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Regístrate y accede a la revista“Si la vivencia estudiantil no es enriquecedora o no promueve un equilibrio entre los diferentes ámbitos de la vida de los jóvenes, difícilmente desarrollarán un compromiso con el curso”.
Durante la pandemia se incrementó el número de estudiantes que expresan tener emociones negativas que afectan su desempeño escolar, su relación familiar y con sus amistades. El temor por contagiarse por COVID-19, el aislamiento social o la pérdida de un ser querido, puede traer consigo sentimientos de angustia, estrés, tristeza y depresión con mayor presencia entre los jóvenes. Para quienes atraviesan situaciones similares es crucial hacerles saber que no están solos. El bienestar de las personas es resultado de procesos complejos en los que participan múltiples agentes, mismos que van cambiando conforme el individuo va creciendo. Mientras en edades tempranas el desarrollo emocional recae fundamentalmente en la familia, esto cambia en la adolescencia y la juventud, etapas en las que los círculos de amistades, el entorno escolar y los agentes que de este participan toman un rol más determinante (Fernández, Fallas y García, 2020).
La salud emocional usualmente se relaciona con la labor que realizan los psicólogos, sin embargo, agentes sociales como la familia y las instituciones educativas son un gran apoyo. Es por ello por lo que, los profesores somos una pieza fundamental para el desarrollo integral de nuestros estudiantes, ya que pasan gran parte del tiempo en los centros educativos. Lo que sucede en el aula presencial o virtual es determinante para la percepción que tienen los alumnos de su entorno y cómo interactúan como parte de este. Sumando el esfuerzo de todos podemos contribuir a mejorar el bienestar mental de los estudiantes. Si eres docente, en este artículo te comparto cinco prácticas que puedes hacer en el aula física o virtual para cuidar la salud emocional de tus estudiantes.
“De esta práctica he podido apoyar a estudiantes derivándolos con especialistas del área de bienestar y consejería para temas de orientación vocacional, situaciones de violencia de género y atención emocional”.
Si la vivencia estudiantil no es enriquecedora o no promueve un equilibrio entre los diferentes ámbitos de la vida de los jóvenes, difícilmente desarrollarán un compromiso con el curso. Según Alejandro Adler (2017), en su texto Educación Positiva: Educando para el éxito académico y para la vida plena, los procesos educativos deben tener claridad sobre la manera en que contribuyen al desarrollo de los estudiantes, lo que no solo debe enfocarse en la transmisión de conocimientos y habilidades, sino también en buscar su bienestar integral. Aunque las instituciones educativas suelen enfocarse en el desarrollo profesional, no deben pasar por alto que los futuros profesionistas también son personas que en el futuro serán ciudadanos, padres, cuidadores, vecinos o miembros activos de nuestra sociedad.
Durante los últimos tres años me he enfocado en desarrollar prácticas para hacer de mis clases entornos seguros y saludables emocionalmente, por medio de sencillas acciones que he compartido con colegas de otras materias y que también les ha dado buenos resultados, mismos que se reflejan en la encuesta de opinión del curso realizadas por los alumnos. En el caso de nuestra institución, el Tecnológico de Monterrey por medio de su área de Liderazgo y Formación Estudiantil (LIFE, 2021), emprende múltiples intervenciones buscando ofrecer espacios de escucha y reflexión, que detonen el desarrollo integral de las y los estudiantes. Sin embargo, ¿Qué es lo que nosotros como profesores podemos hacer para contribuir al bienestar de nuestros estudiantes desde nuestras aulas? El desarrollo y cuidado emocional de los estudiantes, debe ser algo que compartamos como docentes, sin importar si nuestras clases son teóricas, prácticas, formativas o profesionalizantes.
Podrá sonar muy simple, pero si al inicio de cada clase lo incluyes como parte de tu rutina preguntar a tus estudiantes cómo se sienten, notarás que poco a poco se familiarizan con expresar su sentir; y con ello, lo que les gusta, sienten o les molesta. Haz una encuesta sencilla en alguna aplicación como la que ofrece Zoom o Menti, dando tres o cuatro opciones de categorías de emociones comunes, por ejemplo:
En calma, relajación, serenidad;
Cansado, desanimado, con flojera;
Con nerviosismo, enojo, frustración o miedo;
Con alegría, emoción y entusiasmo.
Después de hacer este sencillo sondeo contarás con información relevante sobre el estado de ánimo del grupo, tendrás la oportunidad de preguntarles la razón de sus emociones, y descubrirás si la situación es por un buen día o mal día, o tiene que ver con algo repetitivo que puede afectar el desarrollo de tu clase. Por ejemplo: que lleguen con hambre, el horario de clase o que tengan una clase antes que la tuya que les deja agotados. Lo importante es tener información que te permita emprender acciones para mejorar el estado de ánimo del grupo para tu clase, y sobre todo que tus estudiantes perciban que te interesa realmente saber cómo se sienten y hacer algo al respecto.
