La práctica profesional de Pilar, una joven profesora de la Universidad de Chile, fue clave para darse cuenta que la problemática de la inmigración al interior de los colegios está recién partiendo e involucra no solo a docentes, sino que también el actuar de alumnos, padres y apoderados.

Ella pasó tres años asistiendo a la profesora guía de un colegio público ubicado en la comuna de Santiago, donde existía una población inmigrante de aproximadamente 60%. Más que alumnos extranjeros, ésta se componía principalmente de hijos de peruanos y colombianos, sin embargo poco a poco también comenzó a poblarse de personas procedentes de Haití e incluso China.

“Cuando terminó mi práctica, no me sentía capacitada para tomar la jefatura de un curso. No tenía la experiencia necesaria como para seguir en este colegio sin ser un estorbo o caer en malas prácticas. Por eso decidí entrar a trabajar a otro lugar, seguir capacitándome y poder volver algún día a la educación pública para ser realmente un aporte”, dice Pilar.

Lo que ella experimentó en esta escuela, sin duda, la marcó. Tanto por lo que vivió día a día así como por todas las enseñanzas adquiridas. “La inmigración nos pilló como sociedad y eso se puede ver en la poca preparación que tienen los colegios para recibir alumnos a mitad de año. Si un niño llega en agosto a un colegio público, por ejemplo, éste probablemente no tendrá un ejemplar del libro que tienen todos sus compañeros para aprender lenguaje”, asegura.

Crecer como comunidad escolar y también como sociedad

 Una de las cosas que sorprendió a Pilar durante su práctica fue la actitud de alumnos, padres y profesores hacia los nuevos niños extranjeros o hijos de inmigrantes. Cree que, para los chilenos no ha sido fácil adaptarse a esta nueva corporalidad afrocaribeña dentro de sus establecimientos.

“Más que educacional, el problema es social y repercute fuertemente en la sala de clases. Tratar mal a mi compañero por su color de piel, la forma de hablar o por el solo hecho de no poder comunicarse, habla de un asunto racial importante y que, lamentablemente, está lejos de solucionarse. Por el contrario, va a ser un gran tema el cómo adaptarse a estos nuevos rostros de niños chilenos, que ahora serán distintos al clásico descendientes de europeo”, cree Pilar.

Sin embargo, el proceso de inmigración resultó a ella una gran posibilidad de aprendizaje, tanto personalmente como de manera profesional. Dice que, de no haber vivido esta práctica con alumnos hijos de extranjeros, no hubiera podido experimentar lo positivo de acompañar a este tipo de personas en su proceso de adaptación a un nuevo país. Asimismo, pudo ver lo provechoso que resulta trabajar con intereses comunes más elevados y del tipo que “tenemos distintas nacionalidades, pero todos somos latinoamericanos”.

Al momento de preguntarle a Pilar por consejos para que los profesores puedan enfrentar mejor el proceso, ella distingue dos, uno pedagógico y otro de índole humano: “Como docente, debes entender que los niños usan distintos fonemas -sonido- ante la interpretación de los grafemas -letras-, por lo que no se puede criticar su lectura. Desde el lado más cotidiano, es necesario que los acojamos con amor, entendiendo que la inmigración no es un proceso que se acaba cuando alguien llega a otro país, sino que es aquí cuando recién empieza”.

En el fondo, recomienda ser más conscientes de que el proceso es más complejo que un simple viaje y, por ende, los docentes deben ser capaces de acompañar a los alumnos en este integrar nuevas realidades, también exigiendo acciones de parte de toda la sociedad y la comunidad escolar.

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