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Regístrate y accede a la revistaPoco tiempo atrás lo dijo el expresidente Barak Obama: “No solo juegues con tu celular. Prográmalo”. Ahora que la tecnología está en el aula, una de las más importantes innovaciones es lograr que los alumnos autogestionen con ella su aprendizaje, ya sea de forma individual o con sus pares, y de paso favorecer la motivación por aprender.
“Más de la mitad de los trabajos en los próximos 30 años van a ser reemplazados por robots, y no solo los trabajos de baja califi-cación. Un radiólogo, por ejemplo, trata de detectar enfermedades comparando radiografías, pero en la Universidad de Stanford crearon en seis semanas un algoritmo que puede hacer este trabajo comparando miles de imágenes y diagnosticar la neumonía mejor que cualquier radiólogo”, señaló Hadi Partovi, empresario y filántropo, en el seminario “El rol de la educación en la transformación digital”, que organizó el Centro de Estudios Públicos en conjunto con Aptus en octubre pasado.
El problema es que, tal como explica Partovi, cerca del 99 por ciento de las escuelas del mundo todavía siguen trabajando con currículos y programas de aprendizaje del siglo pasado. “Cuando se enseña a los alumnos cómo usar la tecnología, pero los jóvenes no necesitan eso. Ellos aprenden muy rápido. Lo que ellos requieren es contar con las herramientas que les permitan poder convertirse en programadores. Eso es transversal a todas las profesiones, para los médicos y los abogados, por ejemplo”.
Cuando los niños van a las escuelas aprenden biología, sin importar si se convertirán luego en médicos, lo mismo ocurre con las tecnologías. “Será una tarea más fácil y divertida de realizar desde los primeros años de escolaridad. Antes de leer pue-den aprender las cosas más básicas de programación”, dice Hadi Partovi.
“Pensar y crear es ahora parte esencial del currículo. Memorizar es algo del pasado, que se puede hacer con Google, por ejemplo. Las escuelas del futuro deben usar los computadores en sus aulas y en proyectos. En primaria al menos deben tener una hora semanal destinada y ello debe ir aumentando a medida que van creciendo”, indica Partovi.
Cuenta que “casi un tercio de los estudiantes de Estados Unidos tienen una cuenta code.org para desarrollar programación, y les encanta. Un 70% de esos estudiantes quieren seguir una carrera relacionada con ciencias de la computación”. Es que los niños de hoy están expuestos desde temprano a la tecnología, de aquello ya no hay duda alguna. Por lo cual, para Santiago Blanco, gerente general de SIP Red de Colegios, en ese contexto “ellos se están desarrollando en un medio donde pueden observar cómo muchas cosas que antes se hacían (o no se hacían) bajo formas donde la interacción entre las personas era presencial o tomaba más tiempo, hoy se pueden hacer a distancia, al instante y de forma múltiple”.
Por todo ello es que la relación de los adolescentes con las redes o nuevas tecnologías es de “verlas como una herramienta o un medio natural para socializar, darse a conocer, exponer lo que se piensa y generar una posición entre pares u otras personas. Por ende, quienes no utilizan estos medios ven un riesgo en quedarse fuera. No obstante, me parece que recién en el último tiempo se ha generado mucha más conciencia de la complejidad y todos los desafíos que supone relacionarse en las redes sociales digitales. Es evidente que las tecnologías generan un nivel de adicción en las personas y los jóvenes no están exentos de ello. Además, existe evidencia de cómo esta adicción tiene efectos negativos en los niveles de concentración, menos horas de sueño y menos tiempo para estudiar”, puntualiza Blanco.
Sucede, dice David Leal, director ejecutivo de Innovacien, “que los jóvenes tienen una relación muy naturalizada con las nuevas tecnologías, porque ellos han crecido con las redes sociales y el gran acceso a dispositivos que permiten una fácil conexión; por lo tanto, es muy cómodo para ellos usar la tecnología de forma social. Como toda acción naturalizada comienza a organizar su forma de ver el mundo y relacionarse con otros generando códigos concretos, cosa que también nos pasa a nosotros”.
