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Regístrate y accede a la revistaSin lugar a dudas, la música incide en nuestro desarrollo cerebral, pero específicamente en la adolescencia, cumple un rol clave respecto del crecimiento humano, generando identidad.
La música siempre ha representado diferencias generacionales, pese a que, culturalmente, simboliza más o menos lo mismo: un medio para exteriorizar las emociones y que se caracteriza por medio de distintos estilos o géneros musicales elegidos por las personas según las experiencias que archivan tanto en sus vidas privadas como sociales.
Para el psicólogo Pablo Urrutia, con experiencia en el área clínica de adolescentes en el tratamiento de ansiedad, depresión, adicciones y orientación vocacional, la música refleja un sistema de valores, creencias, sentimientos y experiencias para los jóvenes, las cuales se han creado, enseñado o vivido previamente, según un contexto y temporalidad determinados.
“En general, la música que escuchan los jóvenes de hoy no difiere de la que escuchaban los adolescentes en los 80’ o 90’. Sin embargo, siempre oiremos decir a los mayores ‘esto no es música, es una abominación… Lo de mi tiempo sí era música’. Los ritmos y las modas cambian, pero el papel de la música no varía”, comenta Pablo.
Lo que quiere decir este especialista es que el problema no está en la música, ya que es un medio de expresión, sino que en la dificultad de las familias en inculcar valores o principios sólidos con los que el adolescente se pueda identificar. Esto, cuando se crea un sistema de creencias importante en el sujeto (sexo explícito, consumo de drogas o suicidio, entre otros).
Educar a través de la música
En sí, la música tiene una función de desarrollo cerebral: genera placer (a través de la liberación de dopamina), relaja y exacerba emociones, sólo por mencionar algunas. Pero en la adolescencia, específicamente, cumple un rol muy importante y que tiene que ver con el desarrollo humano, la identidad.
“La música activa muchas áreas cerebrales ligadas a la memoria, el placer, el lenguaje, y la lógica matemática, entre otras. Es una actividad que hace trabajar prácticamente a todo el cerebro, especialmente al núcleo accumbens, hipocampo y la amígdala, zonas que están relacionadas con el placer y la adicción, explica Pablo Urrutia.
Según un estudio del California Institute of Technology, cada género musical tendría funciones cerebrales distintas. Por ejemplo, el reggaetón estaría íntimamente vinculado con el placer y liberación dopaminérgica, lo que impide la concentración y relajación corporal de quienes lo escuchan, dañando la parte simpática del hipotálamo, y todavía peor, disminuyendo la capacidad cerebral y la memoria a corto plazo.
El rock, por su parte, se relaciona con la creatividad, búsqueda de soluciones y reflexión emocional. El hip hop y la electrónica tienden a estimular hormonas ligadas a la energía, promoviendo la actividad constante, generando un efecto similar a sustancias energizantes.
Para Pablo, esto es parte de los elementos socializadores y diferenciadores de la música, y que repercuten en el hecho de que un grupo de pares pueda compartir los mismos códigos, garantizando la relación y comprensión entre sus miembros, así como la adopción de nuevos comportamientos que hace que éstos subrayen lo genuino.
En este sentido, los líderes musicales ejercen influencia sobre los jóvenes en cuanto a mostrar un sistema de creencias, valores y estilo de vida que el adolescente podría ir siguiendo, pero no necesariamente imitarlo. Esto significa que, aunque a un determinado género se le haya asociado una serie de estereotipos, en la práctica, no representan ni tienen relación con los miembros de ese grupo.
“Por ejemplo, se ha visto que las personas que escuchan metal, música generalmente fuerte y con letras agresivas, tienden a ser amables, sensibles e inteligentes… Esto puede ayudarnos a acercarnos a los adolescentes a través de la música de su elección”, dice Pablo, lo que no significa que se deba invadir.
“Recordemos que la música es su forma de expresión, identificación, sentido de pertenencia y expectativas, por lo que no debe invadir, sino que más bien validar el estilo que escucha el adolescente, independiente de cual sea, ya que lo que se haría sería aceptar lo que estaría intentando expresar, que en algunos casos no se puede hacer con palabras”, recalca el experto.
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