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Se trata de Víctor Ruz, de 33 años, quien hasta el año 2013 era el único docente en la Escuela Las Alamedas, ubicada en una zona rural de la comuna de Chépica, en la Región de O’Higgins. Orgulloso, nos cuenta cómo dos de sus 13 alumnos escribieron con letras doradas el nombre de su colegio.
Por Angélica Cabezas Torres
Los estudiantes Juan Ignacio Silva y Manuel Orostegui, el año 2014 le dieron una gran sorpresa a Víctor y a sus compañeros de colegio, obtuvieron 355 puntos en Comprensión de Lectura y 344 en Matemáticas, adjudicándole a su escuela el primer lugar en el SIMCE 2013 de 4º básico.
¿El motivo de los resultados? Sin lugar a dudas es el esfuerzo y la motivación, tanto de los alumnos como de este profesor, que todos los días viaja 15 kilómetros desde el pueblo de Chépica para llegar a reunirse con sus alumnos en la Escuela Las Alamedas.
Recuerda que fue una periodista de El Mercurio quien le dio la grata noticia, luego que se lograra comunicar con él tras varios intentos, pues la señal de teléfono en esta zona es casi nula y la de Internet simplemente no existe. “Pensé que era una broma”, cuenta Víctor. “Yo confiaba en mis alumnos, sabía que les iba ir bien, pero nunca pensé en un puntaje nacional”.
“Cuando los niños supieron los resultados, saltaron y gritaron, se pusieron muy felices. Para mí también fue una alegría inmensa. Apenas supe, les conté a las mamás y ellas se emocionaron”, asegura.
A juicio de Víctor, el hecho que sean tan sólo 13 alumnos en la escuela –de 1º a 6º básico–, ha beneficiado la formación de los pequeños. En su mayoría son hijos de familias de esfuerzo, madres y padres temporeros y –en algunos casos–de hogares monoparentales. Por lo tanto, además de lo académico, requieren de mucho apoyo emocional.
“Nosotros tratamos de ser una familia, que los niños se sientan acogidos, comprendidos, seguros, que perciban mucho afecto y cariño”. Además, trabajar con alumnos de varios niveles en la sala de clases, “nos permite conocer de forma más personalizada a cada uno de ellos, porque uno tiene un contacto directo con todos”.
Si tiene que dar un consejo para obtener buenos resultados, este profesor dice: “El compromiso es fundamental, tanto del personal de la escuela y de los apoderados como de los mismos niños. Ellos deben tener la convicción de que son capaces. Yo siempre trato de transmitirles que pueden lograr grandes cosas”.
Y si hablamos de superación, Víctor predica con el ejemplo. Él egresó de la especialidad de Programación en Computación del Liceo Técnico Profesional de Chépica y su práctica la realizó en una escuela de la comuna. Esta experiencia despertó en él, el interés por la pedagogía. Trabajando en el establecimiento podía compartir con los alumnos y en algunas oportunidades se quedó a cargo de un curso. Pero hasta el día en que Víctor egresara de Pedagogía General Básica, debían pasar algunos años y sortear varios desafíos.
Al finalizar su práctica profesional se vio obligado a volver a trabajar al campo, ya que en el pueblo no había una fuente laboral para él y tampoco quería alejarse de su familia. Al tiempo se abrió un cupo de inspector en la misma escuela donde hizo la práctica y Víctor no lo pensó dos veces: postuló y se encargó de que en el municipio se dieran cuenta de su gran interés. Todos los días iba a preguntar por el proceso de selección, hasta que le anunciaron que el puesto era suyo.
Una vez en el colegio, y alentado por un profesor, decidió entrar a estudiar pedagogía los días sábados en la sede de San Fernando de la Universidad Austral, mientras en la semana continuaba trabajando para costear el arancel. “Si yo ganaba 86 mil pesos,70 eran para la universidad”, recuerda. No fue una época fácil, hizo de todo con tal de no fallar en los pagos, vendió paltas, trabajó en el campo, fue garzón y así la lista continúa.
Hoy, Víctor ejerce feliz su profesión y siente que a través de la pedagogía puede cambiar el rumbo de sus estudiantes, así como lo hizo él. “No tengo miedo de contarles a mis alumnos el estilo de vida que yo tenía a la edad de ellos. Mis padres no tuvieron la oportunidad de estudiar, entonces de pequeño me inculcaron el valor por el trabajo, por salir adelante. A la edad de mis alumnos yo aún no tenía la dicha de usar un par de zapatos nuevos, por ejemplo; a esa edad yo ya salía a trabajar en el campo”.
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