Desde los primeros días de clase invierte un tiempo para hacerles saber que te interesa conocerlos. No esperes todo el semestre para descubrir quienes son y qué les importa, ya que esto puede ser fundamental para detonar el compromiso de tus estudiantes con tu clase. Pregúntales cómo les gustaría que te dirijas hacia cada uno de ellos, identifica quienes son foráneos, de que carreras son, e incluso, cuándo es su cumpleaños. Conocer esta sencilla información te permitirá entablar una relación más cercana con ellos, fortaleciendo su vínculo con el grupo. Me gusta dedicar un momento de cada clase para felicitar a los cumpleañeros de la semana, lo que les hace saber que estoy al tanto de quienes son y que esto es importante para mí.
Un error en el que solemos caer es creer que los estudiantes son quienes deben adaptarse a nuestros tiempos y nuestras agendas de forma exclusiva, cayendo en un grado de incomprensión de sus necesidades y posibilidades. Recordemos que los estudiantes no tienen únicamente nuestra clase, por lo que debemos respetar sus propios procesos de distribución de tiempo y agenda de actividades. Para este punto, te sugiero que tu curso esté lo más estructurado posible desde el inicio del semestre, que plantees las reglas de forma clara y que tus estudiantes sepan qué actividades realizarán en el periodo y cuando son las fechas de entrega. En mi caso, no es raro que haya estudiantes que adelanten tareas o evidencias en las primeras semanas del semestre, buscando prevenir aquellos momentos en que se les carga el trabajo en otros cursos. Con este tipo de acciones, tus estudiantes podrán adaptar sus entregables a sus tiempos, respetando límites, pero pudiendo programarse según sus necesidades.
Si algo nos ha quitado la pandemia, es la oportunidad del contacto humano. Recordemos que las instituciones educativas son espacios de aprendizaje y también son entornos de socialización, por lo que es muy importante que, dentro de una visión integral, promovamos que los estudiantes se relacionen, platiquen, interactúen y construyan redes sociales. Una práctica que llevo a cabo en mis grupos es que al inicio de la clase dos personas se pregunten algo sobre sus hobbies, gustos o intereses, así como promover que los primeros minutos de los trabajos colaborativos, se dediquen a conocerse un poco. Una competencia relevante para todo profesionista es poder entablar relaciones sociales saludables, por lo que nuestras aulas pueden ser espacios idóneos para desarrollar estas habilidades.
Una parte fundamental de toda clase son los momentos de retroalimentación que tenemos con nuestros estudiantes, sin embargo, debemos promover que estos espacios de diálogo no sean únicamente para dar información sobre un entregable o una tarea, sino que también, sean parte de un entorno de charla e interacción entre nosotros como profesores y nuestros alumnos. No es extraño que los estudiantes sientan confianza con algunos profesores para preguntarles cosas sobre su futuro o platicarles algo que les está pasando, exponiendo la necesidad que a veces tienen de expresar cómo se sienten y hablar con alguien con quien sienten seguridad. Es importante señalar que con esta práctica no pretendo promover que nos metamos en la vida de nuestros estudiantes y sus problemas, sino más bien, que tengamos apertura de escuchar lo que tienen que decirnos y si es necesario derivarlos con alguien que pueda ayudarles en sus necesidades. Personalmente mis estudiantes saben que pueden pedirme asesorías cuando ellos gusten, las cuales pueden ser sobre la clase o para platicarme lo que quieran. De esta práctica he podido apoyar a estudiantes derivándolos con especialistas del área de bienestar y consejería para temas de orientación vocacional, situaciones de violencia de género y atención emocional.
Como te habrás dado cuenta, los hábitos que te sugiero no se relacionan con una clase o con un tema en concreto. Más que acciones, son una invitación para cambiar la actitud que tenemos sobre algunos procesos que llevamos a cabo en nuestras clases. Frecuentemente, buscamos un compromiso de nuestros estudiantes con nuestra clase por medio de preguntas como: ¿Qué podemos hacer para que nuestra clase sea mejor?, cuando la primera pregunta que deberíamos hacernos es ¿Qué puedo hacer yo para que esta clase sea mejor? Consideremos que el nuevo modelo educativo nos invita a cambiar el rol que desempeñamos, poniendo en el centro a nuestros estudiantes y siendo nosotros quienes los acompañemos en el proceso formativo de su vida. También te comparto un infográfico relacionado con el contenido de este artículo que puedes utilizar.
Te invito a adoptar estas prácticas y te aseguro que tus estudiantes te lo agradecerán. Posteriormente no olvides compartirnos tu experiencia para seguir mejorando juntos la educación.
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