearía los 15 puntos.
Pero, atención, porque algunos investigadores como Barnett (1995) y Rivadeneira (2006) señalan que los potenciales beneficios (en términos de habilidades cognitivas y no cognitivas) observados en niños que asisten a centros de educación parvularia dependen en gran medida de la calidad del servicio educativo recibido por el menor. Adicionalmente, como se dijo anteriormente, la evidencia muestra que si los programas están diseñados adecuadamente, el impacto positivo es mayor en niños que tienen un nivel socioeconómico (NSE) menor debido a que sus familias y ambientes tienden a estimularlos menos en sus primeros años de vida, con lo cual la educación temprana los ayudaría a suplir las desventajas existentes, mejorando la equidad social.
Los efectos de la postergación
Con esos datos en mano, resulta casi paradójico el hecho de que respecto del proyecto de carrera docente, se retrasaría el ingreso de educación parvularia a la iniciativa. Ante lo cual Ernesto Treviño asegura: “Evidentemente, sería mejor que partieran lo antes posible las educadoras de párvulos”.
Sostiene Luz María Budge que, si bien aún no se conocen en su totalidad los alcances de este proyecto de ley, “cuesta imaginar las razones que pudieron tenerse para considerar a las educadoras de párvulos en una condición distinta a los docentes. Ciertamente, esta dilación en su incorporación irá en desmedro de su desarrollo profesional y probablemente pueda ir en detrimento de la calidad de quienes quieran convertirse en educadoras de párvulos. Por otro lado, no se necesita de una carrera docente para desarrollar políticas públicas de incentivo a la calidad de este nivel; podría abordarse desde la proporcionalidad de educadoras por niño y el número de niños por sala, la duración de las jornadas y su organización, la dependencia administrativa, la generación de estándares, entre otros elementos”.
En esa misma línea, en la actualidad el 76% de las carreras en Educación de Párvulos están acreditadas. Explica Budge “que esa es una de las muchas razones que desvalorizan el rol de las educadoras de párvulos. Si no están acreditadas probablemente es porque no cumplen con los parámetros mínimos que puedan garantizar una formación profesional rigurosa».
¿De qué manera la educación inicial permite reforzar y trabajar habilidades sociales en los alumnos?
La educación inicial debiera ser capaz de potenciar las diversas habilidades de los niños y niñas, para ello es clave considerar tres aspectos. Se requiere en primer lugar un ambiente seguro y acogedor, que garantice el bienestar de todos. Una educación positiva no se puede dar sino en un lugar donde los niños se sientan queridos y contentos.
Es crucial la preparación de educadores mediadores que inviten a los párvulos a aprender el mundo de forma activa, experimentando, curioseando, preguntándose, investigando, resolviendo problemas y expresando sus ideas y sentimientos de diversos modos. En esta etapa, el/la educador/a debe observar y estar atento a los intereses y acciones de los niños, y a partir de ello introducir preguntas desafiantes, contraponer ideas, o invitar a experiencias nuevas.
La exploración y el juego con materiales concretos es fundamental en esta etapa. Los niños no aprenden a través de explicaciones abstractas, sino que interactuando con el mundo y materiales que los rodean.
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