En esa misma línea es que, tal como señala el académico de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Pedro Hepp, “existe actualmente una relación de los jóvenes y la tecnología crecientemente intensa y adictiva (es cuestión de observar los usos en el metro o en cualquier reunión social de jóvenes), la que les ofrece un alto grado de inmediatez sobre informa-ción social (estás a un clic de saber qué opinan tus amigos), una sensación de conectividad y de pertenencia con sus grupos de interés, lo que conlleva una cierta compulsión a estar al día –al minuto– con ellos. También están los espacios como YouTube y similares que se constituyen en medios de información y, a la vez, de divulgación de sus intereses, junto a la aspiración de ‘ser vistos’. El consumo, producción y publicación de información en estos medios por parte de adolescentes es un fenómeno explosivo, con el potencial de ‘viralizarse’ a escala mundial, lo que tiene un gran atractivo y estimula la producción de contenidos de todo tipo: música, humor, situaciones absurdas, etc. En esto, el celular como máquina multi-propósito de creciente inteligencia artificial, se constituye en la principal herramienta de los adolescentes”.
Sin embargo, advierte Hepp, esta hiperconectividad les dificulta la percepción de la realidad física que los rodea (el celular los distrae), los distancia del contacto físico con las personas y con la naturaleza y les disminuye la capacidad de tener refle-xiones profundas y largas sobre un tema específico (la inmediatez y la facilidad de saltar de un tema a otro en internet aten-ta contra el rigor de la constancia y la capacidad de concentrarse). “Es decir, hay una tensión y toda una manera diferente de comportarse y de trabajar las relaciones, entre vivir en el mundo de los átomos o en el de los bits, y esta tensión la van ganando los bits. Nuestra sociedad no ha encontrado aún un buen equilibrio para convivir sanamente en ambos mundos”.
Por ello, dice David Leal, “debemos identificar cuáles son las conductas no sanas que fomentamos los adultos e identificar que estas tecnologías necesitan mecanismos de guía como todos los avances tecnológicos anteriores. Los niños deberían ver televisión con un adulto cerca que pueda supervisar si el contenido es acorde a su edad o necesita explicar algún tema, al igual que con un libro o el diario, hasta que ellos posean el criterio suficiente para distinguir la ficción de la realidad, lo aceptable y lo inaceptable”.
En esa línea es que, para Rodrigo López, gerente general de Aptus Chile, “incluir y trabajar con las tecnologías en el aula no es un fin en sí mismo, la pregunta es qué quiero lograr y si la tecnología me va a servir para ello. A modo de ejemplo, si el objetivo es enseñar a programar, sin duda es fundamental que cada alumno cuente con un computador en la clase para aplicar lo aprendido y practicar inmediatamente. Sin embargo, tener el computador o móvil durante una clase puede ser un gran distractor en otras asignaturas”.
López asegura que existen varios estudios que muestran que el uso de computadores en clases no mejora necesariamente los aprendizajes y que incluso los puede empeorar, ya que distrae a los estudiantes. “Uno de los elementos clave para que el cerebro aprenda es la atención y la capacidad de concentración continua y, como le escuché una vez a Doug Lemov, ‘detrás de los smartphones y redes sociales hay miles de desarrolladores muy inteligentes cuyo único objetivo es capturar la aten-ción de los usuarios’ ”, explica Rodrigo López.
El problema, advierte Pedro Hepp, es que además “la información en redes sociales suele estar plagada de verdades a me-dias y falsedades (‘fake news’, posverdad), este es un fenómeno que requiere una cierta capacidad crítica ante lo que se consume en internet y en las redes sociales, y esa capacidad crítica debe desarrollarse, primero en el hogar y luego en cla-ses. Casi siempre se carga la mayor responsabilidad en esto a la escuela, pero creo que el primer ambiente educativo en esto es el hogar: apoderados informados y proactivos respecto del uso de la tecnología por parte de sus hijos. Los profesores solo pueden complementar ese trabajo, no suplirlo”.
Se trata de un inmenso desafío “ya que existen muchos riesgos asociados a su uso. Similar al alcohol o las drogas, el uso de dispositivos móviles ha demostrado ser adictivo, incluso para adultos. También presentan un gran riesgo de dificultar la capacidad de concentración, el desarrollo lector y de habilidades sociales, además de los riesgos asociados a ciberbullying, de exposición a contenidos inapropiados, la publicación indeseable de información personal y la posibilidad de dar acceso a terceros para interactuar con el niño o joven. Sé que sueno fatalista, y no es que no me guste la tecnología –quienes me conocen saben que soy fanático–, pero dados todos los riesgos asociados, creo personalmente que hay que tomarse muy en serio la decisión de cuándo y cómo dar acceso a la tecnología a nuestros niños”, advierte por su parte el gerente de Aptus.
