El neurocientífico Tor Wager
Los hechos de violencia y las noticias acerca de la guerra pueden llevarnos a creer que los seres humanos tienden más al enfrentamiento y al egoísmo que a la cooperación y la empatía. Sin embargo, la neurociencia reafirma cada vez más que la biología humana está hecha para la conexión y que nuestro sistema de recompensa y de satisfacción se activa cuando logramos comunicarnos y empatizar con otras personas.
- Nacemos dispuestos para la empatía
Cualquiera que haya visto a un niño caerse y llorar, o haya sido testigo del intenso dolor de un ser querido, sabe lo fuerte de que es la empatía visceral.
Un estudio realizado por el neurocientífico Tor Wager de la Universidad de Colorado, Estados Unidos, descubrió que tenemos un circuito cerebral dedicado específicamente al cuidado empático: los sentimientos positivos y motivadores que nos impulsan a ayudar a los demás para aliviar su sufrimiento. Este circuito incluye el núcleo accumbens y la corteza orbitofrontal medial, áreas del cerebro también involucradas en actividades gratificantes. Al incentivar nuestra capacidad de sentir calidez y cuidado ante el sufrimiento de otra persona, la activación de este circuito fomenta actos de generosidad y compasión.
- Crecemos preparados para la cooperación
La manera en que funciona nuestro cerebro promueve, también, el ayudar y mostrarnos disponibles, aun con personas que no conocemos. El estudio “A neural basis for social cooperation” (Bases neurológicas de la cooperación social) analizó imágenes de los cerebros de 36 personas que estaban interactuando en un juego creado por los investigadores. Observaron que las situaciones que más activan los procesos de recompensa, es decir, de satisfacción, son las de cooperación mutua.
- Maduramos equipados para amar
Las relaciones son clave para nuestra salud y felicidad y probablemente fueron esenciales para la supervivencia de nuestros antepasados. Por lo tanto, tiene sentido que nuestros cerebros estén bien equipados para comenzar a formar vínculos con los demás tan pronto como nacemos e incluso desde el embarazo, como muestran las investigaciones acerca de la comunicación biológica y emocional entre la madre y el niño en el útero. Se ha descubierto, incluso, una sincronía biocomportamental, que significa que los ritmos cardíacos, liberación de hormonas y actividad cerebral se pueden equilibrar en la interacción de madres con hijos, parejas románticas y amigos.
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