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Regístrate y accede a la revistaTener mejores directores haría que los colegios enfrenten mejor las emergencias y la rutinaria normalidad.
Las situaciones de crisis ponen a prueba los liderazgos. Son la oportunidad para que muestren al resto caminos para salir del atolladero. En el caso actual del sistema escolar, se trata nada menos que de normalizar la situación en la escuela, intentando re-centrarla gradualmente en lo que es su tarea distintiva, la formación de niños y adolescentes. Pero también es una ocasión propicia para aprender de estas emergencias, entendiendo las razones científicas que las causan y afianzando los valores que se ponen a prueba. Esta generación no borrará fácilmente la experiencia física del movimiento de la tierra, los peligros escondidos en los océanos o las visiones opuestas de la vida en sociedad postcatástrofe: los saqueos y la solidaridad.
Es un desafío pedagógico de los docentes buscar que la destrucción y el miedo se transformen en crecimiento personal de los alumnos. Es un desafío de liderazgo para los directivos escolares orientar al cuerpo docente en esta labor, así como reforzar los lazos con los padres y el sentido mayor de comunidad escolar.
Una vez pasada la emergencia, volverá a aflorar la situación más permanente de baja calidad de miles de establecimientos. Repitámoslo: dedicar energía y recursos a potenciar el liderazgo directivo es una alternativa de altísimo impacto; trabajar con 8 mil directores impactará eficazmente a 160 mil profesores. El nuevo gobierno tiene aquí una oportunidad dorada de avanzar rápido ante nuestra demanda nacional de educación de calidad para todos los niños.
La investigación educativa internacional otorga cada vez más importancia al liderazgo en las escuelas. Se constata que el liderazgo directivo es el segundo factor intraescolar que más incide en la calidad de los aprendizajes que logran los alumnos (sólo superado por las competencias de los docentes) y que esta influencia aumenta en los establecimientos que atienden a los estudiantes más vulnerables.
Este impacto se produce por su capacidad de transformar el trabajo pedagógico de los docentes, haciéndolo más efectivo. Los buenos directivos destacan por su labor de monitoreo de lo que ocurre en las salas de clases y por crear condiciones adecuadas para la docencia. Son líderes educativos y su tarea no es fácil: deben convencer del cambio y mostrar modos prácticos de mejorar su desempeño a docentes acostumbrados por décadas a hacer las cosas de cierta manera. Deben elevar su motivación, expectativas sobre los alumnos, dominio disciplinario, métodos de enseñanza, y capacidad de trabajo colectivo.
La Reforma Educacional en Chile no ha tenido al liderazgo directivo como una pieza clave. Es más: sólo en 2005, tras múltiples intentos por cambiar la situación de los "directores vitalicios", se logró una legislación que obliga a la concursabilidad del cargo de director en colegios municipales. No es de extrañar, entonces, que no se trate de una posición prestigiada, y que concurran pocos candidatos a las convocatorias en curso.
Una política hacia los directivos debiera incluir una definición precisa de sus responsabilidades y la correspondiente entrega de atribuciones, como darles más peso en la contratación, evaluación y capacitación de los docentes. También debe dibujarse una carrera profesional progresiva, que les dé un fuerte sostén a los directores novatos y les entregue oportunidades de compartir sus experiencias con los ya consagrados.
No es menor el desarrollar una buena formación, con foco en lo educativo más que en lo administrativo, y que potencie a fondo las competencias de los directivos. Y esta mayor importancia debe reflejarse en sus condiciones laborales, mejorando sus remuneraciones y prestigio.
Perseverar en esta política hará que a futuro las escuelas cuenten con equipos directivos más sólidos, capaces de desplegar sus energías y talentos educativos en la rutinaria normalidad, pero también en estas duras pruebas que nos reserva nuestro angosto y sísmico país.
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