Explica Pedro Hepp que la introducción de las tecnologías digitales en las aulas escolares chilenas tiene ya más de 25 años, y cada nueva tecnología (internet, celulares, realidad aumentada, makers, y pronto inteligencia artificial) representa un nuevo desafío pedagógico. “Por ejemplo, hay buenas experiencias utilizando celulares en el aula de ciencias, historia y lenguaje (por mencionar algunas asignaturas), pero eso requiere un docente formado en esos usos, y esta formación es aún débil, además que requiere de una constante actualización en los escasos tiempos que les quedan a los docentes de aula”.
Asegura que una de las nuevas tecnologías más exitosas en aula, a nivel mundial, es el uso de las recientes generaciones de microprocesadores, sensores y actuadores en clases de ciencias naturales y arte. “Este es un fenómeno denominado ‘makers en educación’ (del inglés ‘to make’, hacer) que propicia el aprender diseñando y haciendo artefactos que les son personal-mente significativos a los estudiantes y en ese proceso aprenden de manera profunda fenómenos complejos (por ejemplo, combinando física y música para construir un instrumento musical original)”.
En todo caso, el uso de tecnología en aula –cualquier tecnología– radica mucho más en la formación del docente que en la tecnología en sí. “Hay un exceso de énfasis en la tecnología y un gran déficit en la formación de profesores en los usos de esa tecnología. Todas las nuevas tecnologías siempre chocan, en todo el mundo, con la formación (saberes, actitudes, mode-los) de los docentes para su uso adecuado. Entonces, el tema del buen uso en aula es humano, no tecnológico”, señala Pedro Hepp.
Por ello es que, según Leal, “necesitamos desarrollar las habilidades que permitan a los jóvenes convivir en un ambiente saturado de información y distintas fuentes para que sus decisiones sean las que les permitan tener una mejor vida. Para esto necesitamos fomentar el uso de las TIC por parte de profesores y estudiantes, pasando de ser consumidores de conte-nidos a experiencias de producción de información o nuevas tecnologías”.
Entre las estrategias más exitosas está el “aprendizaje basado en proyectos o desafíos”, el “aprender haciendo”, en que el estudiante debe indagar, explorar, diseñar, reflexionar y resolver problemas o desafíos en colaboración con sus compañeros (aprendizaje entre pares). En estas estrategias, el “error” es parte del aprendizaje, se utiliza constructivamente. “La principal herramienta de los docentes en esto es el trabajo en equipo, con sus pares, para intercambiar experiencias y aportar con desafíos interesantes para los estudiantes, que integren contenidos de diversas asignaturas”, dice Pedro Hepp.
Sin embargo, advierte Rodrigo López, “la pregunta clave es qué se quiere lograr y también qué evidencia hay del impacto. Un equipo de investigadores publicó un análisis, en 2017, de qué tipos de intervenciones tecnológicas tenían evidencia robusta de impacto en aprendizajes y llegaron a la conclusión de que, por lejos, lo más promisorio hasta ahora son platafor-mas adaptativas, que permiten apoyar a cada niño según el nivel de aprendizajes en que se encuentra”.
Por ello es que hay que concebirlas, dice Santiago Blanco, como “un medio que le facilite al profesor alcanzar un propósito definido. Existen muchas formas de utilizar programas, plataformas y computadores en la sala de clases, tanto para el profe-sor como para los alumnos. Lo importante es entender que las tecnologías, bien usadas, pueden potenciar el aprendizaje de los alumnos”.
En todo caso, señala el gerente de SIP Red de Colegios, “concretamente, el enseñar programación desde niveles tan iniciales como kínder (a través de actividades con pantalla y sin pantalla) desarrolla en nuestros alumnos el pensamiento lógico en un medio digital familiar para ellos, además de aprender a programar. Para lo anterior se utiliza un computador o tableta por alumno y una plataforma web (code.org)”.
Asimismo, el uso de tecnologías de forma mixta en una clase tipo aula invertida, donde el profesor más bien guía una clase tipo taller y los alumnos aplican lo que previamente aprendieron revisando cápsulas breves con la clase antes grabada por el profesor, fomenta habilidades de trabajo en equipo (colaboración, comunicación, etc.).
Por último, y algo que es muy importante, tenemos mediciones iniciales que demuestran que el utilizar tecnologías en la sala de clases fomenta la propia motivación de los alumnos”, enfatiza Blanco.
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