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Nov 2024 - Edición 288

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Desarrollo y fomento del pensamiento crítico

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Por Alejandra Buchholtz.

Hoy en día, en el debate educativo, cuesta encontrar un discurso sobre educación de calidad que no identifique como objetivo relevante, el contribuir al desarrollo del pensamiento crítico del alumno. Asimismo, en el Currículum Nacional el fomento de este tipo de pensar está presente de modo transversal, desde la Educación Pre-escolar hasta la Educación Media, como objetivo de aprendizaje en asignaturas tan diversas como Lenguaje y Comunicación, Idioma Extranjero, Matemáticas, Música, Artes Visuales, Ciencias Naturales, con especial énfasis en las Bases Curriculares de Historia, Geografía y Ciencias Sociales y, por supuesto, de Filosofía y Psicología. Sin embargo, más allá de la retórica, cabe preguntarse: ¿Están los alumnos aprendiendo a pensar críticamente?  O, tal vez, más importante: ¿Estamos los docentes preparados para guiar a nuestros alumnos en este aprendizaje?

 Si bien existen en la actualidad cursos de pensamiento crítico con carácter obligatorio en nuestra Educación Superior, son pocas las mallas curriculares de pedagogía que tienen integrados cursos de este tipo. Llama la atención que, respecto de este aspecto, los programas de carreras de pedagogía no estén alineados con lo que establece la LGE como objetivo de aprendizaje, como tampoco con habilidades que investigaciones de sus propios centros de investigación reconocen como centrales. Por otro lado, sorprende que, entre tanta oferta de capacitación para docentes, prácticamente no se encuentran cursos de lógica y argumentación que permitan al profesor formarse de manera de favorecer el desarrollo del pensamiento crítico. Difícilmente profesores que no hemos aprendido este pensamiento podríamos fomentarlo. Más que profundizar en las faltas del sistema en este aspecto, la intención de este artículo es revisar qué se entiende por esta forma de pensar y en qué medida los profesores podemos contribuir a su desarrollo.

 Una definición que puede ser aclaratoria a este respecto se encuentra en el programa de un curso de pregrado (no vinculado con pedagogía) de la UAI, denominado precisamente Argumentación y Pensamiento Crítico, que define este tipo de pensamiento como “aquel modo de pensar que somete a una crítica rigurosa el propio razonar” (examinando la validez lógica del razonamiento, cuestionando sus argumentos y haciéndose cargo de las objeciones). El mismo texto destaca lo indispensable que son las prácticas discursivas para desarrollar el pensamiento crítico. “En la práctica argumentativa los dialogantes hacen públicas sus posiciones y las razones que las sustentan”, exponiéndose de esta manera a que los argumentos propios y los ajenos sean cuestionados tanto desde una perspectiva formal como de la plausibilidad de sus premisas. 

La literatura relacionada al tema da cuenta que el concepto “pensamiento crítico” tiene su origen en ciertos textos de lógica que fueron titulados por sus autores de esta manera, en los años cincuenta, en el mundo anglosajón. Sin embargo, al parecer los planteamientos del reconocido filósofo y pedagogo norteamericano, John Dewey, habrían determinado el significado del pensamiento crítico en el siglo XX. Dewey, en su obra Cómo pensamos, si bien no habla de pensamiento crítico, sí define como “pensamiento reflexivo” a aquel que conoce, primero, las causas de las ideas (las condiciones bajo las cuales se piensan) y segundo, las consecuencias de las ideas (los efectos que producen en nuestra vida práctica y en el mundo). Luego, en Democracia y Educación, el autor destaca que los niños piensen por sí mismos y sean capaces de formarse sus propias opiniones. Ambos puntos, la forma cómo se piensan las ideas y el modo cómo se dialogan, se refuerzan posteriormente en pensadores, nuevamente, pertenecientes al ámbito de la lógica. Un ejemplo de esto es la definición que publica, Robert Ennis, quien investigó aspectos lingüísticos y lógicos en educación, en Harvard Education Review (1963) con respecto a pensamiento crítico: “aquel pensamiento razonable y racional que nos ayuda a decidirnos sobre lo que hay que creer y hacer”.

¿Sabemos los profesores qué hay detrás de aquel pensamiento razonable que nos ayuda a tomar decisiones? No lo suficiente, me parece. Cierta claridad hay en que el desarrollo del pensamiento crítico apuntaría a que los alumnos aprendan a razonar correctamente (al comprender las estructuras inherentes al acto de pensar); a compartir los productos de esta razonabilidad (que son los juicios propios acerca de la realidad); a cuestionar la validez tanto de sus argumentos como de los entregados por otros (en ambos casos de acuerdo a ciertos estándares intelectuales); y a tomar decisiones sobre qué creer o hacer.

Dewey tempranamente declaró que la educación debería dejar de transmitir conocimientos y centrarse en el fomento de la capacidad de pensar. Si esto fue válido hace un siglo, cuando no sólo no existía internet sino que sólo algunos privilegiados podían acceder a los contenidos, hoy ha pasado a ser simplemente un imperativo. Para poder ser parte del proceso de aprendizaje del pensamiento crítico, el docente requiere de cierta preparación en lógica formal e informal y argumentación. Lamentablemente, la mayoría de los profesores no sólo no hemos recibido este tipo de formación, sino que tampoco nos es fácil obtenerla. 

Para quien se interese, existe una organización estadounidense, que lleva treinta y cuatro años realizando investigaciones y publicaciones con respecto al tema, las cuales pueden resultar muy útiles para nosotros los profesores.

http://www.criticalthinking.org//

 

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