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Regístrate y accede a la revistaMi amiga Pepa Fernández me invita una vez más a su estupendo programa de radio para hablar de un tema actual e importante; la honestidad. Hace años estudié el saber acerca de los sentimientos que estaba atesorando en el léxico castellano, y con la ayuda de ustedes comencé a ampliarlo al catalán. Sería interesante hacer la misma operación con la moral: ¿qué modelo ético está guardado en nuestras lenguas? Hoy mencionaré algunas palabras.
Integridad, honestidad y honor
Integridad es una cualidad moral que procede de la biología. Para sobrevivir, un organismo debe mantener la cohesión de todas sus partes. Cuando esta relación se rompe, el organismo se corrompe. Una persona íntegra es la que no manifiesta contradicción entre palabras y obras, la que no rompe con sus deberes morales y mantiene los comportamientos que permiten la supervivencia social. Decencia o
decoro es otra palabra interesante. Significa “lo que se puede mostrar porque es bueno o bello”.
Honestidad, el tema de hoy, tiene una historia interesante, llena de derivaciones y altibajos. Para los juristas romanos las tres características de una vida justa eran “honeste vivere, alterum non laedere, suum cuique tribuendi”. Vivir honestamente, no dañar a otro y dar a cada uno lo suyo. ¿Pero qué significaba honestamente?
Honestidad y honradez, proceden de la palabra honor, que es término de gran complejidad. Comenzó siendo el aprecio social de un comportamiento valioso, que por eso merecía un premio, unos honorarios, Estaba muy relacionado con la fama, que no era la popularidad, sino el reconocimiento público de las virtudes y actas personales. Por eso, su contrario no es el desconocimiento, el anonimato o el no ser famoso, sino la infamia, la deshonra.
La palabra honestidad, como la palabra honra, tuvieron altibajos, porque acabaron restringiéndose al terreno sexual ya ser cualidad femenina. Una mujer perdía su honra si llevaba una conducta desordenada. En el hombre se redujo en cambio a las cuestiones económicas.
Honestidad y dignidad
De ser una cualidad social -el reconocimiento por las otros-, el honor se fue convirtiendo en una cualidad íntima. Como dice Pedro Crespo, el personaje de Calderón de la Barca: “Al rey la hacienda y la vida se ha de dar /pero el honor es patrimonio del alma / y el alma sólo es de Dios”. Pero la palabra se fue deteriorando. El honor se convirtió en chulesco y clasista. Se convirtió en pundonor; en “punto de honor” superficial, y se despeñó por los “lances de honor”. En este momento es una palabra que suena a anacrónica. En mi juventud, sin embargo, “dar la palabra de honor” todavía era un compromiso importante. En el mundo anglosajón, sin embargo, continúa teniendo un significado solemne.
Lo esencial del concepto honor ha sido heredado por el concepto dignidad, que también pasó de ser una circunstancia externa a ser una propiedad personal. En una brillante aventura ética, la dignidad se democratizó y se convirtió en patrimonio de todo ser humano. Fue una decisión sorprendente, porque desligaba la dignidad de la situación, -también del comportamiento. Aunque parezca paradójico, una persona no pierde su dignidad como persona aunque actúe indignamente. Lo que sí hace la
dignidad es prohibir comportamientos que la vulneren. Por eso, todas las legislaciones actuales fundan o derivan sus derechos de la dignidad humana. A través de este periplo lingüístico llegamos a una definición de honestidad: actuar de acuerdo con la propia dignidad.
Fuente: publicado en “La Vanguardia”, el 9 de febrero del 2013.
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