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Por Alejandra Buchholtz, Licenciada en Educación, Magíster en Humanidades con mención Filosofía
El lugar central que ha ocupado el debate educativo, en este año 2014, no solo ha atraído la atención de los actores directamente relacionados con el tema. El creciente interés por el ámbito educativo ha motivado, como nunca antes se había dado en el espacio público chileno, la organización de un número importante de Congresos, Seminarios, Charlas, Encuentros, que, por cierto, han contado con expertos en educación de muy buen nivel, tanto chilenos como extranjeros.
Gracias a todas estás iniciativas ha sido posible conocer, por una parte, algo de lo que sucede en nuestro país, mediante la publicación de resultados de decenas de investigaciones que identifican carencias en nuestro sistema educacional (estudios que, lejos de sorprender, vienen a confirmar sospechas) y; por otro parte, mucho de lo que ocurre en países como Canadá, Estados Unidos, Finlandia, Holanda, Japón, Singapur, entre otros. Claramente no se trata de inventar la rueda en materia educacional, por lo tanto, es comprensible la necesidad de revisar la experiencia de países que han obtenido resultados exitosos en áreas que Chile no logra alcanzar los estándares esperados.
Tras asistir a varios de los encuentros realizados, sin embargo, la pregunta que sigue quedando sin respuesta es: ¿Qué debe suceder al interior de nuestras salas de clases para que el “aprendedor” aprenda?
El término “aprendedor” lo utilizó el profesor de la Universidad de Harvard, Richard Elmore, en una provocativa presentación realizada en el Tercer Congreso Interdisciplinario de Investigación en Educación. En su discurso, Elmore, llamó a tomarse en serio “la construcción de una cultura del aprendizaje”, y los planteamientos expuestos durante la presentación dejaron en claro cómo los cambios que ha traído la era digital, en los últimos años, han influido en propuestas no muy antiguas del propio Elmore, demostrando la pertinencia y urgencia de su llamado. En efecto, en el texto de su autoría, Mejorando la escuela desde la sala de clases, editado en Chile en el 2010, el autor precisaba que era en la sala de clases donde se encontraban los “motores” que hacían posible el mejoramiento del proceso de enseñanza- aprendizaje, señalando que toda la atención se debía concentrar en lo que él denominó “el núcleo del aprendizaje”, compuesto por el alumno, el profesor y los contenidos.
Así, según este escrito de Elmore, sólo en la medida en que se consideraran estos tres elementos en constante e inseparable relación sería posible que el alumno aprendiera. Más aún, en la presentación del citado libro, José Weinstein advertía lo siguiente: “De ahí que sólo existirían tres dimensiones en que efectivamente es posible activar un cambio en el aprendizaje de los alumnos: que los docentes incrementen sus habilidades y conocimientos, enriqueciendo su aporte al proceso educativo; que los contenidos mismos que se busca aprehender se renueven, volviéndose más complejos y exigentes; y que los alumnos modifiquen su actitud y acercamiento a los aprendizajes, mutando su motivación, auto-exigencia y compromiso. Estos motores de mejora solo pueden actuar copulativamente, potenciándose los unos a otros, para ser eficaces.”
Las reflexiones en torno al cómo elaborar e implementar programas escolares que “afecten positivamente” este núcleo pedagógico hacían mucho sentido bajo ese paradigma. Sin embargo, Elmore, en su reciente presentación en nuestro país, incorporó una nueva dimensión, “el aprendizaje en las redes”, que viene a cuestionar la idea de que si se atiende al núcleo pedagógico se resuelven todos los problemas. En su nueva propuesta, consciente de que el aprendizaje está en todas partes, que tiene múltiples puntos de entrada, que las redes son las nuevas salas de clases, que la transferencia de conocimientos es más fluida y eficiente en redes que en jerarquías, Elmore llamó a la construcción de una cultura de aprendizaje a la altura de los tiempos, declarando, sin rodeos, que el modelo actual de escuelas no iba a sobrevivir en la cultura digital.
Frente a esto, cabe preguntarse entonces, ¿Se debe seguir intentando mejorar la triada (alumno-profesor-contenido) que habita en la sala de clases? La respuesta parece ser afirmativa. ¿La razón? No sería conveniente saltarse escalones mientras se sube la escalera y así parece sugerirlo el propio Elmore.
En efecto, en su discurso, durante el Congreso, Elmore volvió a recalcar la importancia del respeto total hacia la profesión docente y su quehacer, llamando a los profesores a tomarse la profesión en serio, motivándolos, por ejemplo, a leer; con respecto a alumnos manifestó que lo relevante no era que aprendieran contenidos sino que se les enseñara a aprender.
Es, entonces, pensando en este “aprendedor”, usuario habitual de las redes que vive inserto en un mundo que fluye con rapidez, que se debe construir una cultura de aprendizaje.
Varias ideas presentes en el discurso de este profesor e investigador pueden resultar interesantes de discutir. A continuación se enumeran algunas de ellas:
(i) la importancia de reconocer que vivimos nuevos tiempos que requieren de una nueva forma de aprender; (ii) la importancia de que los modelos de educación se actualicen, se reemplacen; (iii) la importancia de una relación interactiva entre el binomio teoría-acción; (IV) la importancia de una pedagogía de calidad; (v) la importancia de la permanente y creciente divergencia entre “aprendizaje” y “escolarización”; (vi) la necesidad de pensar con visión de futuro al construir esta cultura de aprendizaje, atendiendo a la cultura digital, a las neurociencia, al concepto de neuroplasticidad…
Tal vez lo más sugerente del mensaje de Elmore es que el aprendizaje debe entenderse como la capacidad de modificar conscientemente conocimientos, actitudes y creencias, donde el desarrollo de la creatividad y la innovación dependerán, con el tiempo, más del aprendizaje social que de la escuela.
Como se puede apreciar, son muchos los asuntos importantes y muchas las necesidades. Sin embargo, un punto es claro: el “aprendedor” ha venido a quedarse porque a diferencia del “educando” no depende de la sala de clases para lograr aprendizajes. ¡Gracias Richard Elmore por su visita!
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