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Regístrate y accede a la revistaAunque el efecto de la pandemia en la salud mental de la población se está aún estudiando, el director del Departamento de Psicología de la Universidad Pontificia Comillas (Madrid, España) y profesor en Psicología General Sanitaria, previene de los diagnósticos alarmistas, especialmente en el caso de niños y adolescentes.
“Los niños y adolescentes, en general, son el sector de la población que menos estrés ha padecido y que por su flexibilidad, más fácilmente se adapta a los cambios y mejor se ha reincorporado a la vida normal, cuando esto ha sido posible”, explica Juan Pedro Núñez, director del Departamento de Psicología de la Universidad Pontificia Comillas, de Madrid, España, y especialista en Psicología General Sanitaria.
Aunque advierte que lo anterior dependerá de si sus hogares se han visto afectados o no por las graves consecuencias que esta pandemia ha traído a muchas personas y familias, y cuán severa haya sido la adquisición de hábitos de conducta que no favorecen el bienestar general, lo esperable es que una vez que desaparezca el factor estresante –la pandemia y sus confinamientos–, los síntomas del estrés debieran desaparecer. Su afirmación trae alivio a las familias y a los educadores, que pueden estar sintiéndose agobiados ante la posibilidad de que las consecuencias de la pandemia sean generalizadamente severas.
—¿Qué diferencia el estrés más sostenido en el tiempo –como ha ocurrido con la pandemia– de otros tipos de estrés?
—Las consecuencias negativas del estrés dependen de la intensidad del mismo y de su duración, así como de los recursos personales y psicoemocionales de la persona. Por lo que, en igualdad de condiciones en cuanto a intensidad y características de la persona, el estrés padecido durante la pandemia ha sido mayor que otros de menor duración. Lo cual no quiere decir que haya sido o sea grave para la mayoría de la población. Personas o familias que no hayan perdido a seres queridos, con síntomas de estrés leves o incluso asintomáticos, que no perdieron sus puestos de trabajo ni sus fuentes de ingreso, y que han sobrellevado los periodos de confinamiento razonablemente bien, y que no han desarrollado un miedo o una obsesión excesivos al virus, es muy posible que se recuperarán del desgaste ocasionado por esta situación fácilmente y en un corto periodo de tiempo, siempre y cuando la situación se normalice.
—¿Cuál es el efecto observado especialmente en niños y adolescentes?
—Los niños y adolescentes en general son el sector de la población que menos estrés ha padecido, y que por su flexibilidad más fácilmente se adapta a los cambios y mejor se ha reincorporado a la vida normal, cuando esto ha sido posible. Lógicamente, todo depende de si se han visto afectados o no por las graves consecuencias antes citadas que esta pandemia ha traído a muchas personas y familias. En dichos casos nos encontramos con los síntomas típicos del estrés a largo plazo: ansiedad, depresión, insomnio, irritabilidad... así como un aumento de las fobias (a los virus y al contagio, pero también de otro tipo como la agorafobia), trastornos obsesivos (no tocar, lavarse las manos insistentemente), aislamiento social, etc. Mucho más raro es que este tipo de síntomas se estén dando en niños y adolescentes que no hayan padecido las consecuencias más negativas de la pandemia, pero ciertamente pueden encontrarse algunos casos que, como todos los demás, deberían recibir la atención adecuada.
“Por ahora es muy pronto para saber cuáles serán las consecuencias a largo plazo de una situación como la que estamos viviendo a nivel internacional”.
Además, hay que tener en cuenta otras consecuencias fruto de los hábitos de conducta hiper favorecidos durante este periodo de tiempo como son: el aumento del sedentarismo, la adicción a las redes sociales o los videojuegos, los malos hábitos de alimentación, etc. Si bien no son tan llamativos ni tan graves a priori, también requieren una oportuna intervención, al menos por parte de los padres, para corregirlos lo antes posible para que no deriven en un problema mayor.
—A menudo oímos frases como “esto pasará con el tiempo”, haciendo parecer que no son necesarias las intervenciones para paliar los efectos de este estrés. ¿Qué tan equivocada y contraproducente es esa actitud?
—Si de lo que hablamos es de un estrés menor, la afirmación es correcta; los síntomas deberían desaparecer solos con el tiempo, especialmente cuando el factor estresante disminuye o desaparece; en este caso, la vuelta a la normalidad. Lo que no debemos hacer es mirar para otro lado cuando aparecen síntomas como los antes mencionados. En dichos casos, conviene ponerse en manos de un especialista lo antes posible.
—¿Qué tipo de intervenciones se están conociendo en las escuelas, o en las universidades, que usted pudiera comentar?
—Hasta donde yo sé, tanto en escuelas como en las universidades no se está haciendo nada significativo al respecto porque bastante tienen, o tenemos, con afrontar y gestionar lo mejor posible todas las complicaciones que en la tarea docente han traído las restricciones y las medidas sanitarias que hay que incorporar. Eso sí, mantenemos la misma sensibilidad que siempre, de cara a detectar las especiales condiciones o necesidades que, de forma particular, puedan manifestarse en cualquiera de nuestros alumnos para ofrecerle los recursos de los cuales disponemos.
—En Chile conocemos, aparte de la pandemia, otro tipo de estrés asociado a las familias migrantes. ¿Cuán estresante es para un niño o adolescente la migración?
—Como en el resto de las situaciones, todo dependerá de las circunstancias de las que estemos hablando. Si el proceso de acogida e integración tanto del menor como de su familia es positivo, no sólo no habría estrés, sino que, dadas las terribles realidades de las que huyen la mayoría de los inmigrantes, posiblemente sea la primera vez que puedan sentirse tranquilos y a salvo en mucho tiempo. Por el contrario, si la acogida y la integración no se están desarrollando satisfactoriamente, incluso si permanece la amenaza de ser expulsados del país, el estado emocional del menor se vería gravemente afectado.
—¿Cómo preparar a los maestros y familias para evitar posibles consecuencias negativas de este estrés?
—Los maestros deben poner todos sus recursos en facilitar la integración académica, afectiva y social del menor en el aula y el entorno escolar. Lo que a su vez dependerá de los recursos que se les faciliten desde la dirección y las instituciones públicas. Lo que no tiene sentido, y además sería contraproducente, es que pretendan cubrir el espacio que corresponde a otros profesionales como psiquiatras, psicólogos, trabajadores sociales, etc. El trabajo con las familias es complejo y no puede resumirse en unas líneas, pero lógicamente cuanto mejor sea su situación legal, administrativa y socioeconómica, mayor será su bienestar.
—¿Cómo se está abordando desde las universidades el estudio de los efectos de la pandemia en la salud psicológica?
—Desde el primer momento se han disparado las investigaciones relacionadas con esta situación en todas las áreas del conocimiento, incluida la psicológica y a muy distintos niveles. Por tanto, es probable que en los próximos años tengamos a nuestro alcance un cúmulo de conocimiento razonablemente valioso, pero ahora es muy pronto para saber de verdad cuáles serán las consecuencias a largo plazo de una situación como la que estamos viviendo a nivel internacional.
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