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Regístrate y accede a la revistaEl éxito de una persona no es resultado de la ocasión o del azar, sino de la intención de aprender a superarse a sí misma para ser mejor aprovechando las circunstancias de cada día, que son la materia prima para alcanzar una vida lograda.
Tal como señala el escritor británico James Allen, “las circunstancias no hacen al hombre, ellas lo revelan”. Por eso, una persona diligente puede desplegar sus capacidades personales tanto como quiera y, en el esfuerzo virtuoso que realice diariamente para alcanzarlo estará el éxito de una vida plena.
Mejorar requiere crecer. En este sentido, me parece apropiada la distinción que desarrolla la psicóloga norteamericana Carol Dweck acerca de los dos tipos de mentalidades que se manifiestan a la hora de enfrentar los desafíos: la fija y la de crecimiento. En la primera, la persona cree que sus capacidades y habilidades son innatas e inmutables, de modo que el éxito y la superación están fuera del alcance y solo queda resignarse a lo dado en uno y en las circunstancias. En la segunda, la persona cree que sus habilidades y talentos pueden crecer y desarrollarse gracias a la cultura de aprendizaje y la mejora continua.
Estas dos mentalidades, según Dweck, están presentes en todas las personas y actúan de acuerdo con los desafíos y lo que elegimos hacer frente a ellos. Por eso, es importante enseñar a que los hijos y los estudiantes aprendan a conocerse y a valorarse y, a la vez, darles las herramientas humanas y académicas para que quieran elegir la mentalidad de crecimiento en lugar de la fija, de cara a los desafíos y errores.
Lograr una mentalidad de crecimiento requiere del trabajo de las virtudes, tales como el esfuerzo, la perseverancia, la humildad y la paciencia, claves para la superación personal y profesional.
El esfuerzo es el motor del aprendizaje porque prepara a las personas para alcanzar las metas, desarrollando una mayor disposición para enfrentar dificultades, superar los obstáculos, mejorar el rendimiento académico y fortalecer el carácter. En una persona esforzada se puede confiar y delegar. Las investigaciones de Carol Dweck han demostrado que los niños elogiados por su esfuerzo más que por su inteligencia innata o sus talentos están mejor predispuestos al aprendizaje y a la mejora constante.
La perseverancia enseña a los niños y estudiantes a no bajar los brazos ante las dificultades personales y académicas, a sostener la motivación y el esfuerzo paciente y constante sobre todo cuando los resultados no son inmediatos. Esta virtud distingue a las personas exitosas de aquellas que prefieren quedarse acariciando sus talentos. Así, el fracaso entendido como oportunidad de mejora es una bendición.
La humildad es crucial en el desarrollo de una mentalidad de crecimiento, ya que permite abrirse al aprendizaje para reconocer que siempre hay algo nuevo que aprender para ser mejores, y que las habilidades personales pueden mejorar, abriendo un abanico de posibilidades y oportunidades. Además, esta virtud permite aceptar las críticas constructivas y darles autoridad a otros para que nos enseñen. Una persona humilde siempre está en paz consigo misma y con los demás.
La paciencia es necesaria para sostener el esfuerzo y la dedicación a lo largo del tiempo. En un mundo volátil que rinde culto a la inmediatez, es fundamental enseñar a los niños y estudiantes la importancia de la paciencia y la autodisciplina. Las personas así educadas sabrán perseverar sin desanimarse cuando los resultados no sean inmediatos o no sean los esperados. Y si a la paciencia le sumamos la mirada de la Fe, resulta una combinación maravillosa. Así lo expresaba Santa Teresa de Jesús cuando decía: “Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. Solo Dios basta”.
Adquirir una mentalidad de crecimiento implica dos cosas: primero, mejorar nuestras propias habilidades y capacidades y, segundo, colaborar, inspirar y favorecer la mejora de los demás gracias al ejemplo personal y el trabajo bien hecho. Cuando hacemos las cosas bien gracias al esfuerzo y a la dedicación, no solamente nos transformamos en la mejor versión de nosotros mismos, sino que también influimos asertivamente en quienes nos rodean en el hogar y en el trabajo. La vida de todo educador debe ser inspiradora.
Decía la escritora norteamericana Eleanor Roosevelt que “el futuro pertenece a aquellos que creen en la belleza de sus sueños”. De modo que adquirir una mentalidad de crecimiento no solo trae beneficios académicos, sino que también impulsa el desarrollo personal. Por ello, padres y docentes juegan un papel crucial a la hora de lograr que los niños, adolescentes y jóvenes adquieran este enfoque, enseñándoles a superarse a sí mismos con pasión, esfuerzo y perseverancia, a que amen los desafíos y generen las oportunidades para que otros también lo puedan lograr.
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