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Regístrate y accede a la revistaDos especialistas dan recomendaciones para no sucumbir ante la angustia del estallido social y poder sacar adelante los desafíos personales, como el examen que determinará el futuro académico de los jóvenes.
Veinticinco mensajes sin leer en WhatsApp de cuatro chats distintos, entre ellos el crispado grupo familiar —mi padre neoliberal contra mi hermana anarquista—, además de las quince notificaciones de Twitter, los videos de la represión policial que me compartieron por Facebook, unos dms de Instagram, cuatro memes de Evelyn Matthei corriendo, la tele que muestra nuevos saqueos y Piñera que va a hablar en cosa de minutos, dicen en la radio.
Y eso que no he ido a marchar, pienso, tratando de bajarle la intensidad a mi vida, a nuestra vida, que en las últimas tres semanas se ha dado vuelta como un cajón que alguien vacía sobre una cama buscando una llave perdida que nunca va a encontrar.
Menos mal, pienso de nuevo, que no tengo nada demasiado importante por delante. Algo, por ejemplo, como la PSU. ¿De qué manera podría yo o cualquiera, sabiendo que el país vive una hora definitiva, concentrarme en reforzar los logaritmos, practicar los planes de redacción o recordar la función de los linfocitos? ¿Se pueden hacer ensayos de la prueba de selección universitaria cuando la cabeza, al mismo tiempo, está pensando en una nueva Constitución, en las violaciones a los derechos humanos o en quién diablos quemó el metro?
Sí, se puede. O más bien, se tiene que poder. La vida sigue, para bien o para mal, y el show cotidiano debe continuar. Dos especialistas, una psiquiatra infanto-juvenil y una neuropsicóloga, dan algunas recomendaciones para no sucumbir ante la angustia del estallido social y poder sacar adelante los desafíos personales, como el examen que determinará el futuro académico, ni más ni menos.
Es lo primero que sugiere Catalina Castaño, psiquiatra infanto-juvenil de la Red Salud UC y profesora de la Facultad de Medicina UC. “La rutina de nuestras vidas cambió con la crisis social”, dice, “pero para seguir funcionando es necesario establecer otra”. No se trata, explica, de ignorar o aislarse de lo que ocurre, pero sí de adaptarse. Para eso recomiendo generar un nuevo horario, una rutina delimitada y específica, que ojalá podamos ver y seguir: puede ser en un excel, en el calendario del celular o en un papel pegado en la pieza. “Así es más fácil de cumplir, y si se rompe, al menos uno es consciente de lo que está dejando de hacer”.
“No hay nada más efectivo contra la angustia que las certezas: la incertidumbre es el principal alimento del estrés”, dice Marcela Díaz, neuropsicóloga de CETEP. El cerebro, cuenta, necesita de estabilidad para funcionar con calma. “Si no tenemos claro qué hacer, es fácil no hacer nada y caer en el desánimo y la inercia”.
Aunque se respiran aires de cambios profundos en el país, también se huelen las lacrimógenas, el CO2 de los tacos que abundan en todas las avenidas, y es cierto que hay esperanza por un nuevo Chile, también hay que esperar mucho rato para llegar a casa o para comprar un par de cosas en la esquina.
“Si se está pasando por una etapa de estrés agudo provocada por la crisis”, dice Castaño, “lo mejor es aplicar técnicas de relajación, ya sea a través del yoga, de la meditación, incluso del deporte, como trotar o andar en bicicleta. Actividades automáticas ayudan a relajar la cabeza”.
“Incluso jugar videojuegos”, agrega Díaz, “puede ayudar a separarnos un poco de la contingencia, a relajarnos, y luego tener más calma para trabajar o estudiar”.
¿Habría sido tan poderosa esta movilización sin redes sociales? Probablemente no. ¿Estaríamos menos angustiados y más enfocados sin ellas? Probablemente sí. Tanto por la cantidad de información que nos proveen —más de un millón de tweets al respecto hubo solo el primer fin de semana de la crisis— como por las bajas pasiones que despiertan: nos exponemos a contenido que desaprobamos, a opiniones que nos enfurecen, a visiones maximalistas que no nos calman sino todo lo contrario.
La psiquiatra Catalina Castaño aconseja darle tiempo a los demás pero en carne y hueso: juntarse con los amigos, hablar con la familia, compartir opiniones, sensaciones y emociones en persona. “No es lo mismo expresarse por redes sociales, a cambio de likes o algunos comentarios a favor o virulentos, que hacerlo frente a alguien que nos valora y nos escucha realmente”, dice.
El aparato vibra y vibra y suena y vibra sin parar. ¿Será algo importante, un amigo que necesita ayuda, u otro sticker de Baila Pikachú? ¿Se puede pasar por este momento histórico sin el celular en la mano? “El teléfono es la plaza de antes, el lugar de encuentro y conversación, solo que ahora está en tu bolsillo”, cree Castaño. Sin él, te aíslas socialmente, pero con él, no puedes concentrarte en una sola tarea.
Para eso, recomienda voluntariamente, si se trata de un joven o adolescente, dejar el celular en otra habitación o entregárselo a los padres durante un lapso de tiempo que le permita enfocarse en estudiar o hacer un ensayo PSU.
Más que apagar el teléfono, la psicóloga Marcela Díaz recomienda ponerlo en silencio, dejarlo en otra pieza o guardarlo durante la noche. “Se han registrado en las consultas un aumento del insomnio, y eso se debe tanto al estrés del momento como a la alerta permanente que genera el celular”, dice.
En la era de las pastillas, y siendo Chile uno de los países más medicados del continente —el 2014 se vendieron 8 millones de cajas de tranquilizantes y antidepresivos—, fácil sería pensar en una píldora que bajara nuestra alteración .“No hay receta mágica”, advierta Castaño. Ningún fármaco, en este contexto, aliviará la angustia ni aumentará la concentración. Todo el mundo está distraído —”una amiga”, relata, “me contó que se pasó una luz roja, algo que nunca le había pasado, solo por estar escuchando las noticias en la radio”— y lo que sirve es hacer un esfuerzo por hacer que el día sea lo más predecible que se pueda.
“El cerebro”, explica la psiquiatra UC, “es como un PC: si se le agregan de un día para otro nuevos inputs o tareas, sin orden, el sistema colapsa, se hace lento, se sobrecalienta”.
Pocas cosas, en cambio, son más efectivas que las técnicas de respiración, dice la neuropsicóloga Marcela Díaz. “Está lleno de ejemplos en YouTube, que se pueden aprender rápidamente, y cuya eficacia está comprobada: en pocos minutos consiguen relajar, bajar los niveles de ansiedad y mejora la capacidad de atención previa al estudio o el trabajo”.
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