Debemos ser cuidadosos, pues toda tormenta deja daños. Los estudiantes no están emocionalmente maduros y eso los hace más vulnerables al miedo e incertidumbres crónicos que vivimos durante los meses críticos de la pandemia. 

La pandemia visibilizó los desafíos que implica cuidar la salud mental de los estudiantes y los adolescentes. Dejó en claro cuánto necesitan a sus padres, profesores y otros adultos cariñosos para sentirse contenidos y apoyados; para poder interpretar las situaciones de manera menos dolorosa, para poder conversar y mostrar su versión de las cosas, recibiendo del adulto un reflejo más realista y que lo ayude a mirar en perspectiva.

Un estudio reciente de Unicef muestra que un 15% de los niños y adolescentes en Latinoamérica vive con un trastorno de salud mental diagnosticado, correspondiendo la mitad de ellos a ansiedad y depresión. Los especialistas en el tema piensan que ese porcentaje va a aumentar después de la pandemia.

El momento actual es clave para curar heridas emocionales que puedan haberse provocado durante la crisis de la pandemia. Debemos poner esfuerzo y conductas preventivas como el ejercicio físico, dormir lo suficiente, comer nutritivo y socializar con amigos, junto con conversar, escuchar, estar pendientes de cambios de ánimos y conectados con el profesor jefe para saber cómo se desenvuelve en el colegio.

¿Por qué aparecen ahora los problemas si ya todo está bien?
Porque en el momento de la batalla, las personas tomamos un rol de sobrevivientes y luchadores. El estrés es funcional en ese aspecto, pues nos pone alertas y funcionales. Sin embargo, vivir en estrés o estado de alerta o amenaza muchos meses seguidos deja huellas en el cerebro y en la experiencia integral. 

Nuestros hijos y alumnos perdieron sus clases, el contacto con sus pares y las actividades recreacionales. Muchos se empaparon de la preocupación económica de sus padres o vieron enfermar gravemente a un ser querido. Reemplazaron horas de aire libre por pantallas; juntas por videollamadas. Debieron abstenerse de conocer personas, de pololear, de salir y explorar. Los más tímidos y los inseguros se refugiaron cómodos en sus casas, perdiéndose meses de aprendizaje de relacionarse con personas. Tuvieron que soportar el estrés de los adultos alrededor.

Todo eso aumenta los niveles de cortisol en el cerebro, que es la llamada hormona del estrés, y produce cansancio, coarta la creatividad, altera el sueño, nos pone hiperreactivos ante cualquier amenaza… Lo que genera un patrón de pensamiento que nos daña y nos hace vulnerables a un trastorno mental. 

Para sanar y reconfigurar sus cerebros, necesitan de nuestra calma, claridad y amabilidad. Por lo tanto, es esencial que los adultos también pongamos énfasis en nuestra propia salud mental y bienestar, para ser el apoyo que ellos necesitan. 

Fuentes

COVID-19 pandemic impact on children and adolescents' mental health: Biological, environmental, and social factors https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC7657035/

La otra pandemia: secuelas de la covid-19 en la salud mental de los menores https://theconversation.com/la-otra-pandemia-secuelas-de-la-covid-19-en-la-salud-mental-de-los-menores-178571

Efectos de la pandemia en la salud mental de adolescentes y jóvenes https://www.unicef.org/lac/6-efectos-de-la-pandemia-en-la-salud-mental-de-adolescentes-y-jovenes

https://theconversation.com/la-otra-pandemia-secuelas-de-la-covid-19-en-la-salud-mental-de-los-menores-178571