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Regístrate y accede a la revistaCuando las restricciones alimentarias se manifiestan en el aula, vale la pena que, como profesores y adultos, analicemos de qué manera podemos integrar mejor a los alumnos que padecen estas enfermedades.
Si bien las cifras de sobrepeso y obesidad en los colegios nacionales no dejan de ser alarmantes, en la actualidad se viven nuevas problemáticas relacionadas con la alimentación de los niños que, muchas veces, pueden derivar en graves consecuencias. Son las famosas alergias alimentarias que, según el Ministerio de Salud, afectan al 5,5% de la población infantil.
Estas enfermedades autoinmunes o intolerancias a la lactosa, el maní o incluso el gluten, no sólo afectan las economías de las familias, sino que también ponen en evidencia cómo nuestra sociedad ha puesto en el centro de toda interacción social a la comida, dejando excluidos a aquellos que no pueden ingerir cierto alimentos.
“Hoy, la comida tiene un significado mayor al de simplemente alimentarse. También involucra cariño y el acto de sentirse regaloneado por alguien. En el colegio, esto se traduce en que las convivencias siempre se hacen con cosas ricas, o que en el caso de las colaciones compartidas, lo que se deba cocinar para compartir con los compañeros en el recreo sea clave”, explica Carolina Rodríguez, psicóloga especialista en trastornos alimentarios.
En este sentido, la experta cree que los profesores en la actualidad, no sólo deben saber las necesidades de sus alumnos desde lo cognitivo o lo afectivo, sino que también debieran informarse apenas se enteren que alguno de sus estudiantes padece alguna enfermedad alimentaria.
“Existen alergias simples y otras más complejas, que pueden ocasionar dolores de guata o diarrea, pero también ser más graves al punto de terminar en un shock anafiláctico, con posibilidad de muerte de la persona. Por esto, existen varios jardines o colegios que tienen inyecciones de adrenalina para emergencias”, puntualiza Carolina.
La inclusión de los distintos hábitos alimenticios
Con una realidad mundial donde todo el mundo habla de la inclusión, la idea es que los docentes también comiencen a integrar a sus alumnos desde cada uno de sus hábitos alimentarios. Porque para cualquier persona, sobre todo en edad infantil, resulta muy incómodo y dañino ver a todo su entorno comiendo algo que para él esta prohibido.
“Los profesores junto a los padres, deberían evaluar qué consecuencias emocionales conlleva la enfermedad para cada niño. Cuál es la frecuencia con que se debe enfrentar al dilema de comer distinto y cómo podemos contrarrestarlo para que los alumnos no se sientan tan distintos ni se frustren”, recomienda Carolina Rodríguez.
Según la experta, no es tan difícil sentarse a conversar con el niño para saber sus emociones al respecto, ni tampoco coordinarse entre los padres y apoderados de manera preventiva y así, ante algún evento o cumpleaños, cocinarle algo alternativo a éste para que no se afecte cuando vea a sus amigos comiendo torta, papas fritas o soufflés.
Como grupo curso, sería ideal que tanto el profesor como los alumnos estén enterados de las restricciones alimentarias de algunos de sus compañeros, de manera tal que incluso todos coman, evitando incluir los alimentos problemáticos en su dieta.
“Puede que algún papá se oponga a tener que restringirle a su hijo sano algunos productos, sin embargo en necesaria poner el tema sobre la mesa, porque como docentes y también como sociedad, este tipo de conversación nos acerca a evaluar más posibilidades y evitar que los niños sufran su enfermedad en soledad”, dice Carolina.
Finalmente, cuando una enfermedad representa frustraciones no sólo en distintas situaciones de la vida, sino que también en el colegio, que es donde más tiempo pasan los alumnos, se está alejando más a las personas de la realidad, de paso contribuyendo a generar más diferencias sociales.
¿Qué si, en vez de llevar comida a la próxima convivencia del curso, le pedimos a los alumnos intercambiar lápices, stickers o cosas hechas por sus propias manos? Dale un intento.
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