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Regístrate y accede a la revistaSi el niño creció y cambió, lo mismo tienen que hacer sus papás. Ellos deben empeñarse en ser buenos padres para un hijo adolescente.
Sabemos que la enorme mayoría de los papás tiene las mejores intenciones y quieren lo mejor para sus hijos. ¡Pero qué difícil es para los profesores observar que a veces padres e hijos están en distintas sintonías! En la etapa de la adolescencia esa brecha puede agrandarse aún más pues los hijos, ya más autónomos, sabemos que tienden a alejarse de las personas que no los comprenden o con quienes no se sienten acogidos tal como son.
4 aspectos intransables
Todas las familias son diferentes, pero hay algunos aspectos básicos que deben darse para que los hijos sientan que de verdad cuentan con ella. Y están al alcance de cualquiera que abra los ojos, así que son buenos aspectos para ir trabajando con los padres que lo necesiten.
Este concepto apela a la calidad de los vínculos entre todos los miembros, no sólo respecto del adolescente. Una familia fuerte es donde hay interés por el sentir y pensar de los demás, donde se deja tiempo para conversar y donde lo pasan bien juntos. También es una familia que tiene una identidad, es decir, hay ciertos principios que son importantes y que todos -los papás, los hijos, pololos y amigos de los hijos- deben respetar, al menos cuando están en la casa. También se refiere a que sea una familia que promueve el desarrollo de un área concreta como el deporte, la música o la espiritualidad.
La familia fuerte no se define por características como si la mamá trabaja o no, si los papás están juntos o no, etc. Es una familia que el adolescente percibe como apoyo y como acogedora.
Cuando comienza a acercarse la adolescencia del hijo mayor, lo ideal es que los padres revisen cómo está su familia, para así darse cuenta de si podrá ser un apoyo para ese hijo o no. En esta reflexión los beneficiados son todos los miembros de la familia. Y esto marca también un enfoque del asunto: el adolescente no es un ser aislado, sino que es parte de un sistema que es la familia. Cuando los padres lo entienden así, la familia va creciendo y cambiando junto con los hijos y, en general, el proceso fluye espontáneamente, sin conflictos extras a los propios de cada etapa. Para la tranquilidad de todos, éste es el caso del 80% de los adolescentes y la principal característica de sus familias es estar juntos, conversar y pasarlo bien. Lo demás viene por añadidura.
Aunque les diga explícitamente a sus padres que no los quiere o no los necesita, el adolescente sí desea que ellos estén cerca. Eso hay que tomarlo como principio absoluto y nunca ponerlo en duda. El amor de los padres a esta edad debe seguir siendo un amor incondicional, que ama al hijo sólo por ser él quién es.
Y en realidad, eso es el amor, el resto es conveniencia. Al adolescente, saberse querido de esta manera, le entrega paz y estabilidad en un momento donde todo parece cambiar y volverse más confuso.
Tomás Melendo, español Doctor en Filosofía, entrega una clave para lograr esto. Cuando el hijo es pequeño, el amor de los padres fluye hacia él de manera espontánea, principalmente por la experiencia tan profunda que significa el que esa persona haya nacido carnalmente de ellos. A ese cariño natural que sienten por la consanguinidad, Melendo dice que es necesario agregar un amor que es fruto de la libertad y que se llama amor electivo. Día a día los padres eligen amar a ese hijo y ya no sólo por ser su hijo. De esa manera se produce el salto hacia el mayor amor, que se concreta en respetar, promover y llevar a la plenitud la libertad del amado.
Es importante que estos límites estén basados en el bien del hijo y no en caprichos de los padres. Ese bien tras la norma se le debe explicar al adolescente y pedirle su opinión, aunque eso no implique necesariamente hacer los cambios que él sugiere. Es bueno hacer segundas lecturas a las cosas: ¿qué es más importante, que llegue a tal hora o que yo sepa dónde está o con quién? Para así escoger las batallas esenciales y no agobiar.
Eso es lo que se llama monitoreo. Pues no basta poner reglas, sino ver que se cumplan e ir leyendo los signos que entrega el comportamiento del adolescente. De eso se trata el binomio amor y límites, de que los padres se involucren realmente en la educación de sus hijos. Por lo mismo, deben ser límites que apunten a formar la voluntad y la inteligencia del hijo para que luego pueda desenvolverse bien en el escenario que él escoja. Lo mismo con los castigos, donde el foco no es que el hijo pase un mal rato, sino hacer que se dé cuenta de que le conviene a él mismo cumplir con las reglas.
Esto de ser modelo no es una carga para los papás, sino que es su mejor aliado en la educación. Porque a través de su comportamiento están siendo la encarnación de los valores que consideran importantes. ¿Queremos hijos responsables? Seamos cumplidores en lo que nos comprometemos ¿Queremos hijos que no sean materialistas? No hagamos un escándalo si le bajan el sueldo al papá. ¿Queremos hijos cariñosos? Saludémoslos con un beso en las mañanas.
Ser modelos no implica ser perfectos. Al revés. Conversar con los hijos acerca de los errores y superaciones personales es enriquecedor. Y, en las conversaciones, escuchar. Antes de juzgar o interrumpir la frase, escuchar. Así como estar abiertos a entender sus razones, que pueden ser otras que las nuestras, y no por eso están mal.
UN ADOLESCENTE NECESITA DE SU PADRE Y DE SU MADRE
• Que le den cariño. • Que le pongan límites. • Que lo eduquen en valores. • Que lo pasen bien en familia. • Que conozcan su mundo. • Que sepan cómo está. • Que se interesen por su colegio. • Que lo motiven a participar de la sociedad. • Que sepan distinguir cuándo está en problemas. • Que se pongan en su lugar. • Que sean un modelo de persona. • Que le dediquen tiempo. • Que escuchen y respeten su opinión. • Que no se alteren al discutir. • Que le pidan perdón cuando se equivocan.
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