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Por Israel Romero, Coordinador de Ciencias de EducaUC.
“La Educación es la mejor esperanza y el medio más efectivo en la búsqueda de la humanidad para alcanzar un desarrollo sostenible”. Con esta importante frase comenzaba en 1997 el reporte de la UNESCO Educando para un futuro sostenible. Hoy, 17 años después, nadie se atrevería a negar la importancia de la educación para revertir los efectos de un desarrollo que, durante tantos años, no consideró las consecuencias para el planeta y las generaciones futuras. Pero, pese a la conciencia global que hoy existe respecto de situaciones como el calentamiento global o la contaminación de las aguas, aún estamos lejos de tener políticas públicas consistentes y sistemáticas en materia de manejo medioambiental.
Pese a que solemos compararnos con los países desarrollados en muchas materias, la gran mayoría de los chilenos no tenemos ni si quiera la costumbre de clasificar y reciclar nuestra basura. En Santiago, por ejemplo, apenas reciclamos un 10% de los tres millones de toneladas de basura que producimos al año. En Latinoamérica ya hay cinco países que cuentan con una norma legal en esta materia (México, Brasil, Colombia, Costa Rica y Perú), mientras que Chile acaba de presentar su proyecto de Ley marco para la gestión de residuos y Responsabilidad Extendida del Productor (REP), que busca incentivar a las empresas a incorporar conceptos de prevención y reciclaje en sus procesos productivos. Pero más allá del ámbito legal, se trata de un tema que implica un significativo cambio cultural. ¿Cuál es la clave para avanzar? Sin duda, la educación formal de las nuevas generaciones.
Me parece imprescindible comenzar en la primera infancia. Por esto, es importante contar con el compromiso de los colegios para la creación de proyectos que permitan concientizar a niños y jóvenes desde sus primeros años de vida, para formarlos como ciudadanos responsables y comprometidos con el desarrollo sostenible de sus comunidades. Numerosos son los ejemplos de iniciativas desarrolladas por colegios que han mostrado un férreo compromiso con la educación medioambiental. Se han desarrollado importantes acciones como la elaboración de ecoladrillos con botellas plásticas para la construcción de nuevos espacios comunes, huertos orgánicos para el cultivo de hortalizas, planes de reforestación de flora nativa, e incluso la implementación de verdaderos puntos limpios para las familias de la comunidad escolar.
Sin embargo -y aunque se trata de valiosos e innovadores proyectos- aún tenemos un largo camino por recorrer. Debemos ir más allá, invitando a alumnos, apoderados y profesores a ser ciudadanos y consumidores responsables en su vida cotidiana, reduciendo el consumo de plástico, reutilizando todo tipo de materiales e informándose respecto del origen y las características de los productos que adquieren o consumen. Sólo logrando el compromiso sincero de todos los miembros de nuestras comunidades, podremos dar un paso hacia la nueva sociedad sustentable, que no enfrenta las amenazas ecológicas desde el miedo, sino que desde un cambio efectivo de actitud, que permita la toma de consciencia y la responsabilidad individual.
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