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Regístrate y accede a la revistaEl nivel de educación determina la competitividad, el crecimiento de la productividad, la disminución de la brecha de ingresos, la movilidad social, la cantidad y calidad de empleos; esto es, determina la economía. Del griego, eco es casa y nomía , normas: normas de la casa. Hoy la casa es global, la competitividad es internacional, la economía es mundial. Esto concierne de manera decisiva a la educación.
En EE.UU., apunta un interesante estudio del Global Markets Institute de Goldman Sachs, la actual oferta educacional no prepara ni ofrece lo que requiere la demanda. Los empleadores, señala, requieren personas con buen criterio, motivadas, innovadoras, que sepan resolver problemas, con mirada amplia, capacidad relacional, compromiso ético, entre otras competencias instrumentales, para satisfacer los requerimientos en este mercado global de cambios tecnológicos; los otros saberes, más específicos, se obtendrán en el trabajo y por la vía de perfeccionamientos o de sistemas de capacitación continua. Pero las instituciones de educación no están enseñando esto; más aún, muchas de estas competencias, agrega el estudio, no se adquieren o no es posible aprenderlas empleando los métodos actuales de enseñanza. El diagnóstico es similar para los países de la OCDE, y también para el nuestro.
Por su parte, es claro, el mercado laboral está cambiando. Los trabajos que requieren competencias altas o profesionales (high skills) han crecido: en 1980 eran un cuarto de los empleos totales en EE.UU.; ahora son un 30%. Los nuevos trabajos que requerirán competencias medianas (middle skills), esto es estudios técnicos, de dos a cuatro años, en construcción, transporte, salud u otros, en 1986 eran un 55%; se estima que en el futuro bajarán al 45%. Empleos que requerirán competencias bajas (low skills) serán sólo en torno al 22%. En efecto, el Departamento de Trabajo cree que dos tercios de las nuevas ocupaciones que se ofrecerán en EE.UU. requerirán un nivel superior de educación. También esta tendencia se puede analogar con los países de la OCDE y el nuestro.
Preguntas de siempre son: ¿qué es lo que se debe enseñar?, o ¿qué se debe aprender? Se trata, en efecto, de preguntas determinantes para el futuro laboral en un mundo cambiante, tecnologizado, competitivo, global. ¿A quiénes hay que enseñar? es también una pregunta cada vez más relevante, considerando que la educación, especialmente la terciaria, se ha transformado de una aspiración a una realidad masiva, por lo que cada vez se hace más necesario diferenciar, segmentar. La otra pregunta es ¿cómo enseñar?, considerando justamente que hoy todos quieren estudiar: jóvenes, mayores, cada vez más mujeres de cualquier edad, trabajadores. El tema es «altamente complejo», como apunta el estudio en las primeras palabras de sus conclusiones.
No es primera vez en la historia que el mundo de la educación se ve enfrentado a estas preguntas; muy por el contrario, ellas han estado siempre vigentes, con mayor o menor vitalidad en sus respuestas. Ya Aristóteles, por ejemplo, hace 2.500 años reflexionó a fondo sobre la «razón práctica», que viene a ser más o menos lo mismo que hoy reclaman como carencia en la educación los empleadores; en la Edad Media se habló de «artes liberales», y si bien la modernidad separó ciencias y humanidades, hoy se vuelve a enfatizar con lucidez la «formación general» y las «competencias» (skills). Se advierte un repliegue, una renovada tendencia a concentrar tanta dispersión en el saber.
Claramente, el mayor nivel educacional está asociado a mejores rentas, mejores trabajos, menor índice de desempleo, mayor movilidad social, mayor calidad de vida. Se ha comprobado que es un tercio mayor la renta de quienes terminan la secundaria en comparación con los que no lo hacen, y mayor en dos tercios la de quienes tienen estudios en los colleges (2 a 4 años) respecto de los que sólo han terminado la secundaria. La relación es más o menos similar en Chile (considerando los IP y CFT).
La crisis económico-financiera y cómo salir de ella de forma inevitable tiene absorbido al mundo, especialmente a EE.UU., y reclama efectos urgentes de corto plazo, como, por ejemplo, bajar el desempleo. La crisis de la educación es más intangible, pero cualquier decisión que se tome hoy, o que no se tome, verá reflejados sus efectos en diez años para bien o para mal, «particularmente en la competitividad y el rol en la economía mundial».
Autor: Aníbal Vial E.
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